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Miguel Sabater
Miguel Sabater

Esperando al Quijote

Tal vez nuestro vivir, como el de Alonso Quijano, el Bueno, es un
combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados…

Azorín

La ruta del Quijote

Joaquín, un amigo mío residente en Sevilla, me ha enviado un e-mail para que le haga el favor de recibir y hospedar a Don Quijote, que quiere venir a La Habana, pero no en carácter de personaje célebre sino como turista, y Joaquín me ha pedido le sirva de guía.

Cuando leí el mensaje por poco muero ante la computadora. No podía creerlo, pero no porque me asombrara de que aun viva el Quijote, pues quien realmente murió fue Miguel de Cervantes. No lo creía porque Joaquín sabe que entre el Quijote y yo no es posible distinguir a quién le faltan más tornillos en la cabeza. 

Nada faltó para que le respondiera inmediatamente que no; pero me contuve. Pensé, “Miguel, analiza y tómate un tiempo antes de responderle. Ten en cuenta que el sevillano ha sido contigo muy generoso. No hay un libro que le pidas que no te envíe”

Quiero analizar los pros y los contras de esta visita. En realidad más los contra que los pro, pues el Quijote se las trae. 

El primer problema se me presentará acabadito de él llegar al aeropuerto. Cuando la gente lo vea arribar se formará el acabose, pues no se trata de Chicho el cojo o Juan de los Palotes. Es el Quijote, que hasta los niños conocen.

Otra preocupación es sobre su modo de trasladarse. No sé si lo hará con Rocinante o ya se acostumbró a los automóviles. Es probable que, habiendo llegado hasta nuestros tiempos, use automóviles; pero el Quijote es un tipo aferrado a sus tradiciones, no prescindirá de Rocinante, porque el caballo y él son casi una misma cosa. Quizás quiera pasear con Rocinante por La Habana Vieja o por el Prado. ¿Y yo? ¿Tendré que hacerle un poco de Sancho y buscarme un burro? 

¿Y dónde lo hospedo? En mi casa hay un cuarto vacío, pero la ventana da para una casa donde vive un señor mayor que convive con un perro. El señor, un tipo bilioso, pasa el tiempo regañando al perro; y el perro, que era muy bueno, por supuesto se cansó y ahora le ladra al señor. El viejo grita y el perro ladra. El viejo lo regaña y el perro llora. El señor le da y el perro lo muerde. Esa matraca es el día entero. Sus escándalos se oyen en la madrugada. Los vecinos nos acostumbramos a ellos; pero si le habilito ese cuarto al Quijote, no podrá descansar. Tendría que ofrecerle el mío y yo pasarme para el otro. Pero la ventana del cuarto mío da para la ventana de la sala de otra casa donde ponen música a todo dar.   

El otro problema sería el rompecabezas de carácter nutricional de muchos hogares cubanos. ¿Qué come el Quijote? ¿Fabada? ¿Lentejas? ¿Garbanzos con chorizos? ¿Liebre? ¿Cordero? Además debe tomar vino, desayunar algún jugo o leche de cabra o de vaca, y seguro le gusta el queso. Y yo no tengo presupuesto para complacerlo.

Lo más preocupante será cuando saque a pasear al Quijote, pues no estamos hablando de un existencialista cuya indiferencia ante la vida haría que nada le importe.

Usted sabe quién es el Quijote, un hombre obcecado por el recto sentido de la justicia y del orden; curioso, preguntón, vehemente, idealista, que anhela que el mundo sea perfecto, que todas las personas sean buenas, que la gente viva como merece y no haya sufrimiento… Figúrese… salir con una persona así a la calle en estos tiempos, y andar con él por La Habana, para mí será muy estresante. De lo primero que se quejará es de nuestros baches. Si confundió los molinos de viento con gigantes, bien podría creer que los baches son trampas puestas en la vía pública para que los carros se atasquen y sean invadidos por ocultos enemigos. 

