Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
viaje avion covid
Photo by: James Brooks ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (XI)

Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, Benito Juárez, viernes 20 de marzo 9:00am

Ahora abordo un avión con destino a Denver, Colorado, Estados Unidos de América, país que también siento mío, aunque siempre critico, tal vez es eso, uno crítica y es más duro con lo que ama. No lo sé. Lo único que sé es que Los Estados Unidos de América me han dado dos niños maravillosos Octavio Amaru (nueve) y Emiliano Inca (siete) que viven en la ciudad de Boston en el estado de Massachussetts con quienes leo libros, comparto las travesuras del niño Dios Krishna Vasudeva, juego fútbol americano, fútbol (el del otro). Esos dos niños son mi vida: My Bostonians, uno, el mayor nativo hoosier (nació en Indiana, la patria americana del basketball, aunque se inventó en Massachussetts) y el menor, un arkie, nacido en el estado agrícola de Arkansas. Antes de tomar el taxi hacia el aeropuerto encargué en la recepción del hotel que le entregaran a mi amiga Julia Piastro su libro de las poetas místicas, amantes de Krishna Vasudeva. Luego ya en Denver, me informaría por el WhatsApp que lo había recogido sin contratiempos: punto para mi organización y la casi nula posibilidad de olvidarme de mis compromisos. En ese sentido, me siento inglés en términos de mi consciencia temporal, prusiano en cómo me organizo, digamos que bebo como cosaco y, además, amo como un Deva de la India. En el aeropuerto todo fluyó como cuando llegué. Pasé seguridad y me senté a desayunar en un restaurante. Allí conocí a un mesero, el señor José, que era fanático de los Steelers de Pittsburgh, pero que había vivido y trabajado en Pasadena. Hablamos sobre la cultura estadounidense y nuestra pasión por el deporte que tiene a Tom Brady, ex mariscal de campo de los Patriots de Nueva Inglaterra, como la máxima figura de su historia. En un momento me sentí muy emocionado. Sentía que era un milagro poder regresar. Realmente me sentía muy agradecido con los trabajadores del aeropuerto, quienes me estaban ayudando a volver, arriesgando sus vidas, porque esa es la situación diaria que se vive con el COVID19, trabajar en un aeropuerto, en un supermercado o en un hospital, por más protección que se tenga, significa arriesgar la vida y yo me sentía muy agradecido hacia las personas que estaban haciendo posible mi regreso a lo que es home. Antes conversé con unos adultos mayores que estaban haciendo el viaje desde Buenos Aires hasta California, donde las cosas hasta ahora están mejor. Se sentían contentos, casi como niños, por haber podido escapar de Sudamérica, en medio de cancelaciones o cierre de fronteras sean estas aéreas o terrestres. La embajada americana estaba ayudando, pero siempre es un pain in the ass recurrir a vuelos humanitarios de rescate. Espero que esos cuatro adultos mayores todavía estén con vida y buena salud en sus casas en la soleada California.

Greeley, Colorado, viernes 20 de marzo 4:00pm

Sentado en el avión pude observar que habían muchos asientos vacíos, en general todos usaban mascarillas, gel desinfectante y todo tipo de productos de limpieza. Había un gran miedo entre la tripulación y los pasajeros. Era un gran misterio saber lo que nos harían en el aeropuerto. La información era muy confusa en todos los niveles y como lo acaba de señalar esta mañana el director general de la OMS (o The WHO) el doctor etíope, Tedros Adhanom, ha habido muchos errores de logística en casi todos los países donde el virus se ha expandido brutalmente, lo que incluye a la Unión Americana. Nos hicieron llenar durante el vuelo un documento a entregar a las autoridades aduaneras donde había que consignar información sobre nuestros síntomas y los nombres de los países que habíamos visitado antes, principalmente se quería saber si se había viajado a Europa, sobre todo a Italia, o a China. Pensaba encontrarme con un ambiente de amplio control, estilo post once de septiembre. Yo llegué por primera vez a los Estados Unidos el 17 de septiembre de 2001, una semana después de los terribles atentados. Tenía experiencia con situaciones de alta tensión. Realmente la seguridad y la higiene eran laxas. Pasé sin mucho protocolo los controles, no se recogió el documento con información relativa al COVID19. Todavía lo tengo conmigo como un recuerdo de la ineptitud del gobierno nacional para administrar una crisis de esta magnitud e impacto global. Incluso le comentaba a Luis por el WhatsApp: “es como si quisieran que el virus corra”. ¿Para qué? No lo sé realmente. Al momento de recoger mi vehículo el mítico Ford Fiesta color rojo estaba todo cubierto de nieve. Llamé para que ayudaran a liberarlo de la nieve. Mi intento para comunicarme con el número de emergencia del aeropuerto fue infructuoso o, en todo caso, la respuesta era: no tenemos pala para la nieve. Tuve que usar todo mi cuerpo, literalmente, para liberar el auto, cosa que finalmente logré. Dado su tamaño no tenía que limpiar toda la nieve, sino que podía calcular para maniobrar el auto entre esa materialidad blanca. No sabía como estaba el tema de la gasolina, así que decidí llenar el tanque en la gasolinera más cercana. Luego sería más de una hora de manejo. Al llegar a mi estudio en Greeley todo estaba en orden, recogí el correo, nada importante realmente, una carta de bienvenida al programa de reestructuración de deuda, y lo demás era basura. Me hice un té chai casero, realmente los mejores. Luego me arrojé a la cama hasta la mañana siguiente. Al cerrar los ojos acurrucado entre mis peluches, sentí que había llegado a México en el momento propicio y había también salido en el momento perfecto, gracias a la suerte, a Luis y a la inspiración del niño travieso que viaja conmigo, Krishna Vasudeva. Al cerrar los ojos también quedaba claro que amanecería en otro mundo, uno muy distinto al de hacía unas horas. Nada volvería a ser normal porque, como se lee en un edificio iluminado en la oscuridad de una ciudad sudamericana, tal vez, Santiago: “Nada volverá a ser normal porque la normalidad era el problema”.


Photo by: James Brooks ©

Hey you,
¿nos brindas un café?