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enrique bernales
Photo by: Waywuwei ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (VIII)

Ciudad de México, Estación Miguel Ángel de Quevedo, Coyoacán, martes 17 de marzo 11:30 pm

Fue una noche larga, Jocelyn Pantoja (editora de Proyecto Literal) y Manuel de J. Jiménez, ambos excelentes poetas mexicanos, nos dejaron en la estación del metro a José Manuel Vacah, a su linda novia, a Emmanuel Vizcaya y a mí. La presentación de la antología de poesía joven cubano-mexicana Post Judas publicada por la editorial de Jocelyn y presentada en el pequeño y entrañable café Marabunta de Coyoacán había sido súper auspiciosa. Los poetas compartieron con los asistentes algunos de sus textos. Eso sí, se respiraba en el ambiente de que estábamos compartiendo uno de los últimos eventos antes de la declaración de una cuarentena que nos amenazaba como la hoja filudísima de un alfanje sobre nuestras cabezas.

Pude ver a Julia nuevamente, me trajo el paliacate verde y una antología de poetas místicas de la India, quienes en su mayoría rendían culto al Dios Krishna Vasudeva y entre las que destacaba, Mirabai, cuyos poemas y versos eran los que más me seducían, plenos de erotismo y refinamiento oriental.

Después de la presentación celebramos con un ron que la poeta cubana Elizabeth Reinosa, quien también estaba incluida en el libro, había traído desde la Habana. Así, nos enfrascamos en una entretenida conversación con Manuel, durante la cual afloraban algunas lecturas comunes y la recomendación, que se la agradezco mucho, de un libro para mi proyecto de investigación sobre Octavio Paz, publicado hace un año, libro que incluía las cartas dirigidas al escritor mexicano Jaime García Terrés, titulado, El tráfago del mundo.

Aparecieron en la conversación entre el ruido de la calle y el ron, nombres de poetas peruanos admirados por ambos como Enrique Verástegui o Martín Adán. La noche invitaba a seguirla en otro lado, luego que el café cerrara. Por eso, los escritores salimos hacia la casa del fotógrafo Alejandro Meléndez que vivía a unas cinco cuadras de distancia en un complejo de apartamentos. Antes de llegar, ordenamos algo de comer en un restaurante al paso, de esos que siempre están abiertos por la noche. Yo pedí unas sincronizadas con todo.

Ya en el departamento de Alejandro, las conversaciones resultaron ser súper divertidas, y también las historias que escuchaba como que Daniela Romo era una cantante de disco en Italia antes que fuera descubierta y la repatriaran para lograr el estrellato en México y en toda Latinoamérica. Mis amigos mexicanos no tenían mucho conocimiento del poder de Televisa en el Festival de Viña del Mar, así que los ilustré un poco al respecto. Por ejemplo, fue sólo así que esa banda inolvidable de nombre Magneto, como el personaje de los X-Men, pudo expandirse por tierras sudamericanas. Luego les compartía que había episodios del Chavo del Ocho que los peruanos nos habíamos memorizado como el del Chavo en Acapulco. Así me enteraría que cuando nosotros los peruanos, soñábamos con Acapulco, ese balneario en las costas del Pacífico azteca se había convertido ya en un lugar de vacaciones decadente. Además, escuchando con atención me asombró saber que los programas de Roberto Gómez Bolaños eran del agrado de las dictaduras sudamericanas y uno de los pocos programas aprobados por los gobiernos genocidas de Chile y Argentina.

Las caguamas iban de mano en mano, las sincronizadas no estaban tan ricas, pero las botanas me llenaron. Me sentía contento de compartir con tantos colegas de las artes, poetas, músicos, fotógrafos, todos departiendo en un ambiente divertido, de sano y decadente entretenimiento. Esos momentos que se empezarían a extrañar en las próximas semanas con el avance del temible mal, al que no tenía miedo y que sentía tan cerca de una manera literaria y existencial. El mundo cambiaría para siempre. Esa noche de caguamas, risas y poesía sería recordada como una Belle Époque que posiblemente no volvería jamás a nuestras vidas.


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