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Paola Herrera
Photo Credits: Rosana Prada ©

Fears

Todo lo que encuentro mientras llueve en mis ojos es una respuesta a lo que aún no ha caído al suelo. Nunca es tarde para comenzar, ni siquiera para terminar. Que sí, que nunca es tarde. A veces me acuesto un rato en el piso de mi habitación, agarro un libro, lo leo y releo, me coloco los audífonos para escuchar música, contemplo los rayos de sol que entran por mi lumbrera, me desentierro allí entre tanta intercepción de pensamientos inconclusos y decisiones erradas. Y está bien romperse un rato.

Un día estuve conversando durante muchas horas con mi mamá, en una de esas pocas conversaciones fluidas que logramos tener antes de que nuestros temperamentos colisionen, ella me decía que muchas veces en su vida el miedo la detuvo de hacer cosas, se retractó de tanto por pensar y sin llegar a nada y que está segura de que si hubiese sido más aventurada la historia hoy sería otra. No admite su arrepentimiento, pero hablando conmigo no debe expresarlo porque yo lo sé, es mi madre, la conozco. No la escucho mal, ni siquiera la siento quebrarse cuando me desnuda sus sentimientos de esa forma, sin embargo sé lo que trata de decirme. Lo más curioso de toda esta situación con mi madre es que soy todo lo opuesto a su miedo porque el único temor que yo tengo es tenerle miedo al miedo sin ni siquiera haberlo enfrentado.

Alguien una vez me dijo que todo estaba en la cabeza, que no hay otro lugar más espiritual que tú en conjunto con tus pensamientos, que debías dominarlos y no que ellos te dominarán a ti, que debías enfrentar los temores uno a uno, que las dudas y las indecisiones estaban bien y nos hacían crecer. Me pregunto ¿Acaso ha existido alguien que no se ha contradicho con lo que ha expresado? Cuando estaba lista para responder, me silenció de inmediato y empezó a hablar de que estamos tan llenos de contradicciones como de células. Luego prosiguió con una respuesta larga y tendida a su misma pregunta, yo por otra parte me hallaba sumergida en lo que hablaba, para escuchar soy bastante paciente y me agradan aquellas personas que se dedican a exponer con detalles explícitos. Cuando finalizó, me volvió a preguntar ¿Tienes miedos? Y en ese momento sí me dejó responder. Se hizo un pequeño silencio entre su pregunta y mi respuesta aún por salir de mis cuerdas vocales, procesaba yo en mi juicio todas las veces en las que tuve temor y eran incontables, imposible enumerarlas. Al cabo de varios segundos, le respondí: “Por supuesto que tengo miedos”, entonces ese alguien me miró a los ojos, sonrió y me dijo: “Yo también”.

Quedé un poco desorbitada, no comprendía el por qué me había dado esa respuesta tan sosa si antes se había tomado la amabilidad de invertir su tiempo en explicarme la razón por la cual somos un mundo de células que viven en la contradicción. Pasaron un par de horas, no recuerdo en qué momento nos sorprendió la noche, no recuerdo si el viento me despeinaba o si el clima favorecía la filosofía indiscreta de nuestras conversaciones. Mi impaciencia arraigaba cada ápice de mi ser, yo no podía despedirme sin obtener una respuesta larga a esa pregunta corta, esta manía que poseo de no permanecer en incertidumbre a veces me ha entristecido la vida, pero por otra parte le ha traído fiesta a mis días. Así que dije que necesitaba que me explicara aquella pregunta, que me dijera su propósito y entonces volvió a observarme con ese mirar inconfundible cuando existe simpatía en las palabras del otro, todo eso porque en cierta parte esperó durante mucho tiempo que yo exigiera explicación. Y me dijo: “Porque también estamos constituidos por átomos de miedos, lo que verdaderamente importa en toda esta ciencia es enfrentarlos”. Me quedé mirando fijamente sus ojos miel, como buscando las palabras adecuadas para decir algo, pero como siempre, me robó la frase de mi boca y finiquitó diciéndome: “Exactly we are fears and contradictions”.


Photo Credits: Rosana Prada ©

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