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eduardo vilades
Photo Credits: Jeffrey Smith ©

Entre bambalinas (Parte II)

De una de mis creaciones más exitosas, que ha estado de gira por toda España y parte de Sudamérica, sigo sin conocer la voz de su director. Se niega a contestar a mis llamadas y ordena que las actrices ejerzan de portavoces, un show cuando hay que repartir beneficios o concretar bolos. A sus 30 años considera que ya ha vivido todo lo que le tocaba por vivir, una especie de Drew Barrimore patria que ha reemplazado el agua por el crack. Drew se desintoxicó y ahora parece Gandhi; mi director sigue empeñado en pudrirse por dentro. En este sentido, me sorprende la obsesión de ciertos componentes de la farándula con el mundo de los psicotrópicos. ¿Acaso es necesario estar puesto para crear? Lo más fuerte que yo tomo es una infusión de hierbabuena o una melisa antes de acostarme. No fumo, soy completamente abstemio, hago ejercicio todos los días y mi alimentación se compone a base de frutas y verduras. Tengo 45 años y aparento 30, ¿cómo te quedas?

A pesar de todo, estoy desequilibrado. Puede que el brócoli tenga un efecto alborotador, sin contar las flatulencias que genera, y altere mi percepción de la realidad. No necesito drogarme ni emborracharme para crear obras de teatro que rocen el delirio absoluto, fruto de una mente trastornada y brillante como la mía.

En los preliminares que se establecen antes de crear equipo, han llegado a decirme que desconfían de mí porque no bebo ni me drogo y porque se les hacía extraño que bebiera agua mineral sin gas en un lugar de marcha a las dos de la mañana.

Sabia filosofía de vida.

Analizando el mundo de la escena me he encontrado con varios tipos de roles.  Empezaré hablando del tipo nazi.

Una vez contraté a una mujer, que llamaré Herr Chausen, de directora de una pieza de teatro breve con la zarzuela como telón de fondo. De carácter histeriforme, gastó más de mil euros en comprar unos caballetes que imitasen un tendedero en el que las vecinas de una corrala madrileña tendían la ropa. En total, ganamos con la obra 200 euros en teatros de tres al cuarto y ella nunca me pidió permiso para tal desembolso económico, que en los chinos nos hubiese salido por un precio infinitamente más bajo.

Recuerdo que en esta ocasión, cuando tuve que lidiar con Herr Chausen, los actores me llamaban cada tres días llorando y diciendo que la nazi les hacía la vida imposible, que los ensayos eran un infierno y que no la soportaban. Uno de ellos me aseguró que llevaba ciego a tranquimazines un par de semanas para soportar los ensayos en casa de Herr Chausen. Eso sí, después se iban de cervezas en comandita y no ponían reparos en desembolsar lo que fuese sin informarme a mí. Una de las actrices de esa pieza vivía en un zulo del extrarradio con sesenta personas, pero le parecía normal pagar por unos caballetes hechos a medida que, una vez terminados los bolos, quedarían olvidados en algún sótano (o vendidos en Wallapop por la directora).

Creo que no les quedó claro el concepto de teatro de corta duración. Si yo pago tres euros por una entrada busco una buena interpretación, qué duda cabe, pero no la recreación de un decorado propio de La Scala de Milán. Fue un detalle que la nazi me dijese que como yo no tenía un duro y era más pobre que las ratas, ella misma correría con los gastos que me correspondían en caso de que yo me negase a colaborar.

El horror al dinero en el mundo de la escena es habitual. No comemos, nos alimentamos del aire, hablar de lo que percibiremos por nuestro trabajo es de mal gusto porque somos artistas, bohemios, nos dejamos llevar, levitamos, la anorexia es nuestro menú porque el arte nos satisface y nos empacha, con el arte tenemos suficiente para suplir las necesidades metabólicas, hacer un contrato denigra nuestra condición de artistas porque elimina el aura de misticismo que llevamos dentro, nos encanta vivir en un redil con diez personas tiradas en colchones roídos declamando a Shakespeare para que cojamos el sueño.

Mis cojones. El último ejemplo relativo al dinero también tuvo como protagonista una decisión unilateral de una de mis actrices, en este caso de una pieza dirigida y escrita por mí, con lo que yo era el máximo responsable.

Desembuchó lo que tenía dentro después de que yo propusiera llevar una lista de gastos y entregar las facturas de todo lo que comprásemos. Una vez más, a pesar de la calidad literaria de la pieza, hablamos de teatro sin recursos. Una vez más, teníamos bolos apalabrados en salas de tercera, no en el María Guerrero. Una vez más, no contábamos con una productora que nos apoyase económicamente. Pero el arte, una vez más, no escatima en gastos.

– Tengo que contarte algo.

– Dime Edelmira, te escucho.

– ¿Recuerdas el pijama que me compré para el estreno?

– Sí, claro, me encanta que lo menciones porque viene a colación de lo que te comentaba el otro día. Aunque en esta primera función yo no he pasado ni los 20 euros de cartelería ni los 4 de los cables, en el futuro es mejor que lo hagamos o se crea mala sangre.

– Soy una artista y estoy en contra de que la belleza se vea cercenada por contratos y papeles que no llevan a nada.

– Edelmira, deja este montón de mierda que me aburres.

– Es que a mí me pone muy nerviosa hablar de dinero.

– Esto es un trabajo y es lo más natural mundo. Ahora te has gastado 10 euros en un pijama y no lo has facturado, no pasa nada, lo mismo que yo con los cables, pero más adelante hazlo.

– ¿Te gustaba cómo me quedaba el pijama?

– Sí, no sé, un pijama blanco normal y corriente. Se notaba que era barato, pero daba el pego.

– ¿Qué? ¿No te gustaba?

– Edelmira, no soy Farah Diva y la moda me da exactamente igual.

– Tendríamos que hablar del pijama.

– ¡Estás obsesionándote! No sé por qué tenemos que hablar de un pijama de Primark.

– No me lo compré en Primark.

– Bueno, en Zara, en H&M, en los chinos, me da igual.

– Tampoco.

– Edelmira, Edelmira, que te veo venir, ¿cuánto?

– Es que ninguno me quedaba bien.

– Edelmira, ¿cuánto te costó el puto pijama?

– Es que mi marido me decía que los que vimos en Primark me hacían gorda.

– No me extraña, delgada no estás y los milagros no existen. Edelmira, ¿cuánto?

– 85 euros. Pero es de La Perla.

– Pero, ¿estás loca? ¿Te pasaste con el crack esa mañana?

– Iba a llamarte, pero me hubieses dicho que no.

– No, te habría propuesto que fueras a Chanel a comprarte uno de 300 euros. ¿Estás colgada? ¿Te das cuenta de que ganamos 100 euros con la función del estreno? ¿Te das cuenta de que tu pijama costó prácticamente lo que tú ganaste?

– Pero me queda de escándalo y solo lo uso para la obra, que soy muy profesional.

Lo que eres es tonta. Con lo que te has gastado yo no me lo quitaría en la vida.


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