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Sergio Marentes
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Fallas de origen y por destino

No deja de ser bello que la historia de la humanidad esté llena de momentos cruciales, y que, casi siempre, no los tengamos tan a la mano cuando recurrimos a la memoria para pensarlos sino que tengamos que esforzarnos un poco para ir más allá de lo que huelen nuestras narices. Resulta que ingresé a una página de encuestas en donde, gratuitamente, cada quien hace una pregunta para que esta sea respondida por quienes visitan la página. Las respuestas variaron tanto que bien hubiera podido hacer una tesis con las tantas y tan originales respuestas. Pregunté cuál había sido el hecho más importante de la historia para la humanidad. Así de simple, y así de complejo. Y las respuestas que primero salieron a flote, por supuesto, fueron el fuego, la rueda, los jeroglíficos, las armas con piedras, el primer primate que se irguió y las demás que nos hicieron cruzar la frontera como especie. Así como las hubo más originales y hasta dignas de estudio o, por lo menos, de exhibición. Por ejemplo, una señora me dijo que el teflón de su sartén, otra que el control remoto con el que silenciaba al presidente si quería; otros mencionaron al borrador, los lentes de sol, las bolsas de papel, los perros antibombas, el cuchillo, la luz artificial, las bombas llenas de helio y hasta el calentamiento global, por mencionar sólo algunas. Qué bella es la humanidad, entonces, si es capaz de verlo todo, o casi todo, porque en verdad mencionaron casi todo lo probable (hasta hubo un niño que mencionó el balón de fútbol) como posible punto de cambio, y qué posible es que seamos todos tan diferentes y diversos para que resultemos siendo el mismo y, en el mejor de los casos, uno solo, el único.

En mi caso, además de obviar la domesticación de la rueda, del fuego, del agua, del viento y de la tierra, me quedo con la poesía. Así, a secas, sin explicarlo porque lo desaparecería. Y porque a la vez es el invento que nos salvará del futuro, que no es otra cosa, creo, a partir de las reflexiones del ejercicio, que el retorno a la era en la que no nos teníamos más que a nosotros mismos, aunque estuviéramos en medio de una manada que no sabía para dónde iba.


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