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Coyoacán, Mexico
Photo by: Nedarus ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (X)

Ciudad de México, Hotel Econo Express, Calzada de Tlalpan, jueves 19 de marzo 11:30pm

Había que salir de México, lamentablemente. Durante el día las noticias eran confusas y preocupantes, pero estaba tranquilo, ahora manejaba mejor mis angustias. Gracias a la invitación del poeta Ulises Paniagua Olivares, había pasado la tarde noche compartiendo con los miembros de su taller literario. Extraño hacer y participar en talleres. No es tanto que me guste dar cátedra en términos de recomendaciones para escribir poesía o narrativa. Más bien es el acordarme de recomendaciones para mí mismo de lecturas que he hecho, pero que he olvidado, y también escuchar y aprender del trabajo de los talleristas. Me gusta conversar y escuchar, al fin y al cabo.

La rutina de la mañana siguió como de costumbre, desayuno típico mexicano en el comedor, té caliente con pan dulce a tomar en la habitación, previa meditación y yoga.

Las noticias eran más alarmantes porque se sentía que la frontera con los yunaites iba a cerrar sí o sí. Salí hacia Coyoacán para comprar otro cofrecito con dibujo de gatito para mi segundo hijo, Emiliano. Hasta ahora que escribo estas líneas, no sé cuándo se lo podré dar, ya no hay vuelos hacia Boston desde Denver y con las nuevas prohibiciones para manejar por ciertos estados se me ha hecho difícil llegar hasta donde viven, como era mi intención inicial al regresar de México. No encontré al señor de los gatitos, sólo venía por las tardes, tal vez había llegado demasiado temprano. Regresé sobre mis pasos hasta el café Tarabunta, no había ningún conocido, ni siquiera las muchachas orientalistas del día anterior. Pedí el chai de costumbre, ahora uno más grande ya que sería mi almuerzo.

Leía y trabajaba en mi investigación sobre las relaciones entre India y Latinoamérica. Me había informado que el gobierno del primer ministro Narendra Modi, un político nacionalista hindú anti-musulmán y simpatizante de Trump, quería hacer su propia versión del Make America Great Again. Esta vez expulsando a los musulmanes del país o haciendo más difícil su vida en Aaryavart (India). La religión es un obstáculo muy grande para la administración del estado y un jefe de gobierno debe velar por el bien común y el bienestar de todos sus compatriotas sin importar su religión. Por eso, un gobierno debe basarse en valores representativos de una elite intelectual, más educada, más culta, más secular. Es así como pensaba Octavio Paz de esa India de los cincuenta y sesenta, lo mismo pienso yo.

Encontré al señor de las artesanías gatunos y adquirí el cofre para Emiliano. Salí hacia el centro, era una tarde nublada, melancólica tal vez. Me acordé de la funeraria al lado del café Marabunta, una estructura imponente, oscura, real, como serían los próximos días en diferentes ciudades del mundo afectadas por el mal, invisible, inodoro, incoloro. Debía llegar hasta la estación de metro San Cosme. Al salir me di cuenta que era una zona comercial como La Calzada, sin trabajadoras sexuales, eso sí. Me dirigí hasta la dirección señalada, la sede del taller, pero no la encontré. Me metí en un café cercano y desde allí con el wifi del establecimiento me contacté con Ulises. Nos encontramos allí, cenamos algo y luego nos dirigimos ya para el taller.

Pude leer algunos poemas de Regreso a Big Sur (2019) libro editado por Bardoborde, algún texto de la reedición de Inmanencia (1998, 2020). En eso me llegó un mensaje de mi amigo Luis, residente en Atlanta, me decía que Trump iba a cerrar la frontera con México sí o sí en menos de veinticuatro horas, me preguntaba qué iba a hacer. Le pedí que buscara un pasaje de regreso para la mañana del viernes, vuelo directo a Denver, Colorado. Escuchaba los poemas y las historias de los talleristas, aparecían los nombres de Borges, Jorge Isaacs o Truman Capote. Pienso que los detalles de un texto trabajados como si uno fuera un orfebre de la casa Fabergé logran hacer el efecto decisivo para que un artefacto ya sea poesía o cuento se vuelva inolvidable en la memoria del lector. Luis, finalmente, encontró un pasaje de precio accesible. Le pedí que lo comprara. Departía, bebía mi cerveza Victoria y el dueño del café hotel, que era un arquitecto que había viajado a Lima hace unos años atrás, me invitó a que le cocinara o enseñara a preparar un ceviche estilo peruano-japonés. Sabía que eran mis últimas horas en CDMX, sin saber cuándo regresaría. Realmente amo esta ciudad, me siento bienvenido, sabiendo que soy un extranjero en todas las ciudades que he visitado o donde he vivido, incluyendo la ciudad donde nací un diecinueve de noviembre de mil novecientos setenta y cinco a las diez y treinta de la mañana en el Hospital del Empleado en Jesús María. En Lima me siento también un lobo estepario. Mi única casa es el lenguaje y con ese pensamiento preparé mi maleta, tratando de llevarme la mayor cantidad de papel higiénico que pude encontrar y empacando bien los regalos para mis hijos, los cofrecitos con dibujitos de gatos.


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