Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Silvina Lopez Medin

Extractos de «Esa sal en la lengua para decir manglar»

Breve historia de los tíos del norte

Destrozo sobre destrozo:
el asfalto, el viejo mercedes benz, los tíos adentro
todo chirría y ese árbol
creció de más, está estallando la vereda
su sombra tapa todo
parece un lapacho o una madre. De fondo siempre
ladridos, el perro años en el playroom
devoró muebles, fotos, un dedo
hay que gritar encima
para escucharse, disfónicos
salen al balcón en busca de felicidad, de un río
aunque no hay río no hay mar
hay raudal
agua que arrastra y rompe, y sigue la tormenta.

Pero si hay sol
barren las hojas
espían con largavistas a vecinas
un bretel, un escote, un lunar
de lejos no es falso
no se ve el polvo que recubre.
Abren baúles, visten
del tiempo de la madre
cuando había silencio, no perro
no árbol gigante
ropa que sobra o aprieta ¿duele?
leen juntos el final del cuento
donde todos así vestidos
fuera de tiempo
se tiran al mar
pero ya lo dije, acá no hay mar
no saben qué hacer con un final así.

 

Como ese cumpleaños al que llegamos tarde

Y al preguntar por la tía enferma
una prima dijo “tenía sueño, se fue a dormir”
por la forma en que miró el rincón
donde una nena chupaba restos
de corazón de torta
pegados a una vela, supimos
no la veríamos otra vez.

Alguien hizo con los dedos un hueco
probó encender la llama que el viento apagaba,
alguien recogió del suelo uno por uno
pañuelos de papel,
alguien tomó papel y lapicera
pero la tinta no salía,
alguien dejó su pálido rouge en el borde de una copa,
alguien frotó el círculo de esa copa marcado en la madera,
alguien miró la madera y dijo “Oh”
cuando no había
de qué asombrarse, antes
de que otra nena
saliera de su escondite bajo la mesa y de un tirón
del mantel
arrasara con la medida de esos gestos.

 

La conversación

Había memorizado
las formas de encajar
el cuerpo en las palabras
cómo hacer un relámpago
de una mínima risa
incrustar cada tanto
el nombre propio
en busca del punto firme
de la piedra
donde comienza el salto a la otra orilla.
Había hecho todo
pero todo
fuera de ritmo
como quien ve un cartel que señala
una montaña y piedras
piedras que caen,
no sabía detener ese derrumbe.

 

Desayuno

La mesa entre nosotros
cada cabeza en su libro
levanto la vista
das vuelta una página
tomás un sorbo de café
mirás el charco negro que hay en el plato
al apoyar la taza una gota salpica tu manga
das vuelta otra página
das una pitada la ceniza al borde de quebrarse,
empujo el cenicero hasta tu lado de la mesa
el ruido del cenicero al deslizarse
te hace levantar un instante los ojos

mi boca deja salir
un humo que no alcanza a tomar forma y tu mirada otra vez
sigue de largo

cierro mi libro
giro la rueda metálica del encendedor
ese chasquido, ese chasquido.

 

Como y duermo con un desconocido

Lo que un avión permite:
el filo moderado de un cuchillo,
dos o tres formas de acomodar el papel metal
plegado prolijamente o hecho un bollo, las mismas formas
de acomodar el cuerpo en el asiento
ahora que la azafata apaga las luces sin palabras de despedida
como una madre severa o muda,
esta cabeza desconocida no encuentra el lugar
no se entrega al sueño
cae en mi hombro, se levanta
prudente oscilación
del vino en la copa descartable
no cruzamos palabra
pero algo cruza cada tanto
la frontera del apoyabrazos
mi mano que alcanza
la copa a la azafata, o el ritmo de esa respiración
que se agrava, se resigna
se quedó dormido, pienso
pero quién
se quedó dormido
no tiene nombre
se quedó dormido
insisto y mis párpados
se van cerrando
como una madre cierra
lentamente la puerta
hasta escuchar el click
mi cabeza cae, estoy
en el hueco de un hombro.

 

Notas para un fado

intervalo: un hombre viejo, viejo
aferrado a un papel
repasa su letra
la punta del zapato
se acerca y se aleja del piso
marca el ritmo, ya no marca
insinúa, en parte ha perdido
el control del cuerpo, lo que queda
entre el piso y su pie
¿es ese el espacio entre las cosas
que Cage pedía no olvidar?
el hombre viejo avanza
lento en su estar
un poco desprendido del entorno
se aferra al micrófono, sonríe
hasta que encuentra
el compás del canto
a veces se le va una frase o la voz,
nosotros con pies firmes sobre el suelo firme de la taberna
en cada silencio le soplamos la letra,
todavía creemos en la necesidad de completar.

 

Royal Enfield

Si pudiéramos permanecer
en el abrazo desmedido que exige una moto
pensás mientras cruza
el asfalto un perro
como una mancha negra,
la cabeza acostada
a ver cómo suena en su espalda
la velocidad, van quedando atrás
las copas de los árboles y apretás con más fuerza
ahora que te persigue
una idea: a la sombra de esos árboles
dejarán el cuerpo de la moto
cromado que resiste la corrosión
y caminarán
cada uno aferrado a su propio casco.


Poemas pertenecientes a Esa sal en la lengua para decir manglar, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2014.

Hey you,
¿nos brindas un café?