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arturo serna
Photo by: Crusty Da Klown ©

Escéptico y paranoico

En estos tiempos ser escéptico y ser paranoico es lo mismo. Todo puede ser mentira o todo puede ser el resultado de un engaño pergeñado entre muchos son afirmaciones similares y que provienen de dos fuentes distintas pero complementarias: el escepticismo y la paranoia.

Yo fui escéptico desde niño, desde que vi por primera vez a mi madre reunida con los impostores de la sociedad de espiritistas.

Y hoy, frente a esta conflagración capitalista, podría decir que no puedo escapar a la paranoia. Mi vecino es sospechoso, el presidente es sospechoso, los ricos del mundo son sospechosos. Nadie puede asegurar que Trump no esté armando una guerra suicida contra China para quedarse con el resto del mundo. Nadie puede decir hoy que este virus inmundo no sea el fruto de una lucha fría, secreta y egoísta entre los dueños del dinero.

Las cucarachas y los poderosos son idénticos. Ambos grupos reviven en la basura, en la miseria, en la podredumbre. Y son los principales beneficiarios de los cadáveres que nadan en las aguas infectas de las ciudades desiertas.

Mi sospecha puede ser cierta y así llegamos al punto clave. Lo mejor sería desaparecer, como Majorana o como Ada Falcón. Huir del mundo y esperar en la luna.

Ahora que los necesito no están: el payaso y su amiguito físico están recluidos o están en la cama como dos cobardes, como dos sibaritas del placer sexual. En estos días he deseado más que nunca viajar y quedarme en el pasado. Ir hacia ese tiempo en el que el mundo era más turbio, las antenas no transmitían la verdad y los parlantes gritaban el ruido encubridor. En mis mejores días, el pasado era un refugio vano y calmo. En aquellos días ufanos y débiles los poderosos no exhibían tan abiertamente sus tentáculos ridículos.

El pasado era una cueva platónica, un balcón de aire fresco. El presente de la calle, en cambio, se ha convertido en el puño de la amenaza.


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