Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Enciclado

¿Por qué es tan importante para los niños aprender a montar en bicicleta? ¿Por qué casi todas las personas recuerdan ese momento como uno de los más importantes de su niñez? ¿Por qué a aquellos que no aprendieron se les suele decir que no tuvieron infancia?

Aprender a montar bicicleta es como aprender a vivir, inicialmente tienes mucho miedo, pero también emoción. El primer paso, fue el muy amado triciclo, que es como aprender a gatear. Luego, el más anhelado, llega con el niño Jesús: la bicicleta, junto con las llamadas “llanticas” o ruedas de apoyo. Pronto ante tus ojos asustados y a una risita feliz y nerviosa, alguien le quita las “llanticas” a tu bici; ahora tu soporte es uno de tus padres corriendo detrás de ti haciendo mil maromas para sostenerte del sillín, hasta que de un momento a otro te suelta sin que tú te des cuenta, te suelta confiando que mantengas el equilibrio, pero sabiendo que te vas a caer tarde o temprano. Su labor ya no es sostenerte, ni evitar a toda costa que te caigas, ha de ser la de estar ahí para decirte “no pasa nada, ya pasó, vamos otra vez”.

Para andar en bicicleta tienes que estar atento, confiado en ti mismo, mantener el equilibrio, hay que dejarse ir pero también aprender a frenar a tiempo, y principalmente ser tu propio motor. Para subir hay que pedalear y sudar mucho, pero ese mismo esfuerzo es lo que te hace más fuerte. Descolgarte de una loma a toda velocidad es la recompensa, unos segundos de adrenalina y vigor que compensan una hora de arduo trabajo. Nada más humilde que subir para bajar.

Pero hay otro momento muy importante en el proceso de montar en bicicleta, y es soltar las manos del manubrio, una vivencia comparable con una epifanía.

Al principio, apenas logras despegar tus manos dos centímetros del manubrio. Tus manos, atentas y desconfiadas de ti mismo, están preparadas ante cualquier oscilación peligrosa. Debes olvidarte de que alguien te puede estar observando y concentrarte en lo tuyo.

Luego las despegas por un poco más de tiempo, pero la cicla zigzaguea inestablemente. Debes buscar un terreno que no implique pedalear demasiado porque aún no tienes la pericia necesaria para hacerlo sin bambolearte. Un terreno plano tendiente a la bajada es ideal, donde tu única preocupación sea mantener el equilibrio, ese desafío sobre el que se tambalea la vida.

Mantener el equilibrio no es otra cosa que mantener el mismo peso de dos extremos totalmente opuestos, una posición centrada mantiene esa distribución.  Podemos jugar con la posición del cuerpo  si queremos cambiar de dirección: tomar decisiones es jugar con los pesos, cambiando de posiciones.

Soltar las manos del manubrio es como soltar las riendas de la vida sabiendo que no vas a perder el control, es disfrutar el terreno plano, es sacarle el máximo provecho a la calma.

No quiero que esto se lea como un artículo de superación personal, ni creo estar salvando el mundo por andar en bicicleta. Solo creo que un medio de transporte que es a la vez un juego, merece una reflexión, y recuerde a Conan Doyle: “Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, simplemente suba a una bicicleta y dése un paseo por la carretera, sin pensar en nada más”. 


Photo Credits: Dave Gingrich

Hey you,
¿nos brindas un café?