Un estudio reciente de una universidad que no conocía, y que existe hace trescientos años, dice que, gracias a un nuevo elemento de la tabla periódica y su mezcla con dos de los viejos conocidos, el universo entero ya puede compactarse en una cápsula y ser llevado en la palma de la mano. Pero no dice sólo eso, que ya es mucho; según el equipo científico del laboratorio principal podemos ingerirla, hacer digestión y, como es apenas obvio, alimentarnos de ella. Ya, el lector avezado, habrá concluido que, si podemos hacer con ella como con un vaso de agua, que es el universo en estado líquido, supongo, nos convertiremos, más temprano que tarde, en el universo mismo.
Pero, me lo pregunto recién ahora, ¿qué deberemos hacer cuando tengamos conciencia de ser ya el universo en sí?. Y lo pregunto porque se me antoja otra duda: si lo seremos luego de ella, no lo seríamos también antes de ella, no lo estaríamos siendo ya mismo, estas palabras no serían, pues, el universo en su totalidad. Es decir, porque esto es un laberinto casi imposible y mientras más avanzo más retrocedo, me pregunto, si la cápsula que contiene el universo fue por fin inventada, yo podría creer que todo lo que está afuera de ella también es el universo mismo y no sabríamos, a ciencia cierta, en dónde está el universo si, y aquí vamos de nuevo, él se contiene a sí mismo infinitas veces hasta donde nuestros sentidos no lo pueden percibir.
Antes de llegar a cualquier conclusión científica, y sobre todo artística, o de no llegar a ningún lugar, como fuere lo ideal, ya que sin remedio nos convertiremos, más temprano que tarde, en el universo mismo, quisiera decir que, de ser posible, no quisiera contener en mí a la humanidad. Que la cambio por toda la literatura de la historia. Esperemos que el universo me permita semejante canje, semejante desliz.
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