Podría darle un recorrido por La Habana Vieja, claro, disfrazado de árabe o algo así cuyo atuendo impida el menor asomo de sus peculiares rasgos físicos, y maquillarlo, por supuesto. Pero ello solo cambiaría su apariencia, no su modo de ser y, por lo tanto, no evitaría sus posibles reacciones ante los diversos y complejos estímulos de nuestra realidad, que solo hay que nacer aquí para entenderla o para que, sin que la entendamos, la soportemos.

¿Cómo entender, por ejemplo, que alguien necesite orinar, y busque y busque un baño público como una aguja en un pajar? ¿Qué pasaría si el Quijote sintiera esa imponente necesidad, porque su próstata no es la de una persona de veinte? ¿Con qué cara le diría yo a ese hombre que no hay un baño público, habiendo tantas ofertas para turistas, tantos hoteles, tantos restaurantes y cafecitos? ¿Por qué le daría al Quijote en una situación como esa? ¿Realizaría su necesidad fisiológica en una de las columnas públicas como los perros? ¿Protestaría y daría un bateo? La única solución que se me ocurre para evitarle ese problema, sería convencerlo para que salga a la calle con una sonda puesta, o que se ponga un culero desechable. Pero ¿y si con esta razonable propuesta lo ofendo? Cuando se viene a ver me atraviesa con su lanza. Porque esa es otra: es irascible y violento.   

Pero con eso no acabarían los problemas, pues cuando lo pasee por el boulevard de Obispo, desde El Floridita hasta la Plaza de Armas, en cuyo trayecto hay una gran cantidad de centros comerciales bien conservados con grupos musicales que interpretan canciones criollas y todo es color de rosa; seguro que el viejo querrá caminar por las zonas circundantes, pues suele comportarse como un minucioso periodista. Y ahí es donde comenzaría la cosa.

¿Usted imagina que al Quijote le de por andar… por ejemplo, por Compostela o Aguacate, o cualquiera de esas calles de La Habana Vieja, da lo mismo, y vea a la gente haciendo vida de esquina o en las puertas de sus casas, en short y chancletas desde horas tempranas de la mañana, sobre todo hombres y jóvenes en horas laborables; y otros cargando cubos o tanques de agua mientras hablan un español a lo cubano y de los bajos fondos…? ¿Qué entenderá cuando oiga decir «qué bolá, acere», y a un hombre que le diga a otro: «mi consorte, ayer me fui con la jeba a la Tropical y me di cuatro palos y aquello fue candela…»?

Póngase a pensar nada más que a ese hombre tan curioso y empecinado, se le ocurra pasar a algunos de los solares cuyas entradas abocan en nuestras calles como sinuosos intestinos, y vea como allí viven la gente…, ¿cómo puedo detenerlo para que no entre? ¿Cómo explicarle para que entienda una serie de particularidades económicas, sociales y hasta culturales por las cuales persisten esas situaciones de penuria y esos impresionantes ambientes marginales?

¿Y si penetra en uno de esos albergues donde hace años y años viven personas esperando a que un diiiiiiia le den una vivienda, entre ellas ancianos y niños? ¿Cómo reaccionaría el célebre personaje de Cervantes cuya misión al andar por las tierras de Castilla-La Mancha, fue querer acabar con toda persona o circunstancias que hicieran infelices a los hombres?

¿Y cuando observe en las esquinas y portales públicos a los viejitos jubilados vendiendo jabitas de nailon, paquetes de café, bolsas de leche o maquinitas de afeitar, y les pregunte por qué, en lugar de descansar, se dedican a eso? Habrá alguien que le informe que no les alcanzan sus pensiones. ¿Y cómo reaccionaría el Quijote? Su mente delirante sería capaz de convocar a un grupo de jubilados para que les cuenten sus vicisitudes, y luego dirigirse como todo un caballero a que le den respuestas del caso en algún ministerio.

