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En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (III)

No hay nada como caminar y perderse en una tarde hermosa, soleada, en una metrópoli como CDMX. Regresamos en dirección al Palacio de Bellas Artes, mis amigos me preguntaron hacia donde me dirigía a esa hora de la tarde, les confesé que iba hacia Coyoacán. Mi intención era ver alguna película en la Cineteca. Entonces seguimos caminando hacia el Metro Hidalgo atravesando todo el parque de la Alameda Central lleno de buganvillas, paseantes, vendedores, músicos callejeros, un escenario muy agradable a la vista y al corazón. Sostuve de nuevo mi apoyo incondicional a la política de salud publica de AMLO frente a la epidemia del Coronavirus. De repente nos detuvimos ante una estatua de Alejandro de Humboldt localizada en el límite del parque. La estatua estaba adornada a la altura del cuello por un pañuelo verde, símbolo de la lucha feminista a nivel mundial. Fernando y Ulises me comentaban que las morras el pasado domingo 8 de marzo en la gran marcha feminista se lo habían amarrado. Pienso que le queda bien al pañuelo verde a Humboldt feminista. Por un momento pensé regresar una madrugada, subirme a la estatua y robarle el pañuelo para llevármelo como trofeo, o tal vez usarlo en lugar del mítico viajero alemán, era como si desposeyera de su posesión a un personaje de la historia, famoso por ser un obsesionado de las cosas. Quería hacer mío ese pañuelo verde de Alejandro de Humboldt. Al final no lo hice. Me quedaba muy cansado y dormido en la cama de mi habitación del hotel de Tlalpan por la noche. Me daba flojera imaginarme en el parque de las buganvillas encima de la figura de un viajero alemán.

 

 cineteca nacional

En el metro Hidalgo me despedí de Fernando y me dispuse a viajar por la línea de metro Indios Verdes / Universidad que me conduciría hasta Coyoacán y la Cineteca. El viaje fue tranquilo e inspirador. No había tantos pasajeros en los vagones del tren, alguno que otro usaba máscara, pero en una proporción muy baja, a diferencia de lo presentado por las noticias que se transmitían en ese mismo momento en diferentes ciudades del mundo. Me bajé en la parada Coyoacán, subí las escalinatas y empecé mi caminata hacia la Cineteca. Algunos estudiantes de la UNAM normalmente venden libros usados en unos puestos improvisados cerca de la parada del metro. Me entretuve revisando algunos títulos. Encontré uno de mis libros preferidos en Lima, me parecía una señal de Krishna Vasudeva, que me reafirmaba en mi elección acertada de viajar a CDMX en vez de permanecer en la seguridad de mi estudio en Greeley, Colorado, Estados Unidos de América. El misterio de las catedrales del alquimista francés Fulcanelli era el título del libro, además conseguí Filosofía y Yoga de Vivekananda, negocié un poco el precio por ambos títulos y los compré finalmente. Caminé por calles muy estrechas, estaba oscureciendo y se divisaba una hermosa luna, una noche clara. Antes de llegar al edificio de la Cineteca Nacional se destacaba un mural representando a los soldados estadounidenses abusando de la población nativa del país. Todavía no sabía que película iba a ver. Lo que siempre me ha fascinado de esta estructura son sus bares, cafés, librerías, tiendas de disco. Me siento cómodo y bien recibido en este complejo generoso para la vista y el entretenimiento relajantemente sofisticado. Además, debo añadir que los precios de las entradas son buenísimos: menos de un dólar americano por entrada al cine, un precio inimaginable en Lima o en Greeley. Llegué hasta la taquilla sin saber que película ver. Al final elegí el documental sobre Diego Maradona que es motivo de una crónica recientemente publicada en esta misma revista digital. Mi primera noche en CDMX terminaba de la mejor manera acompañado de mi ídolo, D10S, y una refrescante IPA en la mano.


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