Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Heinrich Hoerle, 1930 Melancholisches Mädchen
Heinrich Hoerle, 1930 Melancholisches Mädchen

En Joe’s Pub

Volví tan cansada de mi último viaje que caí muerta en el sofá; dormité un rato, y me fui derecha a Joe’s Pub. Junto a su escenario languidezco mejor, y me arrellano en la oscuridad de la mesa doce, que suelo compartir con desconocidas. Como llegué pronto estuve sola un largo rato, jugando a la melancólica bebedora de absenta con jugo de arándanos, y depuré en la penumbra el ruidoso detritus mental de mi día a día. El Joe’s Pub es una cámara de descompresión que me devuelve a la vieja y torpe creencia de que existe la normalidad.

Cuando abrí los ojos vi delante de mí la copa de zumo morado pero, un poco más allá, para mi asombro, había una mujer que era igualita que Gertrude Stein. Me miraba desde una quietud desasosegante, como una antropóloga mira a una momia que acaba de descubrir en lo más hondo de una excavación. Solo le faltó sacar una lupa.

Su parecido con la coleccionista de arte íntima de Picasso y Matisse, marcó para mí la velada que, si no, habría sido, probablemente, banal. La noche prometía, porque aquél rostro, encajado en un busto voluminoso, que por pedestal tenía una simple blusa azul pálido de lino, con escote a la caja, sin ninguna joya o adorno, despertó mi curiosidad que es un ingrediente importante del deseo. Al menos lo es del mío. No creía que Gertrude -prefiero llamarla así-, por el simple hecho de guardar un prodigioso parecido con la Stein se tuviera que dedicar al arte, aunque sospeché que podría ser académica. Llevaba el pelo muy corto, más que yo, muy poco o nada de maquillaje, y me seguía mirando tan fijamente que me sentí escrutada, primero como momia, pero, luego, más distante, como una pieza de lobby art –se quedó con la boca ligeramente entreabierta, sin saber qué decir-, como un animalito asalchichado de Jeff Koons, de esos que la gente mira sin pensar en los halls de algunos edificios.

 

Retrato de Gertrude Stein, por Andy Warhol
Retrato de Gertrude Stein, por Andy Warhol

 

La curiosidad me llevó a querer averiguar cómo me vería ella a mi, y esto fue fatal porque tuve que hacer esfuerzos para evitar verme a mí misma como una momia, carente de atractivo salvo para una científica. Decidí que, si se daba la ocasión, y ella empezaba, me dejaría entretener por su conversación, fuera como fuera. Sentí mi predisposición a agradar. Por fin, Gertrude abrió la boca, señaló mi cabeza, y dijo con voz muy grave, casi cavernosa:

No hairdo?

No hairdo no hairspray, le sonreí.

No hairspray left in Baltimore, anyway…me devolvió.

Pensé que quizás otra chalada se había puesto en mi camino. Atraigo a este género. Me toman como su torre de control mientras ellas vuelan por el mundo. Por ahora solo teníamos dos cosas en común: la mesa número doce de Joe’s pub y el corte de pelo. Todo lo demás era la literatura barata que urdía febrilmente mi inseguridad. ¿Sería de Baltimore y habría venido a pasar un fin de semana a NY? ¿Acaso una fan de John Waters?

En ese momento salió al escenario Justin Vivian Bond, acompañada de su banda y hasta las trancas de munición; nos saludó desde el atril y nos callamos, aunque Gertrude por poco tiempo.

-“Glam is resistance”, afirmó decidida Justin Vivian.

El público aplaudió pero yo no sé a qué resistencia se refería, imagino que a cierto activismo político. No lo entendí. Me di cuenta de que Gertrude comía ansia y que retorcía las manos bajo sus grandes senos. Estaba segura de que ella no compartía aquella afirmación de Justin Vivian; se mordía los labios y, de repente -lo que me temía- , dio un brinco y, de pié, se puso a responder a Justin; agitada, despacio, a viva voz, aunque sin dejar de mirarme a mí, como si yo fuera parte de sus asuntos y de su discurso, lo que me dio a entender que Gertrude estaba acostumbrada a arrastrar a quien fuera a su infierno particular y que, seguramente, de estar juntas exigiría, en algún momento, que me inmolara con ella. Pero Justin parecía conocerla muy bien y la toreó con facilidad dejándola hablar:

Glam is not resistance, dear, you are a bit lost there. Camp is resistance, not glam. Glam is…a hitch on the way to resistance. Look at the Met and that dreadful exhibition… turning CAMP into GLAM…how disgusting! If Susan could see what they have done to her text! Such morons, the only thing they care about is money, their September issue, and  garments and boasting …!    

CAMP. Notes on fashion es una visión voguizada de lo camp; se lo comen todo los Gucci y los Pucci. Al ver que yo no decía nada Gertrude me espetó:

And you, princess, what do you think? Am I not right? By the way, I am Sharon.

         ¿“Princesa”, eh? Bueno, de mi momia inicial a su princesa había ya un trecho respetable que prometía.

