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Houda Bakkali
Houda Bakkali

Está de moda predicar…

Está de moda predicar, pero no dar trigo. Está de moda la filantropía, pero con un selfie de por medio. Prodigar al mundo la limosna que damos con recelo sólo porque nos sobra. Está de moda la caridad bien documentada, esa que se hace en lugares lejanos y que no se tiene con el vecino. Está de moda decir te quiero con un corazón virtual, aniquilando el sonido armónico de las palabras. Está de moda conversar con esos iconos incalificables. Está de moda saberlo todo, opinar de todo, corregirlo todo, cuestionarlo todo, pero sin profundizar demasiado en nada, porque eso quita tiempo a lo verdaderamente esencial, atender a los submundos de ese artilugio diabólico llamado móvil, por cierto, nuestro nuevo mejor amigo. Está de moda la figura del genio universal, pero esta vez no crea obras magistrales como Leonardo o Miguel Ángel, si no que empeña todo su intelecto en nutrir de seguidores anónimos unas redes sociales que parecen ser de todo menos sociales. Está de moda estar de moda, pero la moda, como la juventud, es tan solo un mal pasajero. Lo verdaderamente extraordinario es ese resurgir del genio universal, más globalizado que nunca, más ególatra que nunca, más gurú que nunca y más patéticamente deshumanizado que nunca. Ése que presenta su vida orgulloso a través de filtros imposibles. Ése que conoce a la perfección la ley de la nueva selva. Ése que dicta las pautas de cómo ser, qué hacer y cómo perdurar en el reino de los elegidos. Ése que se interesa por las opiniones de los demás siempre que comulguen con las suyas propias. Ése que maneja las reglas de cómo salir bien en la foto y de cómo pasar por el mundo sin mancharse. Ése que lo único que verdaderamente le preocupa es el barniz estético y vivir bien. Que mira al mundo por encima del hombro, apiadándose de él, rebuscando más tuétano que chupar antes de dar la patada final. Aquél que encuentra sin remordimientos su felicidad en la derrota de los demás y que a pesar de todo siempre vuelve, porque como ya sentenció Gabriel García Márquez: “la vergüenza no tiene memoria”. Ése que representa a una especie genuina que en realidad ha existido siempre, pero que evoluciona a pasos agigantados y que tiene una extraordinaria capacidad de adaptación. De hecho, es la especie que sobrevive en mejores condiciones. Mientras, el Coronel sigue en algún lugar esperando que le escriban, observando a su gallo de cabeza pequeña y pluma enmarañada. Mientras las piedras hierven saciándole la curiosidad a los vecinos y el mundo sigue despertando cada día sin planificar, con la magia de la incertidumbre, con las maravillosas arrugas del tiempo, con las palabras armónicas y las flores de la felicidad. Con las gentes anónimas de miradas honestas que también pasan por nuestras vidas. Con las historias inagotables de los libros. Sin desafección y con nostalgia alegre. Con esa apetecible sensación de ser simplemente uno más. Con esa apetecible sensación de sentirnos libres.

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