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Mario Blanco
Photo Credits: Karen Cox ©

El Esclavismo fue racista ¿y las Monarquías?

¿A qué me refiero con el título? Pues veía semanas atrás las inquietudes y manifestaciones reflejadas en la sociedad estadounidense, en particular en Charlottesville. Se debatía sobre  la necesidad o no de mantener estatuas de figuras históricas, que tuvieron cierta relación con la esclavitud en un grado mayor o menor; concretamente si los personajes representados fueron o no esclavistas, si dieron la libertad a sus esclavos y en cuál bando lucharon durante la guerra civil de ese país, en el año 1867.

La historia es sencilla y compleja según como se mire o estudie. Los mejores historiadores son aquellos que logran apartarse de un bando y de otro, y tratan de ajustarse lo más posible a la verdad. No soy historiador, sino un lector, por lo tanto analizo las circunstancias desde otro ángulo, quizás el humano, social,  práctico, y de allí mis consideraciones.

Sobre ese tema ¿quién tiene la razón? ¿Respetamos las obras, en este caso los monumentos, que en un momento determinado las sociedades, o más bien los gobiernos de turno, erigieron en homenaje a determinadas figuras históricas que jugaron su rol en esas y otras  contiendas, o las derribamos, porque el derrotero de sus vidas y su posición política no se conjuga hoy con nuestra forma de pensar?

He ahí la gran discordia y la enorme disyuntiva de la sociedad estadounidense actual. Días atrás leía una propuesta de un periodista que aconsejaba no tumbar las estatuas sino situarles al lado otras formas alegóricas que contrastaran con la postura mantenida por el héroe o la personalidad representada.

Honradamente creo que sería una decisión bien compleja, y pienso que los países aún no han conformado un mecanismo de consulta popular, real, práctico  y bien democrático, a través del cual se pudiera conocer la forma de pensar de la mayoría y a partir de eso tomar decisiones y eventualmente definir leyes y reglamentos.

Pero hay otra situación sobre la cual tengo una firme convicción y que, a estas alturas de la humanidad, considero bochornosa y vergonzante. Me refiero a la clásica y poderosa realidad que existe aún en varios países respecto a los derechos monárquicos. Reconozco que varios de esos países representan, quizás con cierta paradoja, una democracia estable, con una sociedad respetada y un progreso económico mantenido. Entre ellos puedo citar a Suecia, Bélgica, Dinamarca, Japón, Reino Unido, por solo mencionar algunos dentro de los cuarenta y cinco en los cuales, todavía hoy, la jefatura del Estado es vitalicia o designada según un orden hereditario.

Pero resulta para mi inaceptable, a estas alturas del progreso humano, que aún se mantengan conceptos tan retrógrados como el de Rey y Reina por sucesión. Se me parte el corazón cuando, como persona de habla española, pienso que mi procedencia viene de un país que mantiene esa tradición. Vivo hoy en otra nación que me acogió como un padre a un hijo, después de la decisión más importante de mi vida, la de abandonar el terruño donde nací, y en el cual no existe ese arcaico sistema sino otro tan o más retrógrado aún. Encontré en Canadá la felicidad y el futuro que buscaba para mi familia, y también aquí, de cierta manera, el manto monárquico arropa el sistema político. Me resulta en lo personal muy desconcertante que determinadas personas sin una consulta y aprobación  popular, asuman posiciones estatales por derecho familiar, gracias a una herencia per sé.

¿Dónde están el desarrollo de la mente humana y de la sociedad actual ante estos hechos que muy pocos exponen, pues tal parece que se comete sacrilegio mayor al hablar de la necesidad de modificar esa estructura?

No estoy discutiendo ni poniendo en dudas la capacidad o no de un reino, pero hoy en día los méritos sociales, políticos y de liderazgo deben ser demostrados, antes de darle a cualquiera la enorme responsabilidad de representarnos. Ojalá los pueblos se rebelen e impongan la democracia participativa contra esto que, al final, no es más que una forma también de racismo, solo que a la inversa pues deriva de la imposición de una casta.


Photo Credits: Karen Cox ©

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