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arturo serna
Photo by: Marco Verch Professional Photographer ©

Estado de excepción

a Esteban Ierardo

Cerca de la esquina hay un policía que vigila día y noche. No tiene descanso.

Bajo la escalera del edificio y miro por la rendija de la puerta. En la calle, no hay nadie. Cada tanto escucho el rumiar de los escasos autos en la avenida.

Salgo a la vereda y el poli mira de costado. Traspaso la esquina. El poli me saluda. Me conoce. Somos vecinos desde hace muchas horas. Él sabe que vivo aquí como un sobreviviente. No conoce mi historia pero yo sí tengo información sobre la suya.

El subte está cerrado. Tengo que caminar muchas cuadras para acceder a la entrada permitida.

Cuando llego noto la intemperie. ¿Cómo hacer para conseguir un mínimo de exterior en este estado? Muchos años he perseguido esta situación y ahora que la tengo –no por mérito propio sino como efecto de esta enfermedad provocada— siento un dolor agudo en todo el cuerpo. No hay nada peor que la vigilancia permanente. Nos tienen acorralados.

El estado de sitio se ha declarado. Hoy la excepción es la regla.

Estamos en una guerra. ¿Quién es el principal ganador de esta batalla invisible y silenciosa? Vence el capitalismo. Nos tienen sometidos. Nos amenazan por televisión. Vivimos en el control total.

En la entrada del subte hay otro poli que me mira y me pide documento. Se lo doy. Me pregunta dónde voy. No tengo explicación. Me pide que regrese a mi casa. Me empuja y me caigo. Tengo las rodillas marcadas. Me sigue con la mirada. Me levanto y camino como un perro durante una hora. El poli de la esquina sonríe. Ya sabe lo que ha ocurrido. Me saluda con una venia.

Subo las escaleras, dolorido y agobiado. Sé que mi destino es el encierro involuntario. Es el efecto de un virus creado en el laboratorio ciego de un capitalista. El objetivo es aislar, paralizar, debilitar el lazo social. Y lo están logrando. Somos los insectos de un laboratorio masivo, industrial, en tiempo real.

Pronto no habrá más experimentos. Cuando la vida está en juego, la ciencia no importa. ¿Qué función tiene un filósofo en estas circunstancias? Es un obstáculo. Su contribución es anunciar y profundizar la confusión.

Trato de quedarme en casa y no pensar. El pensamiento es el principal veneno. Quisiera convertirme en un Demócrito inverso: quisiera quitarme el pensamiento para poder vivir. Pero no soy lo suficientemente valiente. Estoy atado a mi cuerpo. La salvación es ganar la batalla mínima contra uno mismo.

Tengo la sospecha de que no lo lograré. Si no aguanto, ya sé cómo terminar esta inminente tragedia.

Cruzo el umbral y escucho, apenas, las voces de los hijos de mi vecino. Ellos me miran por la rendija de la puerta. Sé que me vigilan. Todos somos eso: un ojo para el otro.

Voy a la cocina y busco el paquete que tengo sobre el techo de la heladera. El sillón del living tiene marcas de puchos en todos lados. Saco un pucho y me instalo en el balcón. La ciudad es un plano mudo y sordo, aislado de la muchedumbre peronista. ¿Dónde estará el equipo del payaso? ¿En qué altillo están tramando la invasión? ¿Qué hace un peronista en el aislamiento obligado? Los peronistas se ponen como locos en el desierto del domingo. Pierden su función.

Vuelvo al living. Tiro el pucho sin medir el lugar. Me niego a encender la pantalla. El juego del control se transmite por televisión.

Como dice ese escritor argentino: hasta los paranoicos tienen enemigos. Yo soy un paranoico y soy mi propio enemigo. Además, contra el capitalismo no hay arma posible. Somos su principal presa y su principal alimento.

Hubo una marcha anti barbijo. Tenemos dos plagas en este invierno: una es el peronismo. La otra es la de los anti barbijo. ¿Quién nos salvará de todo esto? Ya no hay línea en el horizonte ni crepúsculo. Solo hay control y encierro. Necesito el subte: un túnel para pasar a otra dimensión de la realidad. El resto es el arte. Apenas nos queda el silencio de Shakespeare.


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