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Gavina Falchi
viceversa magazine

Extraño a mi hijo. Mucho

La percepción de la distancia enorme que nos separa es desalentadora aún cuando sepa y me repita a diario, como un mantra sagrado, que él está bien, está tranquilo, seguro, habitando el espacio de su nuevo mundo. Ha sido muy bello volver a verlo en Navidad, cuando vino con encima el bagaje de apenas unos pocos meses de vida europea y sin embargo ya otro, más maduro, más seguro de si mismo, más adulto. Fue suficiente ese escaso tiempo de orfandad tropical para que se redescubriera a si mismo auténticamente venezolano; para que se fortalecieran sus raíces profundamente sudamericanas y ostentara con orgullo su pertenencia a esta ciudad, a este país que por mucho tiempo había criticado y menospreciado con la arrogancia típica de los jóvenes, con la superficialidad que a menudo nos lleva a dar por sentado todo lo que es naturalmente nuestro y por eso nos parece siempre muy poca cosa, muy banal, con respecto a las quimeras falsamente tentadoras que, en cambio, perseguimos sin saber siquiera muy bien que es lo que queremos.

Entre tantas conversaciones y cuentos de trasnocho le pregunté de pronto, cuál de las ciudades visitadas y conocidas hasta el momento le hubiese gustado más. Me contestó con increíble candor “Caracas, la mía”, con la expresión y el tono sorprendidos de quien consideraba esa pregunta tonta y la respuesta muy obvia, casi que una verdad demasiado evidente para osar ponerla en duda. Antes de regresarse buscaba un calendario de 2017 para llevárselo y ponerlo en su habitación de la residencia de estudiantes- me imagino que para dar un toque personal a un espacio aún un tanto anónimo – y entonces le ofrecí uno mío con fotos de capitales de todo el mundo, pero no lo quiso. Me pidió, más bien, uno de paisajes venezolanos…No lo tenía y entonces lo compré y se lo mandé unas semanas después y ahora lo tiene allí y así, además de los techos rojos de Forlí, bajo ese cielo a menudo plúmbeo, mira también las aguas cristalinas de los Roques y los solitarios tepúes de la Gran Sabana. El sentido de pertenencia es un profundo recurso interno, innegable como necesario. Es bueno aprenderlo temprano.

Me miro en su espejo. Observo en él ese recorrido tan parecido al mío- pero al revés – y lo siento tan afín, infinitamente familiar, de esa familiaridad que no es sólo la de los lazos de sangre sino que nace especialmente de las semejanzas del alma y del sentir común. Encuentro en él ese mismo oscilar mío constante y natural entre una lengua y la otra, sin límites, sin barreras, típico de quien es bilingüe y, dominando ambos idiomas, elige irracionalmente uno u otro, movido por mecanismos ocultos y profundos, así como inconscientes.

Se es más cerebrales en la lengua aprendida, tal vez más lúcidos y reflexivos. Es un bien adquirido voluntariamente y cada palabra, cada frase representan un centímetro de territorio extraño conquistado con esfuerzo, arrancado de la nada nebulosa del desconocimiento y, por lo tanto, almacenado en las múltiples capas de la racionalidad. Aprender otro idioma implica una suerte de revolución interior, pues otra cultura entra dentro de nosotros a través del canal de las palabras y a veces hasta puede ocurrir que nuestra personalidad, así como nuestra voz inclusive, se modifiquen  en el proceso y es factible también perder algo de nuestro pasado.

En la lengua madre, en cambio, afloran las emociones y prevalecen los instintos; en ella se piensa, se reza, se ama, se sacan cuentas, se abren las puertas del subconsciente; en la lengua madre se afincan las fundamentas de la educación y entonces, también ciertos nuestros pudores, prejuicios, tendencias del pensamiento. En ella están nuestros afectos primarios, la familia, la infancia, lo que fuimos antes de llegar a ser lo que somos ahora.

La lengua, de alguna forma, modifica también nuestra voz interna, atribuyendo una resonancia distinta a nuestras palabras. Yo percibo mi voz más firme y sonora cuando hablo en italiano, más dulce y cálida si hablo en español y entiendo a mi hijo cuando elige sin falta el español para nuestra comunicación y para la nostalgia del recuerdo, porque esa es la música que ha ocupado en años nuestro espacio íntimo y ha construido, ladrillo tras ladrillo, su ser, su identidad y todo nuestro mundo bello.


Photo Credits: Kārlis Dambrāns

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