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Gabriel Rodriguez Bolaños

El violento oficio de escribir

Escribir es una lucha. La batalla de narrar el mundo y mejorarlo con palabras. El escritor —aficionado o profesional—, enfrenta, frase a frase, la muerte más cruel de todas: el olvido. Es entonces, un oficio arduo, de choques y de cambios, de paciencia y dedicación, de minuciosidad y soledad. Un oficio violento e íntimo donde exponemos nuestros pensamientos, los parimos y los lanzamos —como madres desnaturalizadas— al mundo. El desdoblamiento, la exhibición, suponen una ruptura con el orden natural y es ahí cuando la escritura se convierte en algo vital, en parte esencial de nuestra humanidad: somos el animal que no olvida y que se nutre de historias.

Narrar, entonces, es un acto evolutivo. Una necesidad acuciante de encender la hoguera y mitigar la oscuridad. Imagino la mente del hombre primitivo, temeroso de la densa noche, huérfano del fuego y del lenguaje. Una mente caótica y muda, ávida de explicaciones. La narración nos hizo humanos y nos dotó de una fuerza superior a la fuerza animal: la imaginación. Entonces intentamos armar el puzzle, organizar el caos de la existencia y nos internamos en cavernas oscuras a pintar, a colorear las inquietudes del alma. Miramos el firmamento negro herido de luz y lo organizamos en constelaciones, intentando, en una hermosa ficción, explicar el origen de todo. Y soñamos y escribimos y narramos la vida, que como dice García Márquez, “no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.”

La memoria y la inmediatez se enfrentan cuando narramos. El olvido y la muerte sucumben ante el texto. Es ahí cuando la vida, como ejercicio de autoconocimiento, como forma de relacionarse con el mundo, cobra sentido. La violencia, pues, radica en la batalla interior que supone mirarse en la página en blanco. El re-crearse, re-inventarse y re-conocerse. Somos lo que contamos. Nuestra vida es una narración fragmentada, una ficción que camina, un poema ambulante.

¿Cómo aprendemos a narrar? ¿Cómo lidiar con la violencia de la palabra escrita y domesticar la realidad para contarla? Leyendo. Y es que leer es un ejercicio. Un entrenamiento que nos acerca al violento oficio de escribir. Leyendo, el ruido del mundo se transforma en melodía. La exuberancia de las ciudades y el alma humana toman forma. Leyendo aprendemos las claves de oficio de la misma forma que el boxeador: con los golpes. Recibimos las frases, las encajamos en la mandíbula. Nos reponemos del asombro y devoramos las páginas, conscientes de cada movimiento del oponente. Enfrentamos el libro, lo estudiamos, lo degustamos en una lucha íntima. Es una lucha amatoria, erótica. Abrimos el libro como acariciándolo, frotando su piel en espera de que las historias broten.

Escribir es violento: las fuerzas del intelecto y de la emoción encarnadas en la página. Es la huella, el recuerdo, el tiempo vivo. Escribir es violento porque supone enfrentar lo indómito, lo salvaje, lo inefable: los sentimientos, la muerte, el amor. No hay actividad más violenta, que demande tanta fuerza. Destilar la vida en verso o en prosa y calmar la sed de historias que padecemos.


Photo Credits: Image Catalog

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