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Enrique Bernales
Photo by: Enrique Bernales

En la ciudad de las buganvillas: diario de un viaje a CDMX durante el fin del mundo (II)

Salí del hotel. Era un día normal, los negocios funcionaban con normalidad, las trabajadoras sexuales ofrecían sus servicios en plena libertad, el Walmart lucía lleno de gente y mercadería.

Mi imagen favorita de esa mañana estaba compuesta por los diversos puestos callejeros de comida y de infinidad de productos con los que muchos millones de habitantes de CDMX pueden sobrevivir económicamente a diario.

En el metro, algunas personas usaban máscaras, otros vendiendo sus productos de siempre, muchos, incluyéndome, viajábamos perdidos en nuestros teléfonos, aprovechando el internet gratuito de la ciudad y del metro. Me comunicaba con amigos, recibía correos electrónicos del trabajo, la universidad donde laboro había trasladado todas las clases al formato en línea el día anterior, justo cuando estaba volando sobre territorio mexicano.

Llegué a la estación de Bellas Artes, al salir, me dieron la bienvenida un sol esplendoroso, la maravillosa arquitectura del Palacio de Bellas Artes, la imponente Torre Latinoamericana y el color y aroma erotizante de las buganvillas que adornaban con magnificencia el parque de la Alameda Central. Tomé algunas fotos, grabé algunos videos y audios testimoniando mi apoyo a lo que me parecía ya en ese momento una decisión lógica: la política de AMLO y de su secretario de salud, López Gatell de no recurrir a la cuarentena por el momento, como ya se había decretado en territorio peruano o decidirse por la alternativa de Social Distancing de los diferentes estados de la Unión americana. Ahora que escribo estas palabras desde mi pequeño estudio en Greeley, Colorado, sigo pensando que fue la mejor decisión: hacer comunidad, compartir humanidad, así se vence al miedo y al terror de las medidas draconianas decretadas en diferentes países sin ningún respeto por la salud mental o la economía de las poblaciones más vulnerables del mundo. Es mi opinión, obviamente, abierta al debate y a la discusión civilizada. Luego me enteraría que gracias a una serie de estudios de científicos de la UNAM, con previa experiencia en la epidemia de SARS 1, se contaba con un sistema en pie y paulatinamente la ciudad y el país se encaminarían hacia una efectiva cuarentena empezando el viernes 20 de marzo, fecha que se pronosticaba como la del inicio acelerado de contagio.

Caminar, disfrutar del sol, sentir la voz y el calor humano de niños, mujeres, hombres, escuchar los llamados a los restaurantes y otros negocios, ser testigo de cómo la especie humana hace su vida normal, no tiene precio. Ahora todo eso ha cambiado, pero eso es otra historia, otra crónica. Como tenía todavía hora y media hasta encontrarme con Fernando, decidí pasear por la calle de las librerías de viejo, Donceles, y tratar de comprar algún libro de Rosario Castellanos, de esta manera podría por fin leer y aprender un poco de la sabiduría de la autora feminista mexicana por excelencia.

Mis primeros intentos de dar con algún libro de Castellanos fueron infructuosos, finalmente llegué a una librería donde el vendedor me logró encontrar Balun Canan. Con Ahmed, el vendedor, empezamos una conversación sobre el feminismo, departimos sobre el indudable aporte de Castellanos en esta área del conocimiento latinoamericano y coincidimos en la necesidad de seguir afianzando la agenda de esta nueva juventud mundial que, con toda razón, lucha por el cambio y la completa derrota de la sociedad patriarcal. Me despedí de Ahmed, con una sonrisa y regresé en dirección al Palacio de Bellas Artes.

Enrique Bernales
Photo by: Enrique Bernales

No tenía conexión inmediata a WiFi, entonces tenía que buscar las redes abiertas de la ciudad o del metro para poder recibir y mandar mensajes en Whatsapp. Así fue que cuando por fin me pude reconectar con el WiFi me enteré que Fernando ya me estaba esperando en el Palacio. Tenía hambre. Con Fernando se encontraba el poeta y narrador Ulises Paniagua Olivares, quien nos serviría de guía para ir a almorzar a un restaurante cerca del centro. No hay nada como caminar y compartir con los flaneurs de la ciudad que uno visita, Ulises y Fernando eran los flaneurs de esa tarde soleada y deliciosa en la Ciudad de México. Me moría de hambre.

