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Mariana Zinni

Una distopía de/hacia lo plurinacional: En el cuerpo una voz, de Maximiliano Barrientos

Escena inicial: dos hermanos, uno herido y otro sano, huyen en coche de un dictador caníbal en un país –Bolivia- que ya no se reconoce como tal, dividido en dos naciones, la Nación Camba y la Nación Andina. En el cuerpo una voz, la novela de Maximiliano Barrientos (Santa Cruz de la Sierra, 1979) publicada recientemente por Eterna Cadencia (2018, Buenos Aires, Argentina) comienza como una road-movie, una persecución alocada que incluye a un médico de dudosa reputación quien ayudará momentáneamente al que se desangra por heridas de bala, refugiado luego en un viejo avión derribado supuestamente durante la guerra civil. La narración entronca rápidamente en una distopía postapocalíptica, precipitada luego del fracaso de un modelo plurinacional gobernado por un “presidente indio” -¿semejante al propuesto por el presidente Evo Morales en 2009?- asesinado por El General. Este último, un oscuro exmilitar de élite, obliga a sus acólitos a cometer todo tipo de excesos y de violencia, incluyendo una suerte de “bautismo de fuego” que consiste en consumir carne humana de las víctimas de la represión, alimento que será compartido, cual eucaristía profana, con los propios sobrevivientes de los poblados asolados. El relato irá mutando a lo largo de un trayecto en el cual tanto la venganza como la justicia parecen tener igual cabida.

Tras la disolución de Bolivia como estado de derecho, las brigadas se masacran por el control del Oriente. Inmediatamente después del asesinato del “presidente indio” se producen guerras civiles, con la consabida intervención extranjera. Con el fracaso de la Nación Camba una vez finalizado el conflicto, se impone una paz estéril, frágil, plagada de terror, un período de reconstrucción post-trauma que termina siendo más traumático aún, puesto que las heridas no suturan del todo. En medio de estos procesos de disolución nacional y política, dos hermanos (Rodolfo, el narrador, y Pancho, el malherido) huyen de una injusticia, producto de no querer entregar a su pero Renzi-evidente tributo al escritor argentino Ricardo Piglia, como reconociera el mismo Barrientos en una entrevista- a una de las brigadas comandadas por El General en persona. De ahí en más se suceden una serie de hechos narrados con una prosa sobria, sin adornos, por momentos monocorde, desnuda de artificio, un lenguaje con localismos bien colocados, contextualizados de modo que al mismo tiempo que le prestan a la prosa el consabido “color local” presente en toda novela latinoamericana que se precie de tal, no son necesarios aclarar en términos semánticos, enriqueciendo el texto y proveyendo al lector no boliviano de un sustrato lingüístico bien trabajado, proponiendo una estética y ética del lenguaje que se conjugan al mismo tiempo.

Barrientos nos presenta una novela del exceso, de los excrementos y las excresencias tanto del cuerpo como de la sociedad disuelta. El General es una excrecencia, algo que sobra, y que sobresale por exceso. Sin embargo, en este afán de narrar el cuerpo violentado, la novela comete excesos que pecan muchas veces de errores narrativos, como cierta falta de sutileza. El autor podría dejar más espacio para la lectura, sugerir y no mostrar tanto. El lector que se enfrenta a esta distopía, acostumbrado quizás a escenas apocalípticas, suele ser capaz de reconstruir contextos, o sumar desde su propia experiencia de lectura una densidad de significados que la novela, al intentar asumirse cuerpo y despojar al cuerpo de su cualidad metafísica.

