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Photo by: karen ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (VII)

Ciudad de México, Estación Miguel Ángel de Quevedo, Coyoacán, domingo 15 de marzo 10:00 pm

La reunión con Julia resultó entrañable. Nos encontramos en la fuente y luego fuimos a un café que estaba cerca. Pedimos unos chai y nos empezamos a conocer. Le comenté que había leído sus poemas y que me habían gustado mucho; en especial uno que incluía referencias al pan, lo que me hacía pensar en Vallejo y en Bhattacharya, quienes habían escrito poemas con el pan como protagonista. Reproduzco a continuación un fragmento del poema titulado “Poema de la bisabuela”:

Mi esposo escondido en la sierra
Yo aquí en este pueblo de harina y ceniza

Compren pan recién hecho
para quemar los huecos con los huevos
rifle salido del horno
de casa en casa
de casa en casa

Egea de los Caballeros
quiere decir Sea de los caballeros
Cuando había honor en la guerra
también hubo hambre
tampoco hubo pan

Viene y va la misma historia
tierra con sangre
y café con leche

Le compartí a Julia sobre la importancia de la poesía en esta crisis de la humanidad. La poesía en este momento del planeta funciona como un tipo de respirador para los pulmones mentales. Le precisaba la necesidad de hacer comunidad, de crear amor con la palabra. El mesero quería saber si necesitábamos algo más. Ella leía con una mirada cautivada por la fuerza del lenguaje del poeta bengalí. Afuera llovía. Yo prefería aferrarme al paraguas, deleitarme con unos versos del libro de Bhattacharya leídos como un susurro en los labios de una poeta chilanga. Mi nueva amiga era traductora, entonces, me preguntaba algunos detalles técnicos de la traducción al inglés. Le pregunté si quería tomarse unas chelas en un bar cercano, pero tenía otros planes. Salimos y caminamos juntos. Compartimos el paraguas, luego me comentó que quería enseñarme la librería que quedaba cerca de la casa de su tía, a quien iba a visitar. Me comentaba de las élites culturales que habitaban la colonia, similares a las que habitaban la Roma o la Condesa. Atravesamos la plaza de la Conchita que, como el parque de la capilla de la Virgen frente a la Pontificia Universidad Católica de Lima, presentaba una figura religiosa protectora del espacio, para recordarnos nuestra relación simbólica, lúdica con eso que se conoce como lo divino, a lo mismo que yo denomino, Krishna y el reino de los Devas, de Aryaavart. Llegamos a la librería iluminada en una esquina, pero justo estaba cerrando. La edificación se mostraba sobria y luminosa, pensaba que regresaría otro día, algo que no ocurrió lamentablemente. Volvimos, dejé a Julia en la puerta de la casa de su tía, nos despedimos y quedamos en encontrarnos en la presentación de una antología de poesía programada para el próximo martes en la librería Marabunta. Era curioso que ambos compartiéramos cierta fascinación por la India y su cultura, la tierra de Krishna Vasudeva, que tenía mucho que ver en mi llegada a CDMX, escapando de la peste que se iba extendiendo por todo el mundo y que todavía no había golpeado demencialmente esta región del planeta. En la oscuridad, de regreso hacia la estación de metro, los árboles se me presentaban como aliados, guardianes para mi sombra sudamericana. Cené en el Sanborns que estaba allí al frente de la fuente, ordené unos tacos y una cerveza, nada especial. Sabía que la caminata sería larga, pero me estaba acostumbrando a esos recorridos que ya empezaba a extrañar, yo, un ser marino, me consideraba también un lobo acostumbrado a explorar la ciudad sólo de noche, un poco como los animales que ahorra irrumpen en el hábitat de los homínidos, para asustarlos, para vengarse, para empezar la revuelta cósmica, para cagarnos de risa.

 

 

Ciudad de México, Cineteca Nacional, Coyoacán, lunes 16 de marzo 11:00 pm

Ya había señalado antes que la Cineteca es uno de mis lugares preferidos en CDMX. El lunes fue un día relativamente tranquilo. Era claro que no iba a poder conseguir el pañuelo verde de la estatua de Humboldt, entonces, decidí preguntarle a Julia dónde podría encontrarlo. Me señaló que ese pañuelo tenía un nombre, paliacate, era original de la India, y lo hallaría en el mercado de Portales. Salí del hotel, me perdí por las calles de Tlalpan, sus tiendas, sus vendedores, sus taquerías, era una tarde soleada. Sentía que tal vez mi viaje se iba a interrumpir antes del domingo porque las noticias de la OMS y del gobierno de los Estados Unidos apuntaban a cerrar la frontera con México antes del fin de semana, cosa que finalmente sucedió. No trataba de pensar en el mundo, sino, por otro lado, disfrutar este presente que mi amigo y socio, el filósofo orientalista, Florentino Díaz, peruano, regidor de la ciudad de Lima, me recomendaba hacer mío: sus olores, su voz, su calor, sus calles y gentes. Llegué al mercado, pregunté por los paliacates de la India, paliacates verdes, pero no encontré. Julia me comentó que en caso no encontrara me llevaría un pañuelo suyo a la librería, sería el mismo que había usado en la marcha del domingo ocho de marzo, la marcha de las buganvillas. Regresé al hotel, almorcé la otra mitad de mi torta que había comprado el día anterior y me eché a dormir un rato.

Me desperté, trabajé un rato en el diseño de mis cursos en línea, me duché y luego salí hacia la Cineteca. Aproveché para tomarme unas cervezas artesanales en un bar del complejo. Esta vez sí sabía qué película miraría, se trataba de Rencor tatuado, un film noir mexicano del 2018 sobre la corrupción de la policía chilanga en los noventa. Pienso que soy un poco conservador, con respecto a los espacios, a las rutinas que creo en las ciudades que visito. Soy de Lima, nací allí, pero podría ser de cualquier ciudad y en todas trato de hacerme una rutina, entonces, normalmente no conozco mucho en mis viajes, prefiero afianzarme y sentir que vivo en una ciudad que nunca será la mía. Simulacros de realidad, tal vez lo denominaría Braudillard, puede ser, pero esas rutinas, esas caminatas, esas subidas y bajadas de las mismas estaciones de metro, me dan un sentido de solidez vital, que a veces pienso que no tengo, como si todo lo que me rodeara fuera una gran ficción. En realidad, sí, todo es una ficción, nada es real, como el dinero, como el sistema al que pertenecemos, sólo la confianza de que esto sea real, le da existencia. Si desconfiamos, no de un sistema económico, no de una idea, si desconfiamos todos juntos de esta realidad, todo desaparecería, hasta nosotros mismos, hasta el COVID19.


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