Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Maria del Rosario Lara

Esa no era yo

Las mandíbulas se le apretaron una contra la otra como si lucharan entre sí, el cuello se le incendió como estopa ardiendo furiosamente y la mirada se le engarrotó como si una ola de aire frío le hubiera dejado caer su helado aliento sobre el rostro.  El rencor y la frustración ocultos tras la indiferencia por el rechazo reaparecieron con la fuerza de la intimidad que los acompañó cuando los experimentó por primera vez.  Tras descifrar el mensaje de su página de facebook, intentó explicarse las razones de tan inusitado acontecimiento.   Ningún argumento resultó suficiente y abandonó el empeño.  No valía la pena averiguar los motivos, pues lo otro era lo más importante, pensó satisfecha.  Libre de la sorpresa y de la curiosidad, su cuerpo se fue distendiendo a la par que hacía espacio para la alegría; por fin le llegaba la oportunidad de poner las cosas en su lugar: su examiga le pedía reavivar la amistad abatida hacía un par de décadas con la fuerza que sólo apunta en una dirección. Las cosas nunca regresan a su estado original; entre el principio y el final hay mucho dolor y humillación.  Ahora me mandas una solicitud de amistad como si mis emociones no valieran nada. 

La última bala le atravesó la cabeza y el venado se desplomó sin ninguna resistencia. El tiro fue tan certero que ni siquiera fue consciente de su propia muerte. Y el cazador tampoco supo el significado de esa muerte calculada, pues todo él fue puro deseo de dilatar su prestigio de buen tirador entre sus compañeros de andanzas.  Sin embargo, el hecho, que para el hombre fue únicamente un juego consigo mismo, constituyó una pérdida frente a la cual el bosque no pudo defenderse.  El bosque no vio venir la tragedia; y, cuando por fin la entendió, su tristeza se reflejó en la alegría del hombre.  Y en la exclusión de los sentimientos quedaron unidos cazador y paisaje. Elisa recordó aquello de que el movimiento de un pétalo vibra en la noche de una estrella en particular, cuya luz nos llega de lejanías inimaginables.  ¿Dónde lo había leído o escuchado?  Y en la luz pétalo y estrella quedaron entrelazados para siempre.

Elisa no podía precisar el momento exacto del rompimiento con su amiga.  Sencillamente sucedió sin que se hubiera percatado, y cuando por fin tuvo plena conciencia del hecho, ya era una realidad consumada.  Sin embargo, la ruptura no significó la separación de ambas, pues la humillación de Elisa quedó pegada a la altanería de su examiga.  Tarde o temprano los hechos se evidencian por la fuerza de su propia naturaleza.  Yo me di cuenta muy tarde, cuando ya todo había pasado.  Si me hubieras avisado, me habrías ahorrado la vergüenza de creer que seguías siendo mi amiga y habría actuado en consecuencia.  Esa era una salida justa y digna.

El viento llega a provocar con tal ímpetu a los objetos del mundo que no tienen más remedio que responderle.  Las puertas se azotan y los cristales de las ventanas se cimbran en las réplicas a la voz fuerte del viento, voz de mando; y las ramas de los árboles se hinchan en un movimiento constante de ida y vuelta hasta tocarse entre sí, produciendo crujidos capaces de espantar hasta el más valiente de los hombres, pero no al viento.  Al principio, el hombre parece no darse cuenta del drama entre el viento y las cosas del mundo.  Pero, en algún momento deja de ser sordo y ciego.  ¿Cuándo empezó a ver y a oír?  Luego, se acostumbra a la guerra entre las cosas y a sus sonidos y vuelve a ser ciego y sordo hasta que un acontecimiento, uno cualquiera, no importa cual, lo saca de su resaca y; entonces, entona poemas a los dioses.  Y en los poemas se unen el drama de la vida de los hombres, del viento y de las cosas.  Y en los poemas el viento lucha por doblegar al mundo y reduce las puertas a meras estacas esparcidas por senderos que ya no distinguen los umbrales de salida y de entrada; y en los poemas las ventanas también sufren la embestida y no les queda más remedio que aceptar la agresión: espejos que ya no reflejarán mundos íntimos; y en los poemas los árboles luchan contra la agresión y entonan melodías desafiantes al ir soltando sus hojas, abanicos parlanchines; y en los poemas los hombres se esconden en la vulnerabilidad de sus hogares creyendo escapar del encono del viento.  Pero nuevas voces humanas convertirán las estacas en hombres de madera, buscadores de horizontes primigenios, y los espejos serán torres de marfil alzándose en la lontananza, y los árboles se volverán cantores de armonías amigas y los hombres conciliadores ensartarán las hazañas del viento y de las cosas en la cadencia de poemas sagrados.  Podría bloquearte, pero no lo voy a hacer; por fin verás quién venció al final.  Creías ser la más inteligente de todas las del salón y mirabas mi timidez con el desdén del que se piensa superior.  Te regocijabas cada vez que maltratabas mi dignidad por mi falta de pericia en el arte de andar en bicicleta y eras pura soberbia cuando Pilar te pedía ayuda para resolver los problemas de matemáticas y nos lanzabas a la cara tu audacia de escaparte con tus amigos sin el permiso de tus padres y nos obligabas a permanecer calladas y Pilar y yo mirábamos con codicia tus escapadas, tambien queríamos vivir la aventura.

