La tertulia nocturna en la terraza del albergue había amainado. La mayoría de nuestro grupo ya se había acostado para dormir al menos unas horas antes de iniciar el nuevo día de actividades en la Reserva Cabo Blanco. Yo me sentía cansado pero el rumor de las olas me invitó a salir a la playa. Quería escuchar de cerca la voz del Pacífico y sentir su aliento en mi rostro. Además la copa de un gran árbol cubría a nuestro albergue y yo quería salir al descubierto para atisbar estrellas.
Caminé con cuidado por entre arbustos, ramas y espinos, salí a la arena y caminé hasta las piedras descubiertas. La marea estaba baja. El Pacífico cantaba. Pero al cielo lo cubría un manto espeso de nubes. Apenas se atisbaba la luz nívea de la Luna en cuarto creciente. No se veían estrellas. Escuché un rato la canción de cuna del mar mientras esperaba que se abriera el velo del cielo. No se abrió. Finalmente me di media vuelta y empecé a caminar de vuelta al albergue.
Entonces José Pablo, mi compa de aventuras, me llamó por mi nombre. No lo podía ver en la oscuridad pero caminé hasta el punto desde donde provino su voz. Ya de cerca distinguí varias sombras sentadas en troncos y en la arena. “¿Quiénes están?”, pregunté. Fabi y Katherine lo acompañaban. Me senté en un tronco. Me alegró la ocasión espontánea para conversar.
En el viaje de ida a la reserva nuestro grupo había desayunado en Puntarenas mientras esperábamos el ferry para atravesar el golfo hacia la Península de Nicoya. Allí había compartido un extremo de la mesa con Fabi, Katherine y Mario y empezado a conocerles.
Fabi nos contó entonces que es científica y docente y trabaja en el área de salud. Por la forma en que coordinó nuestras actividades luego en la reserva, nos dimos cuenta de su capacidad de organización y liderazgo. Resultó además excelente bailarina. En una de las fiestas nocturnas en la terraza del albergue me sacó a bailar una salsita y mis habilidades quedaron cortas para su gracia y soltura. Pero igual disfrutamos y al conversar supe que aspira a hacer un posgrado en nutrición y genética en Inglaterra. La imaginé de inmediato en Londres, cultivando su ciencia, disfrutando la ciudad cosmopolita y quizá añorando un poco sus trópicos. Es una aventurera apasionada de la naturaleza y observadora de la belleza de sus detalles. A menudo se detenía, durante nuestras caminatas por playas, quebradas y senderos, a fotografiar piedras, troncos y hongos, entre muchas otras maravillas. Tenía sentido: observa detalles bajo el microscopio y los enfoca con el lente de la cámara. Cultiva la ciencia y el arte de lo diminuto en la naturaleza.
Katherine congeniaba bastante con Fabi pues eran amigas aventureras de viajes anteriores. Desde que desayunamos juntos, había notado su risa generosa y constante. Su alegría contagiosa no mermó en ningún momento del viaje. Su práctica del yoga, intuí, le daba equilibrio y profundidad a su jovialidad. Y aunque no bailé con ella en Cabo Blanco, en una salida grupal a bailar con la orquesta Son de Tikizia en San José, descubriría que era otra salsera excelente. De formación científica también, laboraba en una empresa privada, aunque quizá buscaría nuevos rumbos. Madre amorosa, se nota que educa a su niña con consciencia lúcida de los desafíos que aún enfrentamos en nuestra sociedad para dar un trato digno, respetuoso e igualitario a la mujer.
Por dicha Mario, su compañero, comparte esa sensibilidad y consciencia con ella. Juntos son padres de una chiquita encantadora. Mario es alto, musculoso, de cabello y barba rojizos y crespos. Su aspecto resalta a veces su aire un tanto callado. Pero se expresa con la mirada. Por ella le brotaba el amor en la reserva cuando miraba a Katherine o mostraba fotos de su hija. Cuando hablaba, lo hacía con cordialidad y mesura. Con sabiduría práctica, nos dio una charla grupal sobre cómo tendemos a escoger nuestros propios problemas y cómo podemos simplificar nuestra vida.
Aquella noche en la playa, Mario no estaba. Katherine explicó que se sentía un poco enfermo y se había acostado temprano. Se sentía su ausencia. Era como una de las estrellas escondidas por detrás del denso manto de nubes. Ya saldría el Sol, estrella de nuestros días, y reencontraríamos a Mario. En aquel momento me sentía dichoso de tener a mi lado a tres personas-estrella para disfrutar el canto del mar y la serenidad de la noche.
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