Abarca la existencia.
De niños no lo sentimos, de adolescentes queremos acelerarlo. En la juventud parece eterno y en la vejez lo añoramos.
Siempre pensamos en el tiempo. Es la medida para alcanzar una meta, es el pasado que no regresa, es el futuro incierto.
Nos atrapa en horarios, en días de trabajo, en infinitos calendarios, en monótonos lunes, en silenciosos domingos.
El tiempo no es el amigo que te espera, pero sí el que a veces reconcilia.
Es el espejo del paso de los años. Es el momento que vuela cuando se comparte con un amor, el mismo que no transcurre jamás en su ausencia.
El tiempo es el mejor maestro, es el que con su paso responde muchas dudas, es el que sana heridas y logra el perdón con los demás y con nosotros mismos.
Pero también es aquel que no da tregua, es el que condena y hace de nuestro camino un cúmulo de recuerdos, el que con su avance reprocha aquello que dejamos de hacer o aplaude lo que hemos logrado.
El tiempo es algo irremediablemente indetenible que día tras día nos pone a prueba, desde el mismo instante en que marca el comienzo y anuncia el final de este maravilloso viaje llamado vida.
Photo Credits: Nick Webb