En términos de tradición literaria, esta novela participa de una doble vertiente en relación con la literatura latinoamericana: por un lado, entronca con lo que tradicionalmente llamamos “novela de dictador”, y por el otro, “novela del cuerpo.” Como tal, el relato sigue las pautas del primer género casi sin apartarse demasiado: El General, el mal absoluto que derriba hasta el tabú de la antropofagia, resulta instrumental a la trama. Este género, intrínsecamente latinoamericano, nace con El Señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias, pero se populariza en la década de 1970 con escritores del llamado Boom de la novela latinoamericana, relatos complejos que se alejan de la idea de novela clásica, con cambios de voz, de temporalidad, pero con una geografía y, digamos, un pintoresquismo telúrico que las hacen fácilmente identificables. Barrientos, tomando elementos quizás de los clásicos del género (Yo el Supremo, El otoño del Patriarca, La fiesta del chivo) da una vuelta más a esta narrativa prestando voz y cuerpo a El General vencido y humillado por sus captores.

Como una “novela del cuerpo”, se inscribe en el linaje de los relatos que manifiestan un cuerpo invadido física y metafísicamente y que tiene como uno de sus exponentes actuales al salvadoreño Horacio Castellanos Moya, quien hace de la abyección una representación del poder que incomoda desde la primera línea. En esta “novela del cuerpo” el fantasma del canibalismo (no ritual) se mezcla con sentimientos como la rabia, el resentimiento, la venganza, la soledad, propiciados por la violencia, la tortura, la sordidez que se apropia de determinados momentos en el relato, como por ejemplo, en los testimonios de las víctimas de la violencia, recogidos por el narrador, quien, pasado un tiempo de la muerte de su hermano y en pleno proceso de reconstrucción de la nación, oficia de recolector de historias de las víctimas en grabaciones de video que, transcriptas, se incluyen en la novela. En Barrientos lo abyecto está presente en los cuerpos violentados, los animales podridos, los olores, lo escatológico, pero también en el ambiente de una ciudad que atraviesa una guerra civil y en su reconstrucción mantiene espacios donde la memoria, el poder y la venganza se materializan y recuerdan permanentemente las formas de violencia ejercidas sobre el cuerpo, la permanente invasión de lo corporal que deja rastros en él.

En el cuerpo una voz se revela y tematiza el cuerpo. Se lo restituye a un lugar de certeza donde todo pasa por el cuerpo, y todo se explica por las huellas, las cicatrices, e incluso la consumición de ese cuerpo violentado por el Estado. Quizás esta novela, como las de Castellanos Moya, sea una respuesta a un vuelco de la literatura latinoamericana hacia el yo intimista y confesional donde se resalta la presencia de un yo casi siempre poético, presente por momentos en libros anteriores de Barrientos, pero sustituida por un cuerpo en contraposición, remarcando una violencia extrema que no deja de lado lo más físico y escatológico: las heces, los humores.

El autor sostiene en una entrevista que no le interesa utilizar la literatura para explicar un país, que el territorio donde transcurre su novela es Bolivia por ser lo familiar, lo que está ahí y funciona como marco narrativo. No se propone hacer una novela futurista, sino anclarla en cierta ucronía y volverla verosímil para narrar eventos que podrían haber sucedido luego de la crisis que atravesara el país andino diez años atrás si las tensiones regionales no se hubieran aquietado. Como tal, nos encontramos con una novela distópica de una Bolivia donde el proyecto plurinacional se cumple pero que presenta, a futuro, una nación rota. En cierta medida nos deja entrever que lo plurinacional en Bolivia no es cohesivo, sino disruptivo, y la literatura, como discurso capaz de adelantarse, de advertir, de pervertir un presente en pos de un futuro posible, apunta al síntoma, a las tensiones no resueltas. La literatura siempre ha funcionado como espacio en el que se amplía el horizonte de lo posible, gestiona un imaginario que queda fuera de lo cotidiano a pesar de que tenga un pie puesto firmemente sobre eso cotidiano que se quiere esquivar o potenciar, de hacer ver. Así, la literatura tiene la capacidad de identificar sustratos, restos, gestos, de intuir y poner en palabras lo que ocurre subterráneamente, de estetizarlo aún antes de que podamos historizarlo. La operación literaria del autor nos acerca, entonces, a esta cualidad intrínseca de la literatura y la revaloriza una vez más. La novela de Barrientos es, en este sentido, un volver sobre la institución literaria como revolucionaria, sintomática, futurista.

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