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daniel campos
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En el Museo de Jade con un chilango

Entramos al Museo de Jade, en San José, pasado el mediodía. Calculábamos quedarnos un par de horas para luego ir al Mercado Central. Pero el museo nos interesó tanto que nos deleitamos más de tres horas con toda la muestra de arte creado por los pueblos originarios de estos territorios ístmicos. 

Yo había visitado varias veces el museo pero cada vez me presenta hermosas novedades. Y el interés para mi amigo de Ciudad de México fue observar las piezas de jade en muestras explicativas de los contextos históricos, ecológicos, culturales, económicos, religiosos y sociales en los que se crearon las piezas de jade, oro y cerámica que exhibe el museo. 

Yo no recordaba que todo el jade que se utilizó en la Centroamérica precolombina se extraía del río Motagua en Guatemala. Y mi amigo no sabía sobre todas las rutas de comercio e intercambio de técnicas que unían a los chorotegas de la Gran Nicoya con los olmecas y mayas. Ni imaginaba que los distintos pueblos intercambiaban artesanos. 

Yo creo que me hubiese gustado ser un peripatético mesoamericano, un artista ambulante. Para mi amigo, el actor chilango, el placer fue conocer las culturas y el arte de estas tierras que fueron el límite septentrional de la Mesoamérica prehispánica. Sus antepasados olmecas llegaron hasta Nicoya y legaron técnicas para extraer, serruchar, pulir, taladrar y tallar el jade. Los artistas nicoyanos y de las llanuras norte y caribeñas de la actual Costa Rica desarrollaron sus propios estilos y figuraciones según el animismo religioso local. 

Al Chilango le fascinó todo esto. Fue grato y satisfactorio su interés. Cuando salimos ya no nos daba tiempo de pasar por el Mercado. Nos esperaba mi amiga Andreina para tomar unas cervezas en el patio del hotel Grano de Oro, un recoveco delicioso de San José. Mientras caminábamos hacia allá por la Avenida Central conversamos sobre esa herencia ancestral y originaria que recorre América. Ambos somos latinoamericanos urbanos y nos dedicamos, respectivamente, a la filosofía y el teatro: tradiciones con raíces griegas. Pero somos americanos y mucho de lo que somos, desde lo que comemos hasta cómo hablamos el español, se lo debemos a esos pueblos. 

No le conté que, en el censo de los Estados Unidos, yo pongo que parte de mi ascendencia es huetar, por parte de mi bisabuelo Manuel, oriundo de la actual región de Aguas Calientes de Cartago. Así les rompo los esquemas a los estadísticos y científicos sociales gringos. “¿Huetar?”, me imagino a algún estadígrafo rascándose la cabeza al introducir el dato en el sistema. Pero es una verdad que honro y agradezco.


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