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Fabián Soberón

El tocadiscos

El ómnibus va por la zona de villa Piolín y cruza las casas bajas, un bar sucio con sillas naranjas de lata y un gran campo lleno de basura. El chofer dialoga con una anciana que le pregunta por los robos en el barrio.

En las butacas del fondo, vamos Ramiro y yo. Por la ventanilla veo que un hombre se sube a una moto con una niña. Otro, más alto, y una mujer teñida se bajan de un caballo y lo atan a un árbol. Después encaran hacia el descampado. No sé cuál es su destino. Pero imagino que se perderán en acciones felices.

Nosotros acabamos de salir de la facultad y volvemos a casa. Ramiro tiene cinco años menos que yo y vive con sus padres. Yo vivo solo en una casita de madera, el rancho enclenque que era de mi abuelo.

Ramiro me dice, sorpresivamente, que él no ha visto nunca un tocadiscos. No sé por qué sale con este tema. Supongo que recuerda la conversación del día de ayer sobre la música que escuchábamos en el secundario. Yo me rio y miro la basura tirada en un pasaje atiborrado de bosta y papeles amarillos. No le creo.

El ómnibus entra en una callecita de tierra, cerca del hospital psiquiátrico, y levanta un polvo que deja una cortina blanca. Mientras veo cómo se disipa la tierra le digo que tengo uno en mi casa y él hace un gesto escéptico con la cabeza. No lo puede creer.

Lo invito. Le muestro los discos multicolores apilados como si fueran fetas de queso. Enciendo el tocadiscos y la púa chirría y lanza una tos eléctrica en el silencio de la tarde. Un gallo tardío canta en el fondo del vecino y el Pila, el verdulero de al lado, le pide a su esposa (desde el baño) que le alcance una toalla. En el barrio todo se escucha y se sabe. Las paredes son de papel.

Ramiro levanta la cara y estudia el tocadiscos. Mira con una alegría extraña el movimiento del disco. Con los ojos pegados al Winco, sigue el giro absurdo de los surcos. Hay algo de Sísifo en el Winco. Ramiro se ríe y hace un gesto con los brazos. Está eufórico.

Nunca había visto esto, repite.

Suena en los parlantes el comienzo de “Piano bar”, de Charly García. En ese disco iniciático y pop, tocan los futuros miembros de GIT. También toca Fito Páez. Pero de eso no hablamos.

Ramiro hace el gesto de tocar la batería. Se mueve en la silla y por un momento entra en trance. La canción dice: «yo que nací con Videla.» Ramiro baja la cabeza. Una leve sombra se perfila en su rostro. Su madre es una desaparecida y la canción, sin querer, tiñe el aire de un tono sombrío. Levanto el brazo de la púa y Ramiro se disgusta.

Dejálo, dice.

Lo pongo. Mi pulso es errático y la púa salta a otro tema.

Nosotros también cambiamos de tema.

Hace cuanto que vivís aquí, dice, y mira el desorden que reina en la pieza.
El calor arrecia y el estiércol que ha dejado Buster, el cachorro, expande su perfume en el aire sombrío.

Ramiro se para y mira por la ventana. Noto que se distrae. Lanza un bostezo.
Supongo que la sesión musical debe terminar. Los dos estamos cansados. Ha sido un largo día.

¿Tenés que volver a tu casa?

Sí, tengo que laburar con mi viejo temprano.

Lo acompaño hasta el portón. Cuando está en la vereda, me dice que hoy es un día histórico. Y hace un gesto de burla, como si se desquitara de algo.

Sos de la prehistoria, agrega, y lanza una carcajada.

Subo al auto. Voy a la facultad a dar clase. Ya no soy alumno y Ramiro ya no vive en Tucumán sino en Europa. Escucho un tango tocado por Adrián Iaies y me acuerdo de Ramiro. Supongo que está caminando por alguna calle de Barcelona. Y pienso que la escena del tocadiscos es como un tango tocado por Adrián Iaies en el auto. Iaies toca los tangos como si los hubiera olvidado, como si los hubiera sometido a un olvido voluntario y los recordara bajo los efectos benéficos del jazz. Desde la plataforma del jazz, el tango es un standard y sus melodías suenan a música recordada en calma mientras la lluvia golpea en la ventana como una herida inútil. Así suena aquella tarde soleada del pasado. Así suena aquella tarde sombría de “Piano bar”. Aquella tarde es, hoy, esta tarde, una sombra imborrable y sincopada: el pasado es una música olvidada y recordada en calma bajo la trama huidiza del presente.


Ilustración por Ramiro Clemente

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Pilar Ballestero Bugeda
Pilar Ballestero Bugeda
8 years ago

Bello y emocional recorrido el abrirse a la Vida.

Píccola Gago
Píccola Gago
8 years ago

Un bello relato a los que este joven y gran escritor nos tiene acostumbrados. Su capacidad para describir con pocas palabras, lugares y sentimientos, es muy precisa. Para recomendar.

Julia
8 years ago

Qué bonito.
Parece tan lejano y a la vez tan cerca esa época en la que el tocadiscos era parte de nuestra vida.

Saludos.

Por cierto, llegue a esta web gracias a google news, lo cual me parecio curioso ya que estaba buscando otra cosa.

Alfonso
Alfonso
5 years ago

Me ha encantado la historia, ha sido super emotiva. Da gusto leer relatos de este tipo, lo recomendaré.

tocadiscos.org
tocadiscos.org
4 years ago

Que nostalgico y a la vez como engancha.Me encanto

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