Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
paola maita
Photo by: Sara ©

En caso de emergencia…

… está mi sofá.

Hace cientos de generaciones atrás, los seres humanos buscábamos protegernos de la oscuridad y las bestias. Construíamos nuestros refugios nocturnos en función de resguardarnos de lo que nos amenazaba.

A medida que fuimos evolucionando, los peligros fueron cambiando con nosotros. Los lobos y otras bestias salvajes se transformaron en monstruos que, sin importar de que sean imaginarios, no dejan de ser igual de peligrosos.

Si bien es cierto que nunca he vivido cerca de ninguna montaña ni campo, no quiere decir que no haya enfrentado a demonios alguna que otra noche o que no haya visto a otros luchar con los suyos propios.

En esos casos, he podido contar con que alguien me ofrezca su casa para pasar mis horas oscuras (literal y metafóricamente).

No sé cuántas veces he dormido en el sofá de algún amigo, en cuántos me he sentado a exprimir mi humanidad a punta de lágrimas… O cuántas le he dicho a algún amigo «vente a casa».

 


 

Viernes, 2020

En un instante, el mismo mensaje le llegó a tres personas pidiéndoles lo mismo:

¿Me puedo quedar esta noche en tu casa?

Había llegado a ese momento de la noche donde sabía que no estaba en condiciones de llegar a casa ni tampoco podía quedarme donde estaba. Tenía que tomar una decisión antes que la situación se me terminase de ir de las manos.

Para mi suerte, las tres personas me respondieron que sí y pude darme el lujo de escoger ir a casa de S. porque sabía que iba a importunarlo menos.

Llegar a su casa, poder desahogarme, sentir que alguien que conozco desde hace pocos meses podía cuidar de mí, que se asegurase que llegaría a mi casa bien, fue un alivio: su sofá se convirtió en mi refugio.

Normalmente, diría que un mueble es un objeto inanimado pero esa noche, ese sillón cobró vida. Me demostró que, si me atrevo a pedir auxilio a las personas más inesperadas, el sí es una posibilidad real.

 


 

Domingo, 2020

Una señal de que soy una adulta es que mi reloj biológico me despierta los fines de semana a la hora en la que suelo ir a trabajar. A diferencia de cualquier otro sábado o domingo en el que eso hace que refunfuñe mientras me doy la vuelta e intento dormir más; ese domingo sirvió de algo. E. había decidido escribirme en la madrugada para contarme algo que le había pasado y que le había revuelto la existencia.

Conversamos durante todo el día. Confieso que muchas veces dudé sobre qué decirle, pero al final del día sabía lo que tenía que hacer.

Vente a casa. Puedes quedarte aquí. Los otros te harían más preguntas.

Yo ya había hecho todas las preguntas necesarias durante las horas anteriores. Esa noche, mi sofá significó acompañarlo, escucharlo y ofrecerle un poco del espacio de mi hogar para que pudiese reflexionar a solas.

 


Miércoles, 2015

Llegaba a casa después de haber cenado con M. y S., de reírnos, de lanzarnos cuesta abajo en asuntos filosóficos, de haber pasado una de esas noches memorables. Allí me recibió una bomba de tiempo que no sabía que hacía tic tac desde hacía meses y que, a pesar que yo tenía poco o nada que ver en el asunto, me estalló en la cara.

No dudé en llamar a M., de pedirle que me dejase dormir esa noche en su casa. Ella me respondió que sí sin pensarlo.

Llegué vuelta un mar de lágrimas en el que supo nadar. Ella convirtió una de sus habitaciones en un lugar donde yo pudiese pasar la noche.

Pero mañana a enfrentarlo. No vas huir para siempre.

Esa noche, el sofá de M. fue lo que necesitaba: Una salida temporal que me permitió tomar un respiro antes de sumergirme en un charco de mierda.

 


Photo by: Sara ©

Hey you,
¿nos brindas un café?