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Harrys Salswach
Harrys Salswach - ViceVersa Magazine

La experiencia de leer: Para combatir esta era

En Sils María, donde al profeta del nihilismo se le reveló Zaratustra y el eterno retorno, el ensayista, conferencista y fundador del Nexus Instituut, Rob Riemen, siendo invitado a un ciclo de conferencias junto a otros pensadores, se pregunta por el futuro de una Europa (y por lo tanto de Occidente) que se resquebraja espiritualmente cumpliendo el vaciamiento de sentido que Nietzsche, lúcido hasta la locura, avizoró. Es el mismo paisaje, un lago rodeado por pinos y montañas cubiertas de nieve, cuya belleza hizo que los ojos de Proust se llenaran de lágrimas. La Arcadia suiza, con su silencio hermoso, aire puro, el esplendor de la naturaleza y una tradición de pensamiento que es expresión de lo que fue el continente, es ahora el mirador desde el cual la propia cultura, o lo que queda de ella, ruinas, ve su desfallecimiento.

En Para combatir esta era (Taurus, 2018), se reúnen dos ensayos que bien han podido ser parte del anterior libro del holandés (Nobleza de espíritu, Taurus, 2017) que, no sin cierto temerario candor y optimismo, reclama a los intelectuales y a la sociedad la traición del testamento fundacional de Europa y Occidente, el cultivo del alma. Como anota Cicerón «Cultura animi, philosophia est». Quien esté atento al accionar de las ideologías, de la puesta en marcha de unos engranajes que todo lo trituran hasta devastar naciones enteras, no puede menos que conmoverse con la insistente apelación a la labranza del alma que Riemen reitera en ambos libros. La democracia no se salva de la mirada de Riemen, sin cultura devendrá en la organización de la estupidez, esa forma de la maldad.

El diagnóstico es irrebatible en estas «Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo», como dice la baja: la vulgarización del hombre en función de «los peores sentimientos irracionales: resentimiento, odio, xenofobia, ansias de poder y miedo»; el vaciamiento de todo significado que trascienda o conduzca a instancias superiores del espíritu y dé la bienvenida a los apetitos más feroces e inmediatos; la degradación del arte en nombre de una democratización del talento (y los significados) que es su perdición y olvido para complacer a unas masas ignorantes cuyos resabios la hacen inmune a toda búsqueda de «la verdad, la bondad, la belleza, la amistad, la justicia, la compasión y la sabiduría»; la adoración del nuevo becerro de oro que en cada versión hace fotos más nítidas de sus usuarios sonriéndose a sí mismos a una velocidad de repetición suicida; la ciencia extirpada de toda normativa sustancial, el desarrollo de una estulticia integral que se expresa en un lenguaje anacoluto, precario y sexualizado hasta el sinsentido, no pueden sino desembocar en tiranías de cualquier signo, en totalitarismos colectivistas que reduzcan al hombre y el mundo a una cáscara sin contenido y en el que el pensamiento está bajo sospecha. Y he aquí donde Riemen no ajusta la mira de sus binóculos morales, porque la consecuencia para él irremediable de este panorama desolador, es el resurgimiento del fascismo en Occidente. ¿Entenderá el ensayista el fascismo como el capítulo nacionalista del comunismo o su contendor imaginario?

Como parece ser una tradición en la intelectualidad europea y no menos dramática, latinoamericana, el comunismo, la ideología criminal que aún cercena vidas como lo haría una bestia hambrienta, y sus siempre indulgentes y no menos fámulos socialistas, no desvelan al autor. El fascismo, que si el lector quiere lee «comunismo» a lo largo de todo el libro y se calza los zapatos de esa versión italiana de la voluntad de poder, es para Riemen la única amenaza ideológica latente en Occidente. Y como no hace mención a este conjunto familiar: el comunismo y sus crías, nazismo y fascismo, es de creer que China, Cuba, Laos, Venezuela, Vietnam, Corea del norte, por nombrar algunos países, no son amenazas porque ya se han materializado, no son Europa, y han rechazado todo referente Occidental aunque su ideología sea irreductiblemente deudora     —de una u otra manera— de esa tradición de pensamiento que admira Riemen.

Es una hora menguada para el cultivo del alma, se siente con admiración el despropósito de tan noble tarea asumida por Riemen. La dama Europa por la que espera su regreso, acompañada de dos nobles caballeros como Thomas Mann y Albert Camus, está hoy avergonzada de sí misma, de sus logros y civilización, del tesoro de su cultura y su belleza, fustigándose el haber sido faro de la humanidad, culpándose de los ataques terroristas que padece y paralizada ante sus perpetradores, abdicando de su fuerza moral, de su espíritu ordenado a la trascendencia, de la tradición que tantas vidas costó honrar, para terminar siendo un continente asfixiado por mano propia, buscando hojas de parra para cubrir sus vergüenzas y no ofender al Otro. Quizás en tiempos tan pueriles y grotescos, lo mejor sea resguardar la libertad leyendo a los tan admirados por Riemen, Mann, Camus, Whitman, Sócrates y Spinoza. Mientras, el mundo parece tomado por los desalmados.


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