Un día Elisa sintió una opresión en la boca del estómago.  Su amiga ya no la invitaba a sus reuniones; los chacoteos y chismorreos de los recreos escolares y de las pláticas telefónicas de las tardes quedaron suspendidos sobre la nada en un abrir y cerrar de ojos.   Un día Elisa se enteró de la verdad.  Las cosas le hablaron con la clemencia del sabedor. Ella las escuchó y su respuesta fue búsqueda de un refugio que la protegiera del viento.  Un día Elisa encontró el refugio y ahí empezó a imaginar un largo poema.  Y en el poema escondió la humillación de quien no pudo defenderse.

El hombre se paró frente al jefe en medio de la oficina.  El abrigo, desgastado por el uso, caía desgarbadamente sobre su cuerpo.   De repente, y sin que pudiera evitarlo, un botón salió rodando por el piso dejando libre la vergüenza del hombre.  El jefe rehuyó la escena y su mirada se clavó en la puerta al no saber qué hacer con la humillación de su empleado.  Tampoco supo dónde esconder la superioridad que le otorgaba su traje impecable y que el botón cayendo del abrigo del otro le confirmaba.  Elisa no recordaba dónde había leído ese pasaje. ¿En Humillados y ofendidos o en Crimen y castigo

Hacía mucho calor y el sol estaba en todo su esplendor, era como si no existiera ningún poder que pudiera menguar su luz. De repente, toda la calle se llenó de risas y gritos y apareciste subida en un coche con tus nuevos amigos y sacaste la cabeza por la ventanilla del copiloto y te llevaste el dedo a la boca.  Entendí el gesto, debía permanecer callada, no decirle nada a nadie.  Deberías estar en la clase de piano, pero aprovechabas la confianza de tu madre para irte con tus amigos.  No pude reaccionar y sólo te seguí con la mirada, humillada porque me relegabas al papel de mera espectadora de tu felicidad.  No me gustaba ser testigo de tus aventuras.  No era justo que me pidieras favores como si yo te debiera algo. Si mi madre hubiera llegado a tiempo, me habría ahorrado el bochorno.  La maldije porque sin querer me expuso a tus desdenes. 

Un día el hijo salió de su hogar para no regresar jamás.  Al año de no saber nada del desaparecido la familia aceptó el hecho de que no lo volverían a ver.   Durante todo el año de la búsqueda la vida familiar giró en torno al fugitivo.  Hablaban del ausente, de los motivos que pudo tener para abandonarlos de esa manera, de los nuevos amigos y de la comunidad cristiana a la que se había afiliado. Rechazaban instintivamente la posibilidad de un secuestro. La familia se hizo a la idea de que estaría viviendo en alguna de esas comunas de tintes escatológicos.  Un día la madre decidió borrar el recuerdo del hijo ingrato y no volvió a mencionarlo.  Otro día escondió todas las fotografías del hijo y las enterró en el sótano, en el viejo armario de las cosas en espera de la salvación.  Una mañana de domingo, durante el desayuno, le comunicó a la familia que empezaría a vivir de nuevo.  Todos entendieron el mensaje: el hijo ausente nunca había existido.  Ante la contundencia del olvido forzado nadie se atrevió a hablar de él en presencia de la madre.  La paz regresó al hogar.  Un día la madre preparaba las tradicionales galletas navideñas para toda la familia y los novios de sus hijas. Se bate un kilo de manteca de cerdo con una taza de azúcar.  Es mejor la manteca Morell, porque viene la cantidad exacta para la receta.  Luego se le va agregando, poco a poco, la harina matizada, entre cuatro o cinco tazas y un huevo para suavizar la masa y sea más fácil manejarla.  Finalmente, se le pone una taza de nuez molida y una cucharada de canela y al horno.  Se me olvidó la cucharadita de sal, ¡qué barbaridad! Y, ¿ahora cómo hago para arreglar la masa?  ¿Dónde está mi hijo? ¿Qué nadie me va a ayudar a limpiar la cocina?  ¿Por qué nos dejó? Creo que voy a tener que tirar la masa y empezar de nuevo.  A mi hijo le encantaban estas galletas, ¿dónde está mi hijo?

