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enrique bernales
Photo by: Rafael Saldaña ©

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (IX)

Ciudad de México, Hotel Econo Express, Calzada de Tlalpan, miércoles 18 de marzo 11:30 pm

Me gustan las rutinas, ya lo he mencionado antes. Así como no tengo una casa propia, pienso que crear rutinas me da una estabilidad psicológica necesaria para la vida. La rutina en sí misma es una especie de casa a la que siempre regreso.

En el desayuno seguía un orden diario que terminaba con llevarme una taza de té negro y un pan dulce rumbo a mi habitación. Había quedado en entrevistar a la poeta cubana Elizabeth Reinoso como a las seis de la tarde, nos encontraríamos en Bellas Artes. Antes iría a Coyoacán porque necesitaba comprar unos libros como el de las poetas místicas adoradoras de Krishna traducido por Elsa Cross. Además, quería regresar al café Marabunta para tomarme unos chai y trabajar en mi investigación sobre la relación entre La India y Latinoamérica.

Llegué a Coyoacán y me dirigí hacia las librerías Gandhi y del Fondo de Cultura Económica para conseguir los libros que necesitaba. En los alrededores de la Av. Miguel Ángel de Quevedo, suelen ubicarse vendedores ambulantes que ofrecen sus artesanías, sobre todo con motivos de gatos, en los últimos meses se percibe una demanda mundial por diferentes objetos como bolsas, cartucheras, etc., con dibujos de felinos. El animal humano en estos tiempos está obsesionado por el ronroneador y como se puede observar en las redes sociales, los memes o videos de gatos de todos los tamaños, colores y razas son los preferidos de los usuarios.

Encontré un cofrecito con la imagen de un gatito, negocié el precio y lo compré. Luego regresé hasta la librería El Sótano donde conseguí un libro para enseñarles a leer a mis hijos en castellano, recogía leyendas griegas, al final, el de leyendas mayas no lo tenían. Recuerdo con nostalgia que empecé a leer sobre los hermosos mitos griegos a la edad de nueve años, la misma de mi primogénito, Octavio. Las hazañas de Hércules, Zeus, Teseo, Jason, y otros héroes de esa mitología tan presente en mi corazón me hicieron soñar e imaginar un mundo mítico diferente al nuestro, este mundo capitalista. Octavio y Emiliano, de siete, viven en la ciudad de Boston, que se está manejando mejor que el estado de Nueva York con respecto al control de la Pandemia del COVID19. Yo en cambio vivo en Colorado. Probablemente no los vea este mes de abril como tenía programado por este evento que ha trastocado la vida de millones de personas. En cambio, me comunico por el Facetime y nos reímos. Soy testigo virtual de sus progresos con la flauta dulce, así tocan para mí melodías que antes cantábamos cuando eran más chiquitos como “Jingle Bells”, “Old MacDonald” o “Twinkle Twinkle Little Star”. Justo al lado del café Marabunta hay una funeraria, extraño y perturbador símbolo que marcaría las siguientes semanas de la humanidad. Me senté en el café, a trabajar un rato en la computadora, leía los poemas de las místicas de la India que se habían entregado en cuerpo y alma, a Krishna Vasudeva. Me percaté que sus historias, algunas muy antiguas, se parecían en parte a la de la poeta del México colonial, Sor Juana Inés de la Cruz. Entregarse al culto de Krishna, sobre todo pienso en el caso de Mirabai, significó una forma de agencia que superaba las limitaciones del rol de la mujer en su cultura. Por miedo al castigo del Dios, estas mujeres, en su sociedad, gozaban de mayor libertad. Casarse simbólicamente con Krishna les ofrecía una vida sin limitaciones en la India de su época. Lo mismo pienso de Sor Juana, claro, con sus propias peculiaridades porque el tiempo y la cultura eran distintos.

