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Oswaldo Salazar
Photo by: Holly Lay ©

El tercer hijo

A la partera de Carúpano Sotera Luna,
Cuyas manos ayudaron a que la
vida viniera.  

El día clareaba en Carúpano y la brisa proveniente del Puerto refrescaba hasta una cuadra más allá de la Plaza Santa Rosa hacía el Sur. Se respiraba olor a mar, dando sensación de vida. Escasos cuatro días quedaban para que el año viejo se fuera y se le diera la bienvenida al nuevo. Son días propicios para hacer promesas y planes para el futuro inmediato. Las familias celebraban estas fiestas decembrinas y en el Templo la alegría se desbordaba desde la Natividad del Señor.

Margarita, mejor conocida en el pueblo como Margot, según la cuenta llevada por ella y su esposo José, debía tener nueve meses de embarazo o estaba muy cerca de cumplirlos. Sus otros dos hijos, niños todavía, la madrina Regina y la abuela Severiana, eran las personas que conformaban el hogar.

En la calle se sentía el trajín y la bullaranga propios de un pueblo portuario: gente que iba y venía. Los comentarios. La algarabía en la dinámica por la cercanía del Puerto y la actividad comercial era lo habitual, a pesar de que el mundo estaba involucrado en una guerra. La economía local continuaba con ritmo.

Como previsión, el día antes, el martes, llamaron a Sotera Luna, partera y amiga de la familia, quien la había asistido en sus dos partos anteriores. También, porque tenía algunas dolencias y manifestaciones que anunciaban la cercanía del advenimiento. Ella, la partera, tan pronto como pudo, hizo presencia cuando la caída del atardecer anunciaba la noche.

Sotera, solícita, con lo raudo de su presencia demostraba la amistad, el cariño y la solidaridad que tenía con la maestra. Era su pasión. Es la amistad que se alarga en el tiempo, se mantiene con respeto y, sobre todo, la de ella con la maestra Margot. Por enseñar a los niños y por ser comadrona, ambas, eran muy respetadas en el pueblo

José no regresaba aún del trabajo. Sotera llegó y, después de saludar, se sentó a un lado de la cama y Margot le dijo de los dolores y molestias que sentía en el bajo vientre. Asumió una actitud de concentración y con manos suaves, aterciopeladas, con delicadeza y dulzura acariciaba a esa vida que sentía venir y su amiga comenzó a sentirse mejor, aliviándose.

Compartían esos momentos su madrina Carola, Emelina, Maruja y la Nena, vecinas y de familias amigas de toda la vida. Sotera se acercó al poyo de la ventana que daba a Calle Larga y mirando al cielo que ya lucia esplendoroso, entre el enrejado, susurró:

-“Mañana por la mañana, si Dios quiere, vas a parir, Margot. Siento que todo está bien. Así que esperen por mí, desde temprano”.

Después de unos minutos, se sentó a hablar y compartir una merienda con Regina y Severiana. Pasado un rato regresó a la cama y, nuevamente, con cuidado especial volvió a pasar sus manos por el vientre sintiendo los movimientos que anunciaban la cercanía del nacimiento. En su rostro se iluminó una sonrisa con reflejo de alegría, felicidad y secreto.

Al otro día, miércoles, José se había quedado en casa por la situación del alumbramiento que se avecinaba. El ambiente era fresco. Como casi todos los días del mes de Diciembre, en el Oriente del país se sentía menos calor. Ya sus amigas habían llegado cuando sonó el toc toc toc de los nudillos de la mano al golpear la puerta de entrada. Sotera pasó, atravesó el corto zaguán y desde la sala saludó a todos dirigiéndose a la habitación.

Margot, minutos antes, había estado muy inquieta. La frente un poco sudorosa y con mucho dolor. En su rostro se reflejó la tranquilidad de ver a su amiga partera, quien después de pasarle sus manos por los brazos y vientre, pidió agua fresca del tinajón y un pañito que inmediatamente le trajo Regina en un aguamanil, colocándolos en el mueble con tope de mármol gris que estaba a un lado de la cama.

Inicia el proceso de parto y aquella mujer, dedicada, concentrada en lo que mejor sabia hacer, se dedicó al control y atención, imponiendo un ambiente de confianza por la seguridad con que se movía en el cuerpo de la parturienta, su amiga maestra. Sobaba, hacía presión, le daba instrucciones. Entre ratos se oía: -“¡puja, vamos, puja!”. Luego, largos minutos de silencio se apropiaban de la habitación por los descansos necesarios entre uno y otro intento.

Al rato, llama: -“¡José, José!”. Él, que estaba atendiendo a su amiga Gisela, hija de Carola, que llegaba de visita, se acercó a Sotera quien le dijo que fuera a la Farmacia San Antonio de la esquina, la de los hermanos Frontado García, y le trajera un tarrito con la pomada que había mandado a preparar. Rápido salió, llegó al mostrador y le pidió a uno de los propietarios la pomada de fórmula magistral. Regresó y en minutos se la entregó, pero cuando ella abrió el tarrito se sorprendió al verlo vacío y le reclamó, por lo que devolviéndose le hizo la observación al propietario. Éste riéndose le dijo: “¡Caíste por inocente!” y le entregó inmediatamente el verdadero tarrito lleno.

Era 28 de Diciembre, día de la celebración de los Santos Inocentes. En aquellos tiempos, hace tres cuarto de siglo, en Carúpano era costumbre “echar una broma pesada” a alguien y el “tarrito vacío” fue una de ellas. Frotándose las manos con la pomada, Sotera continuó su intervención en la labor de parto, hasta que comenzó a recibir en sus manos el cuerpecito del bebé. Al rato se oyó su voz: “¡Tráiganme las romas, tráiganme las romas!”*, lo que hizo inmediatamente Gisela, futura madrina, poniéndolas en sus manos.

El cuerpo del niñito estaba cubierto por un manto transparente, lo que llaman “enmantillado” y acreditan sortario en la vida, que le impedía respirar y menos llorar, por eso el silencio predominaba. No se escuchaba el llanto de vida. Pero la experiencia de tantos partos asistidos en la Parroquia le había permitido a Sotera Luna desarrollar destreza y seguridad para atender casos como éste y más difíciles.

Parecía que pasaba un mundo de tiempo hasta que al fin se oyó el llanto milagroso que fue la alegría y felicidad contenidas. Vuelta la calma a la familia, a aquel niño le pusieron Inocente como segundo nombre. Por coincidencias de la vida, ese día era el cumpleaños de Margot, quien también llevaba el Inocente como segundo nombre.

Sotera, andariega en Carúpano entre familias de mujeres parturientas, buena, noble, sustituta del médico que en el momento de este parto atendía una emergencia en un pueblo vecino, tuvo la sabiduría y acierto para solucionar el imprevisto que se le presentara a su amiga Margot en el momento del advenimiento de su tercer hijo. Segundo en llevar Inocente como segundo nombre y segundo de haber nacido un veintiocho de Diciembre en la familia.


(*) pinza y tijera


Photo by: Holly Lay ©

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