A pesar de haber superado la ruptura, el recuerdo de su mejor amiga aparecía convocado por ciertas imágenes o por acontecimientos nimios, sin conexión aparente con alguna de las dos.   A veces, la simple visión de un carro arrastraba tras de sí un malestar antiguo.  Y un día mi novio y yo nos compramos un carro usado, un carro gris ya muy viejo.  Decidimos venderlo.  No sé cómo te enteraste y una tarde tú y tu hermana tocaron la puerta de mi casa, y ahí estabas después de mucho tiempo de no vernos. Andrea, compra el carro antes de que te lo ganen, le dijiste a tu hermana.  La transacción fue el único tema de conversación entre tú y yo. Me sentí disminuida en mi papel de vendedora de autos viejos. Un día el recuerdo la atrapó por sorpresa.  La cabellera rizada de uno de sus compañeros de clase de la universidad imantó otros cabellos rizados, los del novio de su examiga, y luego apareció ella.  Elisa abrió y cerró los ojos en un parpadeo casi imperceptible con la esperanza de deshacerse de la imagen y regresar al presente.  Fracasó.  Inmediatamente se le vino a la mente otro recuerdo, esta vez de la preparatoria.  Volvió a escuchar las risas de su examiga y de otras compañeras y experimentó otra vez la misma ansiedad de aquella ocasión.  ¿Por qué el maestro no les llamó la atención?  Quería callarlas, pero no me atreví, y mejor pedí permiso para ir al baño.  Un compañero de clase le pidió que se moviera, estaba obstruyendo la entrada al salón. Elisa buscó con la mirada un pupitre; se sentó en uno pegado a las ventanas que daban a las canchas de baloncesto.  Colocó rápidamente sus libros sobre la mesa y fijó su mirada en ellos en un esfuerzo por liberarse de la angustia. No sonríes mucho en las fotos de tu Facebook.  Se te borró la carcajada con el paso del tiempo.    

Las gotas corrían despreocupadas sobre los cristales del carro.  La mujer ya no escuchaba al hombre.  Se había perdido en el ritmo de la lluvia.  Bajó la ventanilla del coche para sentir la frescura de la lluvia y aspiró la suave brisa.  La insistencia de la pregunta la sacó de su éxtasis.  No respondió.  Miró al hombre y alzó los hombros y, luego, los dejó caer tal y como caía la lluvia, con delicada parsimonia.  El sonido de la lluvia le devolvió el sentido de la vida.  Esa noche abandonó al hombre y se fue con la lluvia.  Lo abrupto del desenlace sorprendió a todos.  Los más, lo atribuyeron a una repentina locura de la mujer; y los menos, adivinaron que fue una manifestación de su temperamento; temperamento liberado al compás de la lluvia.  ¡Bendita lluvia!

Un día la examiga se marchó a Guadalajara.  Dijeron que lo de estudiar su carrera era un pretexto, que se iba a buscar marido, que con su reputación le sería difícil encontrarlo en donde vivían. (Pretexto. Anticipación del resultado deseado en el prefijo “pre”.  En el “pre” se cifra la vida; la vida que es texto contenido en el “pre”.  El “pre” es imaginación y esperanza e incertidumbre y esfuerzo. Es proyecto. Me gusta la palabra “pretexto,” me gusta su música llena de sueños. Pretexto, partitura lanzada al futuro con final desconocido).  Se fue sin novio y un día regresó solamente para casarse. Luego volvió a Guadalajara.  Elisa asistió a la boda obligada por su madre, quien era amiga íntima de la madre de la novia.  Elisa también se casó y también se fue de la ciudad, pero se fue sola.  Las dos volvimos a la soltería, pero esta segunda soltería estaba acompañada de hijos. A ti la muerte te quitó un marido; a mí la vida me colocó en la encrucijada de decidir y me decidí por el divorcio.  Tú fuiste víctima y yo protagonista. Y desde entonces la vida no ha dejado de regar mi cuerpo y me han ido saliendo distintas melodías por todo el cuerpo y cada melodía me lleva a una versión desconocida de mí misma.   Y desde entonces he tenido que elegir una entre muchas.    Es una lástima que no pueda actualizar todas esas versiones.

