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El virus del metro

CARACAS: En los últimos años se ha desarrollado un virus que te adormece el cuerpo, hace que los parpados se te cierren solos y hasta pierdes el conocimiento… el único antídoto conocido hasta ahora, es la voz del operador cuando anuncia tu estación de destino. Esos son los síntomas del llamado virus del metro.

El viernes pasado me di cuenta que lo tengo. Pero la verdad si me preguntan ¿cuándo me contagié? no tengo ni idea. Lo que les puedo decir es que, cuando vivía en Catia, específicamente en la estación Plaza Sucre, comenzaron mis primeros síntomas. En aquel tiempo, tendría yo unos 16 años, me levantaba muy temprano como a eso de las 5 de la mañana, caminaba hasta la estación y al llegar siempre estaba abarrotada de gente por lo que me iba en sentido contrario hasta la estación Propatria para “venirme sentado”.

Pero no nos adelantemos, primero lo primero. Con los años descubrí que la principal causa del Virus del metro es la coincidencia, y ustedes se preguntaran: ¿Qué tiene que ver la coincidencia con el virus? Pues mucho, ya que por ejemplo, cuando me iba hasta la estación Propatria, coincidencialmente una viejita o una mujer embarazada se me ponían delante, y acto seguido me lanzaban una mirada muy similar a la del Gato con botas que aparece en la película de Shrek. Por lo que yo, que siempre escuché que debía ser un caballero, me levantaba para ceder mi puesto, eso sí con mi mejor sonrisa.

Iban pasando los años, yo seguía viajando en metro, regresándome hasta Propatria para regresar sentado y, siempre, por coincidencia, alguna mujer embarazada, señora mayor o mujer bonita, se me ponía delante. Confieso que a medida que me fui haciendo mayor me dejé llevar por El Virus y caí en el sueño profundo, del que solo me despertaba aquella frase que provenía de los altavoces instalados en el vagón: “Estación Chacaito”.

Caracas se abarrotó con el tiempo de más y más gente, por lo que eran cada día más los que se contagiaron. Luego vino la instalación de sillas preferenciales de color azul en los vagones y esto ocasionó una mutación del Virus, que ya no te hacia “dormir” para conservar el asiento, sino que te hacia fingir un impedimento físico para aprovechar los preferenciales. A esto los llamo yo cariñosamente “Los Tullidos”.

Estos personajes entran cojeando, o con la boca torcida, y por coincidencia, siempre se tienen que bajar en Capitolio o Plaza Venezuela, dos estaciones donde se monta mucha gente. Entonces cuando llegan a sus destinos ocurre el milagro: pegan una carrera y gritan (con su boca perfecta, y ya no torcida) “Coño dejen salir para que puedan entrar”.

Tan poderoso se ha vuelto este Virus del metro que, el otro día noté que ahora afecta también a las mujeres, sobre todo a las que están “un poquito pasadas de peso”. En este caso esas señoritas que casi siempre calzan tacones y entran al vagón pavoneándose, cuando ven que no hay asientos disponibles en el tren entonces se toman la cintura y el vientre, caminan lentamente y dicen la frase “hay que calor, este embarazo si me ha pegado vale” y acto seguido se sientan en los asiento preferenciales para “embarazadas, personas con discapacidad y personas mayores”.

El Virus se apoderó tanto de mí que decidí viajar mejor en transporte público superficial y descubrí que las causas de esta penosa enfermedad también habitan en la superficie. La verdad es que ya no se qué hacer, debo estar en fase terminal, pues, antes cuando iba en una camioneta y se montaba alguien con pinta de malandro me bajaba de inmediato. Ahora no solo huyo de los malhechores, sino también de las mujeres embarazadas y ancianitas que se montan en el trasporte público.    


Photo Credits: JoséMa Orsini

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