Me encanta la comida de los restaurantes típicos de las ciudades que visito, sencilla y por lo mismo deliciosa. Normalmente no soy de concentrarme en la comida cuando conozco nuevos y encantadores colegas como Fernando y Ulises. Prefiero entregarme a otro placer poco practicado el día de hoy, el arte de la conversación. Así, nos pusimos a hablar sobre los distintos grupos o colectivos literarios de las diferentes ciudades de Latinoamérica. Les transmitía mi deseo de establecer contactos genuinos, fluidos entre escritores para crear una comunidad donde se pudiera compartir y avanzar una agenda en base al talento y una buena dosis de sinceridad y humanidad. Quedó claro que la base de cualquier interacción y alianza estratégica debía principalmente sostenerse en el talento de los participantes, en eso los tres estuvimos muy de acuerdo.

De pronto apareció en los labios de Fernando, el nombre de Aníbal, el africano, el enemigo de Roma, el legendario cartaginés. Era claro que teníamos cierta debilidad por la historia y el análisis de los acontecimientos históricos que han marcado la vida humana por miles de años. Les comenté a mis nuevos amigos que hacía muchos años había escrito un poema sobre Aníbal y la inmigración moderna africana a los territorios europeos. Reproduzco a continuación un fragmento de ese poema todavía inédito:

Extracto de “La Ciudad de los Césares”

Pocos serán los que no se levanten, los que no se levanten
con nosotros y no vayan sonrientes

Saint John Perse

Desde el tejado nos contemplan los gritos en llamas de los siglos,
Aníbal expectante frente a la otra orilla, recuerda los cantos de todo un pueblo,
entre la paz de Ngai y las fiestas de Odwera, el más silencioso,
era el fin de la Cuarta Guerra Púnica, los africanos apenas regresan victoriosos a la aldea,
“os saludamos caminantes, estirpe de leones y mapas estrellados”,
vistiendo ropas de lujo y mostrando sus monedas de oro vinieron,
trajeron consigo sus esclavos, románticos y barbados nos decían
las mil y una noches de su patria, del Preste Juan, de los Campos Eliseos
y de sus ritos fúnebres, hombres y mujeres sepultados con monedas de cobre
latiéndoles en la hierba de los ojos y en la punta de sus lenguas, monedas de cobre
en las palmas abiertas del barquero que los cruza al otro lado, porque también
en la región de los muertos hay el otro lado, pero esta vez más cercano al nuestro.

Enrique Bernales
Photo by: Enrique Bernales

La amena conversación seguía su curso en la tibia tarde mexicana, aparecieron algunos nombres en el recuerdo como el del entrañable Julio Ramón Ribeyro, excelso cuentista peruano y que mis amigos mexicanos conocían en parte. Una característica notable de las historias de Ribeyro, les compartía, era la atmósfera principalmente urbana, metropolitana, de los personajes y los escenarios de sus maravillosas historias llenas de un glamour decadente presente en las diferentes ciudades latinoamericanas. Compartimos nuestra admiración por Octavio Paz, un autor del que tal vez no es tan políticamente correcto hablar en los últimos años, pero cuyo saber es ineludible. Añadía sobre mi investigación acerca de las relaciones intelectuales entre la India y Latinoamérica, precisaba la admiración que sentía el autor de La llama doble, entre otras obras maestras de la literatura, por las élites intelectuales de la India, quienes de alguna manera habían fundado una moderna nación, la más grande democracia del mundo, buscando mantener los valores de un estado fuerte, secular, que controlara la diversidad religiosa del país. Sentía que Octavio Paz admiraba eso en México de alguna manera, la necesidad que una clase intelectual, una élite rigiera los destinos de una nación controlando la peligrosa influencia de la religión, privilegiando un estado secular, nacionalista. Era obvio que Paz, detestaba la superficialidad estadounidense, su excesiva religiosidad, su desprecio por la cultura y el intelecto como valor. En resumen, una cultura apegada al valor material del dinero, lo que había provocado una decadencia mundial en el amor por la sabiduría. Los Estados Unidos eran un mundo materialista que, en los últimos años de vida de Paz, había perdido total dirección humanista, dada su inclinación por la banalidad más absurda, la ignorancia y el peligroso avance de la religión en contra de los valores universales del secularismo y la democracia. En estos tiempos de #Pandemia #Mundial, diría que esa realidad se ha radicalizado y el logos yace hundido en el fango. Sin embargo, un evento de la magnitud del #Coronavirus aparentemente está provocando que el Logos reaparezca poco a poco. Se percibe que la inteligencia y el saber están recuperando el lugar que habían perdido y están arrinconando al discurso de la frivolidad, del hedonismo, de la falta de sabiduría que los estoicos reconocían con el concepto de Hamartia. La comida estaba rica, las tortillas calientes, las aguas deliciosas, de melón esta vez, y una cerveza local en la mano para acompañar la sobremesa. Estaba un poco cansado, pero sentía y tenía ganas de seguir devorándome el monstruo de la CDMX. Nos levantamos y salimos del restaurante.

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