¿Quién sería esta mujer -me preguntaba mientras adivinaba mechas violáceas en los trasquilones de su pelo gris-, que con tanta desenvoltura chupaba cámara delante de la misma artista? Por fin, Gertrude -Sharon- se sentó y se calló. Y Justin siguió contándonos cómo Ozon y Waters habían llegado a ser sus directores favoritos, y que, una vez en Las Vegas, se fue con su padre a ver Polyester, la película de John Waters en Odorama: en la pantalla aparecía un numerito en una esquina, y así podías oler la escena frotando -con una llave, una moneda o, si no tenías otra forma, con la uña- el número correspondiente en un tarjetón de cartulina que te daban a la entrada. Pegamento, pedos, rosas, sobacos…en fin, no era lo más apetecible de Waters.

 

Justin Vivian Bond en plena actuación en Joe's Pub
Justin Vivian Bond en plena actuación en Joe’s Pub

 

Where are you originally from? Es como si detrás de un arbusto tan grande hubiera un ojo muy fino que no dejara de vigilarme, de viviseccionarme.

I am a dago, le dije burlona. A hispanic US citizen. Prefiero aclararlo cuanto antes porque a algunas de por aquí les encanta cotorrear como discos rallados y luego votan a Trump y te escupen en un ojo.

No glam no camp, continuó ella en su forma hermética de hablar.

         -Only concentration camp, le sugerí.

Yes sweetheart, they are treating your kind like shit at the frontier and here…aren’t you doing something? I would get a gun if I were you

¿Y ella qué sabía quién era mi gente? Otra torpeza anglosajona por su parte. Estúpida…

That’s precisely what your “kind” would do. But I am not a gun woman, le respondí.

So, who are you then, the “mousy one”?

Sonaba un poco bebida pero hilaba bien. Había empezado a ligarme. Pensaría ella que me gustaba, y no andaba descaminada. Pero mi jueza interior me tenía atrapada y descalificada: la falta de autoestima me fustigaba sin piedad y me veía a mí misma como unas longanizas hispanas de Jeff Koons o la susodicha momia, engendro de mi imaginación: era imposible que yo le gustara. Me quedaba la esperanza de que a Sharon le gustara el lobby art y que, entonces, le gustara una pieza como yo, koonsizada. Y entonces sonó Baltimore,

Oh, Baltimore,

Ain’t it hard just to live?

Just to live

 Vi que ponía el dedo índice de su mano derecha en su corazón y, mirándome, asintió. Sí, ella era de Baltimore, como Claribel y Etta Cone, como John Waters, como Divine o Grace Kelly, como Hairspray y sus increíbles hairdos en los que Debbie Harry guardaba arsenales atómicos… me pareció una bebedora sentimental, solo le quedaba aullar como un coyote.

Se giró hacia mí con una mueca retorcida y me dijo:

And now, after chastising us with Baltimore, you can bet the girl is going to sing us “Pretty Polly”…!  

 

Esculturas asalchichadas de Jeff Koons
Esculturas asalchichadas de Jeff Koons

 

Para Justin Vivian cantar Pretty Polly es de rigor, siempre la canta por dónde quiera que va para recordar que a las chicas nos siguen asesinando así porque sí: novios, maridos, amantes, amigos, criminales. La pista principal para saber por qué el cerdo de Willie asesina a Polly está en el nombre de la canción: la chica era pretty. Se iban a casar pero, de repente, ya no. La deseaba, y, de repente, ya no; de golpe ya no la amaba, la odiaba, hasta el punto de cavar su tumba premeditadamente, apuñalarla, tirarla, echarle mierda encima y huir. Al menos en la versión que escuchábamos -yo, sobrecogida en un anti-climax indescriptible-, que era, seguramente, la de Judy Collins.

Azucarada, y con el color intenso de la sangre, mi lengua se apretaba contra el paladar succionando el jugo de arándanos que se retrasaba en mi boca mientras imaginaba el pavoroso camino que va del amor al asesinato. Estas canciones son un género aquí; las llaman murder songs. Me bajó hasta la tensión. Y Sharon me miraba y me dejaba claro que allí, en aquella mesa número doce, podía comenzar algo. Y yo no hacia nada más que ir de la momia a la princesa, insegura; y del deseo al asesinato, miedosa…y no estaba del todo convencida de que aquella noche fuera la mejor para dar un paso en ninguna dirección. Pero ella insistió hasta que me hizo volver abruptamente al mercado del intercambio. Atravesando mi silencio sepulcral, como si viviera dentro de la canción, brutal, Sharon remató:

You fucked it up Willie. So many men fuck it up. That’s why I prefer girls. Don’t you babe?

Y a pesar de que era bastante más grande que yo, me miró como si yo fuera la nave nodriza a la que acude el bombardero, sin saber que esa nave que había elegido estaba a punto de añadir una veladura más a su identidad.

 

Joe's Pub y, al fondo, la mesa número 12
Joe’s Pub y, al fondo, la mesa número 12

 


Main Image: Heinrich Hoerle, 1930 Melancholisches Mädchen

Hey you,
¿nos brindas un café?