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paola maita
Photo by: Anthony Easton ©

Entre costuras

La parte de arriba del clóset siempre ha sido un lugar donde pongo las cosas para que entren en un limbo donde ni las veo, ni me acuerdo de ellas. Y ni las boto. Hace unos días, conseguí una bolsa que guardé allí a finales del verano pasado. Con la mentalidad de vamos a ver qué guardé aquí, abrí la bolsa y me encontré con 6 vestidos que no estaban en mi inventario mental pero que inmediatamente reconocí.

Salvo 4 cosas que sí tengo colgadas en las perchas, solo por un mero capricho nostálgico (no por coincidencia están del lado izquierdo del armario), mucha de mi ropa de Venezuela ha ido diluyéndose entre otras bolsas de sucesivos viajes al contenedor de las donaciones.

Fue un proceso que sucedió tan gradual, que mi cabeza apenas pudo registrarlo. ¿Qué significa que esa ropa se haya ido, así como así?

Si mi cuerpo es el lugar que habito, la ropa es su cronista. Es bien sabido que lo que usamos para vestirnos no solo cumple la función de que no vayamos desnudos por ahí. Cuenta la historia de lo que somos, lo que hemos pasado, qué nos gusta de nuestro cuerpo y qué no.

Para mí, mi ropa de Venezuela contaba la historia de la persona diferente, de la que yo era allí, de la que ponía la opinión de los otros (muy) por encima de la suya.

Aquí en España, en el que aún adjetivo como mi nuevo país a pesar de que ya tengo dos años viviendo aquí, mi narrativa ha cambiado. No solo influye que la estética europea sea diferente a la americana, e incluso que la estética en Cataluña sea diferente a la de otras partes de España, o que haya cambiado corporalmente… Hay otros argumentos.

 


 

Me siento frente a mi armario abierto y lo veo una vez más. ¿Quién es la persona que ha comprado esta ropa? Sé que soy yo, pero al mismo tiempo es una persona que comienzo a conocer. Me gusta lo que hay, de eso no tengo dudas. Salvo dos o tres prendas compradas en medio de la emoción de las rebajas, todo lo que está allí no solo me pertenece físicamente, sino también en lo emocional.

Estas piezas narran la historia de alguien que llegó y que quedó metafóricamente desnudo, que pasó los primeros 8 meses llorando y rabiando porque, después de estar acostumbrada a entenderlo todo, se dio cuenta que no entendía nada.

Las primeras prendas que compré al llegar eran retazos de telas tristes que se parecen muy poco a la persona que fui o a la que soy. Eran cosas pilladas casi a ciegas. Quizás así lo hice porque tenías los ojos llenos de lágrimas constantemente… Tuve que quedarme desnuda antes de saber cómo vestirme de nuevo.

A medida que fui sintiendo el gusto por la nueva piel que iba cosechando y evolucionando, volví a encontrar la voz que narra mi historia a través de la ropa. Menos mal que eso no se fue en ninguna bolsa para donar.


Photo by: Anthony Easton ©

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