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aruro serna
Photo Credits: telly telly ©

Eros en la Kentucky

Cuando salí de la pizzería Kentucky miré los autos que pasaban y el bamboleo me adormiló. Me paré un rato en la esquina dejando que las luces titilantes de los semáforos y el ruido intenso de la calle me envolvieran. Luego me metí en el túnel oscuro del subte D.

Sentado en el vagón, vi dos siluetas que se abrazaban y evoqué los cuerpos pegados de Ramón y de su novia, la islandesa. En esos días había leído el luminoso ensayo de la poeta norteamericana Anne Carson. Ella caracteriza a Eros como el dulce amargo. Pensé que Ramón y Björk encarnan esa paradoja emocional. Björk es la nórdica, la fría figura del amor del norte y Ramón es un albañil del conurbano, carne del fogoso olor de la periferia. Confieso que recuperé la imagen de la Kentucky y los envidié. Ellos han alcanzado la difícil geometría de los afectos; y aunque no hayan leído a Safo ni a Rilke son la versión cercana de eso que a veces se me escapa. Cuando no tengo conmigo a Lucrecia, mi novia huidiza, la mido y la miro en la filosa esquina de la penumbra. Lucrecia está de viaje y por eso va y vuelve en mi imaginación. En definitiva, el presuroso amor solo existe gracias al fuego fugaz de la imaginación. Y quizás por eso es que resulta más doloroso el amor. Llamo a Lucrecia y no me contesta. O Lucrecia me llama pero estamos lejos y no nos vemos. Mi mente la tiene y no la tiene y los celos son los rayos que fulminan y atacan.

Detrás del ventanal de vidrio y noche, detrás del humo y del rumor, Ramón y Björk encarnan, felices y cercanos, la paradoja: el frío caliente es la forma local del antiguo eros. Es el otro nombre del dios griego, el dulce amargo.


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