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¡Era tan bello!

Hace unos días, el cantante español Pablo Alborán se declaró abiertamente homosexual. Muchos medios de comunicación hablaron al respecto. Unas horas más tarde, mi mamá me comenta la misma noticia. “¡Era tan bello! Cantaba tan bien…”. Ante esto, mi primera reacción fue reírme y decirle que en realidad no se había vuelto feo ni se había muerto. Nada en su talento o apariencia ha cambiado.

Mi respuesta no fue la que esperaba. Dos años después de haber tenido la incómoda conversación donde le conté que he salido con hombres y mujeres, el de la homosexualidad sigue siendo un tema del que no podemos conversar libremente. Estaba bien mientras era el hijo del vecino el que era algo diferente a heterosexual; pero el día en el cual su propia hija le contaba que es bisexual, la cosa no estaba tan fácil de digerir.

Parte de lo que nos hace confiables ante la sociedad es que podamos cumplir con lo que se espera de nosotros. Tener el cuerpo que se espera, que seamos hombres o mujeres (sin dudar de lo que somos), que nos casemos con alguien del sexo opuesto, que tengamos hijos, casa, trabajo… Todo ello es a lo que la educación tradicional apunta. Cualquier cosa que comience a salirse de la regla, nos hace menos confiables, nos afea, nos convierte en el punto que se va distanciando de la curva de la normalidad.

Salir de lo estereotípicamente esperado le despierta los temores al otro. A veces pienso que le hace cuestionarse a sí mismo y no todos tienen las herramientas para hacerlo. Es más fácil seguir los convencionalismos y ser bello por siempre.

Otras veces creo que lo diferente nos da miedo porque nos enfrenta a lo desconocido. Cuando pensamos que ya tenemos el mundo cogido por el mango, sale algo a decirnos ¿Y si hubiese algo más? Es más fácil pensar que es un monstruo aterrador que debe ser silenciado antes que darle la oportunidad de ver lo que realmente es.

Ciertamente, la belleza está en el ojo del que la mira. Solo que antes de sentarnos a reflexionar sobre si es algo que nos gusta, antes de hacer el ejercicio de deconstrucción de preguntarnos qué consideramos bello y qué no, o cómo creemos que esa belleza ajena pueda afectarnos (si es que realmente llega a hacerlo); es más fácil saltar y decir ¡Era tan bello!


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