La ciudad amaneció tapizada de cruces rosas.  Las mujeres colocaron una cruz con su nombre grabado en el lugar donde desaparecieron. Los hombres salieron a buscarlas, pero no las encontraron. Luego, tras la ausencia, vino a resignación; y, entonces, empezaron a buscar la cruz con el nombre de la madre, de la hija, de la hermana o de la amiga.  Y en cada cruz los hombres colgaron una foto de la desaparecida.  De las pocas mujeres que se salvaron, algunas se encerraron en sus casas hasta el día de su muerte, y otras abandonaron la ciudad.   Y la ciudad poco a poco se fue pulverizando.  Únicamente sobrevivieron las cruces rosas con el nombre grabado y las fotografías se fueron desdibujando hasta no quedar ninguna señal de los rostros.  Nuevos pobladores refundaron la ciudad y creyeron que las cruces rosas eran la señal divina de la tierra prometida. Los nuevos pobladores creen que cada cruz señala el lugar donde se une el dios generador y la diosa de la cruz.  Es una ciudad llena de diosas.

Elisa ya no regresó a la ciudad del desierto.  Su examiga tampoco.  La universidad le ofreció un trabajo de tiempo completo, pero Elisa no lo aceptó; la ciudad ya le era extraña.  Su examiga no rechazó la nueva oferta de matrimonio y se fue a donde la llevó la mano del esposo.  La fuerza vital de la libertad, diosa generadora, venció en Elisa a la inercia de la costumbre.  Su cuerpo fue campo de batalla y nuevos mundos se asomaron en su horizonte; mundos que no le hubieran correspondido si el impulso liberador hubiera perecido ante el avasallamiento de la costumbre.   Su examiga se rindió, antes de empezar la pelea, a la costumbre y quedó sujeta al destino marcado desde tiempos antiguos a su condición de mujer. 

Salieron huyendo de la ciudad rumbo al Paso, TX.  No quisieron arriesgar la vida y abandonaron todas sus pertenencias.  Los militares ya les habían matado a un hermano que se rehusó a pagarles una cuota mensual a cambio de dejarlo trabajar tranquilo.  Pizas, el hermano era dueño de una pizzería.  Pedirían asilo político y una vez otorgado se dirigirían más al norte, más lejos de la frontera con México.  El hermano no aceptó el soborno y un día su cuerpo apareció tirado a las faldas del cerro donde se lee la leyenda “La Biblia es la verdad; léela.”  Primero pensaron en abrir un restaurante en la ciudad vecina, pero desistieron.  Tuvieron miedo.  Entonces se dirigieron a Alburquerque.  El hermano nunca dijo nada, no quiso intranquilizarlos.  Un amigo los puso al tanto de lo sucedido cuando el hermano desapareció.  Se lamentaron de no haberlo sabido antes, hubieran resuelto la situación juntos y quizás el hermano todavía estaría vivo.  Nunca le perdonaron al amigo el no haber revelado el secreto.  Y se marcharon para defender sus vidas. 

Combatí muy duro por mi derecho a ser quien soy. Busqué y encontré muchos caminos.  Los he estado buscando desde antes de que tú y yo dejáramos de ser amigas, pero lo ignoraba.  En mi mansedumbre iba madurando la libertad y en tu rebeldía se escondía el terror de no saber cómo elegir.  Ni siquiera tu rebeldía fue genuina; te rebelaste como se esperaba que se revelara una adolescente que más tarde volvería al redil.  Y no defraudaste a nadie.  Yo vivo en la zozobra de la libertad y tú en la pobreza de la esclavitud.  Ningún camino es absoluto, siempre le falta algo.  Tal vez nos envidiemos una a la otra.  Y Elisa aceptó la solicitud de amistad.   El deseo de reflejarse de otra manera en su examiga la motivó a incluirla en su lista de contactos. 

Hey you,
¿nos brindas un café?