Escuchaba a un par de chicas hablando, divirtiéndose, tomando unas bebidas y decidí intervenir. Me enteré de que una de ellas había hecho el doctorado en estudios de Asia con la concentración en Japón por la UNAM. El tema que seguía investigando eran Japón y los sueños. Me explicaba que en la cultura japonesa no había una barrera infranqueable entre sueño y vigilia. Parecía que, en el mundo oriental del país del cerezo, el sueño y la vigilia se retroalimentaban y fluían con naturalidad. De alguna manera los sueños en la cultura japonesa creaban un equilibrio necesario para funcionar y producir rendimiento económico aceptable durante el tiempo de duración de la vigilia. De esta manera, pude entender mejor que Jiro, el protagonista de, Jiro Dreams of Sushi soñara con hacer los mejores platillos de sushi, conocimiento que aplicaba con maestría en su vida como Sushi Master.

Las muchachas se fueron, yo seguí escribiendo y leyendo hasta salir para el centro. Luego, Elizabeth, la poeta cubana, me escribió que tenía un conflicto de horario y necesitaba cancelar la entrevista y el café cerca de Bellas Artes. Quedamos para vernos otro día. Finalmente, por circunstancias asociadas a las políticas de la OMS y decisiones del gobierno de Trump, ese encuentro no se podrá dar hasta que coincidamos en México de nuevo, en un futuro, cuando todo esto pase. ¿Pasará? Me quedé toda la tarde leyendo y texteando con amigos de diferentes partes del mundo que me iban compartiendo sus experiencias con este acontecimiento mundial de Pandemia, cuarentena y COVID19.

Florentino me decía que la cuarentena declarada en Perú por el gobierno del presidente Vizcarra parecía contener el contagio, por otro lado, Luis desde Atlanta, Georgia me compartía que el efecto iba a ser diferente para los ricos y los pobres. Yo les confesaba que AMLO estaba haciendo bien las cosas, que no era necesario recurrir a una estricta cuarentena todavía, que Vizcarra se había adelantado demasiado en encerrar a la población peruana. Destacaba la capacidad de gestión de uno, más flexible y del otro, terriblemente inflexible. El conocimiento es así, no hay saber absoluto, el mismo puede ir adaptándose a las circunstancias y en este caso, se trata de datos, muchos datos por analizar científica, matemáticamente. De eso dependía el éxito de una gestión o de otra. Mientras tanto se desinfectaba CDMX a diario: el metro, las calles, etc. Se preparaban para lo que inevitablemente devendría en una cuarentena total en una ciudad de veintiún millones de habitantes.

Regresé a Tlalpan, cené unos tacos con una cerveza negra. Miraba las noticias en mi cuarto, la OMS, los políticos, gobernadores, alcaldes de Estados Unidos le suplicaban, le rogaban, le exigían al presidente número cincuenta y cinco, el cierre total de la frontera estadounidense. Sólo podrían cruzar los productos, los pertrechos necesarios para alimentar a los estadounidenses. Esto coincidía perfectamente con la política antiinmigración del gobierno, así los ilegales serían deportados eficazmente. No sé por qué en mi cama perdiéndome en mis pensamientos, en la blancura del techo, apareció el nombre San Cristóbal, cerro mítico de Lima y Santiago, muy diferentes, por cierto. También me acordé del niño Dios en los brazos del gigante Cristóbal, un guerrero mítico cuya historia se hizo popular en la Edad Media. La historia del niño divino cruzando el río y haciéndose pesadísimo en los brazos del santo se dividía en mi cabeza en dos historias más que narraban las aventuras de otro niño divino, esta vez de la India, Krishna Vasudeva. Después de nacer Krishna, su padre, el príncipe Vasudev lo tomó en brazos y lo llevó a otro pueblo para salvarle la vida de su tío Kans que lo quería matar, así abrió las aguas del río Yamuna llegando hasta la villa de Gokul donde Yashoda y Nanda lo criarían y adorarían mucho. En otro episodio de su niñez, Krishna se vuelve pesadísimo en los brazos de un demonio, esta vez, un Asura, enviado por su tío Kans para liquidarlo. Ahora, San Cristóbal al notar que tenía entre sus manos a un niño excepcional, juró servirle incluso con su vida. En cambio, el demonio no tuvo ni tiempo para cambiar de bando, Krishna acabó con su vida para regocijo de los niños pastores de Gokul.


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