Aeropuerto de Denver, Colorado, jueves 12 de marzo 3:00 p.m.
Pensaba cancelar mi viaje. Estamos viviendo una situación particular, excepcional. La OMS o The WHO (World Health Organization) estaba haciendo un llamado para permanecer en casa y así evitar la propagación del virus. Me ponía a pensar en mis hijos, Octavio y Emiliano, que viven en Boston, Massachussetts, en mi vida actual en Colorado. Realmente no me sentía muy bien emocionalmente, incluso me llegó un correo electrónico del Presidente de la Universidad donde trabajo que indicaba que las clases presenciales se cancelaban y se hacía la transición al formato en línea luego de finalizada la semana de vacaciones de primavera. Lo lógico era cancelar y vivir este acontecimiento particular en la historia de la humanidad desde la comodidad de mi estudio y mi soledad en Greeley, Colorado. Finalmente, tal vez fue un mensaje, tal vez, mi intuición o la inspiración de Krishna Vasudeva que como un compañero de viaje me ha acompañado toda la vida. Ahora de una manera más consciente. Krishna me dijo que no. Krishna me quería en CDMX y no aquí en Greeley, un pueblito del norte de Colorado. Era necesario experimentar en CDMX el fin del mundo – aka #COVID-19 #Worldwide #Pandemia – ser parte activa de este acontecimiento mundial. Y así lo hice. Escuché el llamado, alisté mi maleta, guardé mis libros de poesía Regreso a Big Sur e Inmanencia los cuales repartiría para fortalecer vínculos con escritores mexicanos. Salí de prisa en mi diminuto Ford Fiesta rojo hacia el aeropuerto de Denver también conocido como DIA. Todo parecía muy tranquilo en la carretera. Dejé mi auto en el estacionamiento económico Pikes Peak y me trepé el bus shuttle hasta DIA. No había muchos viajeros en las colas de seguridad, todo fluyó con rapidez. Llegué con tranquilidad a mi puerta de embarque, el vuelo AM 659 se anunciaba con normalidad y a tiempo. Antes de abordar me dio tiempo de leer algunos poemas de Rabindranath Tagore, Octavio Paz y el Vallejo de la India, Sukanta Bhattacharya. Era mi tercer viaje a CDMX, en enero había estado participando en eventos y conociendo nuevos amigos, cuando regresé a Colorado para el inicio de las clases en primavera, había una sensación de alegría y esperanza. Ahora era muy distinto, mi corazón se había llenado de misterio y aventura.
Ciudad de México, Calzada de Tlalpan, jueves 12 de marzo 8:00 pm
El viaje fue muy tranquilo, aproveché para seguir leyendo y organizar mis días en la capital mexicana. Debo agradecer a mi amiga Violeta Orozco, estudiante de doctorado en Rutgers University, por haberme proporcionado algunos nombres de nuevos colegas por conocer en México. Sentado cómodamente tuve la oportunidad de mirar Los adioses, un biopic, sobre la vida de la escritora mexicana Rosario Castellanos, muy recomendable, por cierto. Al llegar al aeropuerto internacional Benito Juárez notaba que todos los trabajadores y funcionarios lucían sendas máscaras y había abundancia de gel desinfectante, lo cual es un protocolo estándar para un evento que ya había sido declarado por la OMS como Pandemia. El viaje en taxi fue cómodo, el taxista era muy amable. Ya no sería la colonia Roma, como en mi viaje del pasado enero, donde pasaría la mayoría de mis días en CDMX, mi centro de operaciones se trasladó a la Calzada de Tlalpan. La calzada es una zona más comercial, estilo Abasto en Buenos Aires o Los Olivos en Lima. Como siempre sucede cuando hago un viaje a otro país o ciudad sigo rituales, una especie de iniciación espiritual con la sacralidad del espacio que me acoge momentáneamente. Entonces, me duché y salí a recorrer la nueva colonia. Lo que me gustaba mucho de este lugar era que la estación Nativitas del tren de la línea 2 estaba cerquísima, así podía llegar hasta el centro de la ciudad fácilmente; para Coyoacan en cambio debía hacer más conexiones con otras líneas del metro. El taxista, Oswaldo, ya me había descrito un poco la naturaleza del espacio urbano en el cual me alojaría ampliando, por tanto, las fronteras de lo comercial del significante. Había muchos hoteles en Tlalpan y un número apreciable de trabajadores sexuales. Así, buscando un restaurante para cenar en mi primera noche, con mi sombrero negro adquirido en Tucumán, Argentina, me desplazaba por la bulliciosa noche entre las existencias de las trabajadoras sexuales que, en decenas, en medio de un escenario de Pandemia mundial continuaban ofreciendo sus servicios en paz. Pensaba que la prostitución, sin juzgar, era un signo de normalidad, marcando una herida de vida que se había ya apagado en otras metrópolis como Lima. De regreso al hotel encendí la televisión y me puse a mirar las noticias, los canales mexicanos e hispanos de USA acusaban a AMLO (Andrés Manuel López Obrador), presidente mexicano, de irresponsabilidad en la preparación sanitaria del país frente a este evento, inédito, para la humanidad del siglo XXI. En ese momento no tenía una opinión más objetiva con respecto a la política de salud de AMLO, debía perderme antes en la ciudad, sintiéndola, explorándola, escuchándola y compartiendo con sus protagonistas, los habitantes de CDMX.
Ciudad de México, Calzada de Tlalpan, viernes 13 de marzo 8:00 am
Una nueva mañana en CDMX. El ruido de los autos era notable, muy diferente a la mayor calma sonora de la Roma. Tlalpan era súper ruidosa y eso me gustaba mucho. Un desayuno típico mexicano en el cuarto piso del hotel Econo Express. Como siempre, los trabajadores súper amables, pero eso sí con sus respectivas máscaras, guantes para prevenir cualquier contagio. Un desayuno bien mexicano: chilaquiles, frejoles, fruta, pan dulce o conchas como también se conocen. Necesitaba mucho café. El canal de noticias mostraba a los desayunantes diferentes escenarios como las protestas en Chile, la contaminación que causaban las máscaras sanitarias en los ecosistemas marinos del Océano Pacífico, la renuencia del gobierno de AMLO a ejecutar medidas más restrictivas frente a la pandemia, compras de pánico de los estadounidenses. De pronto me llegó un mensaje, mi querida amiga Ana, de Guatemala, desde Colorado me informaba que se había acabado la carne, la gasolina escaseaba y no había ya en los supermercados productos de limpieza incluyendo el poderoso oro de los nuevos tiempos: el papel higiénico. La decisión de salir de Colorado el día anterior, al menos por un tiempo, fue la mejor. Un colega chilango, Fernando Salazar Torres, escritor y editor de la revista literaria, Taller Ígitur, además de conducir un programa de radio y televisión, me invitaba a encontrarnos por la tarde a las afueras del hermoso edificio del Palacio de Bellas Artes. Me pareció una excelente oportunidad de compartir con otro escritor, así que confirmé mi cita. Decidí que saldría antes hacia el centro para experimentar la ciudad y sentir cuál era el mensaje y la información que me iba a proporcionar CDMX en medio de este escenario de crisis mundial de salud. Me encanta viajar en metro, es uno de los placeres que extraño al no vivir en una gran ciudad, sino en un pueblo chiquito como Greeley, Colorado, que tiene también sus encantos. No me aventuraría en bicicleta por las calles congestionadas de la capital mexicana; en cambio en Greeley disfruto mucho de mis paseos en bicicleta hasta el centro.
Photo by: San Sharma ©