Es que me pongo a meditar y casi no habría nada por lo que él no proteste, pues si lo llevo a que constate los negocios de los cuentapropistas, cuyos oficios reflejan las nuevas políticas y alternativas económicas que auspicia el Estado, creo que no le gustará esos timbiriches donde se ofrecen las mismas ofertas expendidas en las puertas y ventanas de las casas, y las tiendas de ropa y calzado en portales y salas de viviendas… Tal vez diga algo así como que La Habana parece una feria muy mal improvisada. Y querrá exigir espacios más adecuados para esos mercaderes, que diversifiquen y mejoren las ofertas y que se creen empresas mayoristas; ¿pero quién le haría entrar en razones de que ello por ahora no es posible, que ya con eso es bastante aunque cualquiera se da cuenta de que es insuficiente?

Alguien me dirá:

-Sencillamente le explicas que gran parte, si no toda, de esa realidad, es consecuencia del bloqueo económico a que nos han sometido durante más de cincuenta años que nos impide el desarrollo. Y aún así, le dices que nuestros servicios de salud y educación son gratuitos. Y le dices más. Le dices que el primer libro publicado por nuestra imprenta nacional fue precisamente El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha.

Vale. Creo que el Quijote entienda las diversas y duras consecuencias de un bloqueo económico, y apreciará como una decisión muy sabia y justa que ese primer libro editado fuera el de su padre Cervantes; pero tampoco es ingenuo. Demasiado sagaz y observador para dejarse convencer e impresionar tan fácilmente, a pesar de ser muy emotivo. Estamos hablando de un hombre tan notable por su legendaria locura como por la profundidad de su pensamiento.  No creerá que todas las problemáticas que haya constatado entre nosotros se deban solo a ese penoso y dilatado bloqueo. Pensará que es como querer echarle siempre la culpa de todo al gordo o al negro. Como el hombre original que es, después de andar algún tiempo en La Habana, sacará sus propias conclusiones, y me parece estarlo escuchando decirme:

—Si vosotros no lucháis a brazo partido contra el bloqueo de adentro, poco podréis contra el de afuera, pues no hay peor cuña que la del propio palo.

No, con el dolor de mi alma no puedo… Sería un privilegio incomparable conocer al Quijote. Aprecio su entereza de principios, su férreo sentido de la justicia, su elevado pensamiento, su ideal de la belleza y del hombre y la magnitud de sus sueños; pero no puedo responsabilizarme con un hombre como él. No puedo comprometerme con mi amigo Joaquín con que estaría dispuesto a recibir al Quijote en el aeropuerto para hospedarlo en mi casa, y mucho menos servirle de guía en sus andanzas por La Habana; con lo majadero que es, me voy a buscar un problema. De que me lo busco, me lo busco.

Total, el Quijote nunca será plenamente comprendido en ninguna parte de la Tierra, aunque notables personalidades del arte y la ciencia recuerden su humanismo citando frases suyas en la ONU, en discursos académicos y conferencias de prensa, y los gobernantes ordenen que se publiquen sus aventuras y que de él se hable en las escuelas. El Quijote siempre será eso: una oportuna y a veces hasta hipócrita referencia. Un hombre como él, a pesar de lo sabio y simpático que es, llegaría a molestarle casi a cualquiera. Demasiado reino soñó para tan poco mundo.    

Le voy a responder a mi amigo Joaquín que lo siento. Yo no puedo hacerme cargo de este hombre, aunque quisiera…

Pero tampoco, caraj, Joaquín merece que le haga eso. Uno puede tener ciertos defectos, pero si hay uno imperdonable es la ingratitud… Le voy a escribir ahora mismo:

«Querido Joaquín: Dile al Quijote que venga. Veremos cómo nos las arreglaremos. Lo único que te pido es que, para sostenerlo aquí, me envíes unos euros. Un abrazo, M. Sabater» 


Photo Credits: Fondo Antiguo de la Biblioteca de la Universidad de Sevilla

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