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Crónicas Urbanas, Política 0

El tren a San Felipe

Por Mario L. Blanco Blanco · En abril 12, 2018

Al pequeño pueblo de San Felipe situado en la provincia de La Habana, se llegaba comúnmente por la vía del tren que salía de la estación de Tulipán situada en el barrio del Nuevo Vedado, justo a una cuadra de donde entonces vivíamos en un apartamento que me asignó, el entonces ministro del Mitrans Diocles Torralba, en base a los méritos que había alcanzado como trabajador de esta entidad y mi participación en la construcción del edificio, siendo uno de los tres vigilantes nocturnos de la obra en construcción.

En la etapa de este relato años 1994 al 1995, me había quedado sin trabajo al quererme trasladar de una empresa de la pesca a otra del puerto, pero que la Seguridad del Estado me había antes catalogado como no confiable, historia objeto de otro análisis, y por esa razón cuando me di de baja en la empresa de la pesca, en la otra no me aceptaron y me quedé excedente. Buscaba trabajo, pero nada aceptable podía conseguir, y para sobrevivir, mi esposa y yo nos dedicamos a hacer dulce de cascos de guayaba y mermelada, que los vendíamos fundamentalmente a los pilotos de Cubana de Aviación que siempre parte de su salario ha sido en dólares, y de esta manera paliábamos a nuestra penuria.

Y aquí entra de cuña en este relato el pueblo de San Felipe, pues allí iba un par de veces por semana a buscar las guayabas, y mas que eso a intercambiar cuanto objeto se necesitase por los pobladores de San Felipe, y que los capitalinos lo conseguíamos y llevábamos para efectuar nuestro trueque, o la venta si no tenían ellos la mercancía que necesitábamos. El viaje a San Felipe era alrededor de una hora, unos 50 km, muchas veces había poca capacidad e íbamos apretujados hasta llegar a nuestro objetivo mercantil. Cuando el tren llegaba, aun en movimiento se desprendía una jauría humana hacia los puntos de intercambio que ya antes se conocían, o buscando a todo aquel que ofrecía lo que buscábamos. En mi caso el principal objetivo eran las guayabas y empezábamos a negociar si estaban muy verdes o muy maduras, si en el trueque incluíamos el valor de algunos bombillos, cajas de fósforos o cualquier otro objeto industrial que los lugareños no podían conseguir o escaseaban y nosotros aportábamos, al final siempre había acuerdos y nuevos encargos de parte y parte para la próxima visita. Con nuestras bolsas o hasta sacos apiñados de las mercancías, tomábamos el tren de regreso. Entonces si la suerte nos acompañaba y no había policías registrando y multándonos, comúnmente en especie confiscándonos ciertas mercancías, llegábamos a nuestra parada final. Pero sucedía algunas veces que al llegar al anochecer no había fluido eléctrico, y tenía en mi caso que subir con mi preciada carga hasta el piso quince donde vivíamos totalmente a oscuras, y alguna que otra vez sintiendo el zumo de las guayabas maduras comprimidas en el saco en que las transportaba, corriéndome por la espalda hasta llegar más abajo del coxis. Por suerte en casa almacenábamos agua en un tanque y podía descontaminarme del tierno olor que la fruta salvadora dejaba en mi piel. Entonces mi señora y yo nos poníamos a procesar hasta la madrugada aquellas guayabas, que, en las dos versiones, cascos y mermelada, quedaban listas para la venta ya al otro día, y así sobrevivimos esa dura etapa de nuestra vida familiar.

Me cuentan que todavía algunos habaneros van a “forrajear” al famoso pueblo de San Felipe, que fue la cuna de Doña Irene Laffertté, sanfelipeña quien llegó a ser la primera mujer en Cuba que fundara una orquesta en 1928, integrada única y exclusivamente por mujeres, legado que se mantuvo vigente en la agrupación, Las Anacaonas. Para mi San Felipe fue el medio de subsistencia en una etapa difícil para el sostenimiento de mi familia, aun siendo un ingeniero graduado en Europa que había cumplido con la tarea encomendada de ser alcalde del municipio donde vivía, pero que por expresar sus desacuerdos con la política económica que aplicaba el país en una reunión con sus compañeros de trabajo, había recibido la “insignia escarlata” de No Confiable al proceso revolucionario.


Photo Credits: Martin Cathrae ©

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