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eduardo villade
Photo Credits: Bill Selak ©

Entre bambalinas (Parte III)

Otro tipo de espécimen que me he encontrado entre bambalinas es el iluminado.

Van de modestos y de naturales, de campechanos, pero no son capaces de comerse unos huevos fritos un domingo por la tarde en casa ni de interactuar con la portera de su edificio. Prácticamente todos sus parlamentos son almibarados y cursis. Recopilo aquí el discurso, absolutamente monodireccional, de alguien a quien llamaremos la Castafiore y con quien me entrevisté una tarde de hace unos meses.

El teatro es arte con mayúsculas, aglutina las enseñanzas de Ovidio con la fortaleza de Séneca y la psicología freudiana. Ver y reír, llorar y amar, querer y regodearse en la belleza de las cosas, sentir, observar, embelesarse. ¿De dónde somos? ¿Adónde vamos? Luz en el alma, poesía en las entrañas. La vida es un camino de hojas secas que gracias al teatro florecen en los recónditos senderos de nuestros corazones. Cuando yo empecé en esto la gente me miraba por encima del hombro. En realidad, me tenían envidia, sabían que llegaría lejos y les deslumbraba con mi sabiduría y mi inteligencia. Ya de pequeña mi madre entraba en trance al verme maquillarme y ponerme sus bragas en el sótano y me decía Cariño, el escenario eres tú, arte puro eres. Porque yo, María Jesús de los Pozos Conde he nacido para el arte de las artes, he nacido para el teatro y dispongo de un sexto sentido que me permite ver más allá.

Al final no salió el proyecto. La Castafiore era la responsable de un grupo de ancianas de una media de edad de 75 años que hacía teatro alguna tarde suelta en un instituto. Antes de saber las características de su “compañía”, le ofrecí llevar a cabo una pieza en donde la pareja protagonista tenía unos 35 años y ella se empeñó en caracterizar a alguna de sus actrices. Aún me pregunto cómo pretendía hacerlo. ¿Con caretas o a base de operaciones de cirugía estética? Eso en cuanto al rol femenino, porque convertir a una vieja en un chaval de 35 ya lo veía más complicado.

La última vez que me crucé a La Castafiore por la calle me escupió.

La farándula es un submundo peculiar. El asunto del dinero me hace mucha gracia y la gente lo emplea según le convenga. Me viene a la cabeza la Drew Barrimore española que antes he mencionado, el director del que sigo sin conocer su voz. Estuvo tres meses dándome la murga con el tema económico, diciéndome que él solo trabajaba por dinero, que la vocación la había perdido hacía mucho tiempo y que era un mercantilista como la copa de un pino.

Cuando la pieza que habíamos preparado tuvo que salir de la ciudad en tres semanas consecutivas de bolos, de repente le salió la vena Vicente Ferrer y me propuso que renunciase a mi parte por la paliza que nuestras actrices se habían dado. Dije que no, evidentemente, y él me tachó de poco generoso.

Los bolos fueron en Jaén, no en Tegucigalpa.

Hay un pequeño detalle.

Él, que antaño se había definido por su mercantilismo y que me había llamado bohemio irreverente y gafapasta de saldo, gana 20 veces más que yo y no le hace falta el dinero para comer.

A mí, sí.

Otro pequeño detalle. Jamás me ha echado una mano para entrar en las salas en las que él mete sus piezas, bodrios de tres al cuarto con una melodía pegadiza que desde que se trajinó al responsable de una productora se cotizan como si fuesen obras interpretadas por José Bódalo.

Yo nunca he tenido suerte con los hombres, acuden a mí generalmente especímenes tirados del arroyo que quieren que les saque de la calle, cuando a duras penas yo puedo costearme un plato de lentejas. En cierto sentido, envidio a la Drew patria, cuyo nombre suena todos los años como firme candidato a los Max desde que se lió con el productor. Mezclar trabajo con placer suele ser un gran error porque se distorsiona la realidad y después pagan justos por pecadores. Pero yo soy muy vicioso y pienso con el rabo el 90% de las veces, al menos al principio, presa de la emoción. Cuando empiezo a pensar con la cabeza ya es demasiado tarde y el mal está hecho.


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