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julio verne
Photo by: Hunter Desportes ©

El temor de Julio Verne

En secreto, un submarino fue construido en una isla en el Pacífico. Su creador, brillante ingeniero de la India, aborrece de la Inglaterra colonial, y con su nave y su tripulación recorre los mares movidos por el deseo de conocimiento científico, o la solidaridad con los griegos que luchan contra los turcos por su libertad; y mientras hunde barcos ingleses para mitigar su rencor por el imperialismo británico. El nombre del submarino es el Nautilus. Su diseñador y dueño: el capitán Nemo. El creador de ambos: Julio Verne.

Julio Verne nació en Nantes, Francia, el 8 de febrero de 1828; murió en Amiens, en 1904.  Como Salgari en su juventud, soñó con viajar a tierras lejanas. Su primera maestra, una viuda de un capitán de barco, le relató los viajes de su marido, que escuchó embelesado. Y quedó prendado de la belleza de su prima Caroline, a la que quiso obsequiarle una joya de un lugar remoto.

Entonces, la pasión por la aventura y la llama del amor, impulsaron a un Verne, muy joven, a embarcarse a la India, pero antes de zarpar su padre canceló su ánimo viajero.

Luego, estudió derecho. Obtuvo su título, y asumió que las leyes no lo emocionaban. La literatura era su cielo. Quizá luego de su abortado viaje a la India, Verne entendió que tenía que soñar lo que no podía vivir, y que la mejor forma de habitar esos sueños era letras y escritura. Le presentaron entonces a Dumas, padre e hijo. Ese encuentro avivó su pasión por las letras. Su padre no lo financió más. Conoció, así, la privación cercana al hambre. Se mal alimentó, sufrió parálisis faciales, crisis de insomnio; experimentó la carga de escribir, como “una bestia de carga” por presión y para subsistir, al menos en el comienzo.

Se casó, pero la unión conyugal le resultó un lastre, al tiempo que hizo algunos primeros viajes a Escocia, Noruega y Dinamarca. No estuvo presente cuando nació su único hijo, Michel Verne, con quien tuvo pésimas relaciones, pero que luego se hará cargo de reeditar y modificar varias de sus obras.

Escribió su primera novela, de particular destino como veremos, París en el siglo XX. El que será su editor por décadas, Pierre Jules Hetzel, rechazó con energía el libro. Pero en 1863, acordaron la saga de novelas Viajes extraordinarios, que Verne publicó en Magazine de educación y recreo, y que comenzó con Cinco semanas en globo (1863). En toda una vida abocada a la escritura, los Viajes extraordinarios alcanzaron los 54 títulos, y tuvieron gran éxito editorial.

Algunas de sus obras de recuerdo obligado son Viaje al centro de la tierra (1864), la expedición del profesor de mineralogía Otto Lidenbrock, junto con su sobrino Axel y el guía Hans, a la misteriosa profundidad del planeta para sorpresivamente reaparecer en la isla de Estrómboli, Italia; De la tierra a la Luna (1865), en la que la ficción se amalgama con los obstáculos científicos para alcanzar el satélite terrestre con un objeto, que fungirá como nave espacial, lanzado por un gran cañón; La vuelta al mundo en 80 días (1872), en la que Phileas Foggapela, viajero británico calculador, perfeccionista y metódico, junto con su ayudante Jean Passepartout, apelan a todos los medio de transporte de su época, tren, buques, elefantes, trineos; y, cuestión curiosa, a diferencia de la clásica versión cinematográfica de 1966 con David Niven y Cantiflas, nunca viajan en globo; o La isla misteriosa (1874), su obra maestra para algunos, con el ingeniero Cyrus Smith y su capacidad para la ciencia aplicada y la química.

Y otra de las obras de Verne que tuvo tanto éxito como La vuelta al mundo en 80 días, fue Miguel Strogoff (1878). Un típico exponente de la aventura atrapante, varias veces llevada al cine. Las peripecias de un correo del zar que, en medio de la invasión tártara de Rusia, atraviesa Siberia para cumplir una misión decisiva

Los Viajes extraordinarios supusieron un gran esfuerzo de fundamentación documental por la divulgación científica presente en sus libros de aventuras. Por eso, Verne fue visitante asiduo de la Biblioteca Nacional, en la que redactó 25.000 fichas de documentación.

El proyecto literario de Verne es descrito con precisión por Michel Serres, el gran filósofo e historiador de la ciencia, autor, en 2003, de Jules Verne, la science et l’homme contemporain. Verne acometió “un viaje ordinario en el espacio (terrestre, aéreo, marítimo, cósmico), o en el tiempo (pasado, presente, porvenir: Ayer y mañana); en segundo lugar, es un viaje enciclopédico: la odisea es circular, recorre el ciclo de la sabiduría…”.

Y suele repetirse que Verne siempre unió literatura con ciencia en aras de una visión optimista de adelanto continuo; con sesgos de anticipación y precursora de la ciencia ficción y, a la vez, con una narración de aventuras para jóvenes. Todo esto es cierto con dos salvedades: su universo narrativo es mucho más complejo que una distracción juvenil, y la creencia de Verne en el progreso sería solo aparente (1).

La narración global y la anticipación. 

Los Viajes extraordinarios se inauguran con Cinco semanas en globo (1863), en tiempo de los globos aerostáticos, y mientras África estaba en el candelero por la exploración de Stanley en búsqueda del doctor Livingstone (2). La novela sumerge al lector en aventuras e intrigas, pero a la vez le informa sobre las principales expediciones realizadas en un continente que generaba la fascinación de lo desconocido. La integración de narración, aventura, descripciones geográficas y científicas, se vislumbra ya como constante literaria de Verne, en un tipo de estrategia narrativa que quizá expresa lo que el editor Hetzel entendía como el espíritu de la época, más que el propio escritor. Para Hetzel, la finalidad de los Viajes extraordinarios “es (…) resumir todos los conocimientos geográficos, geológicos, físicos y astronómicos acumulados por la ciencia moderna y rehacer, bajo la atractiva forma que le es propia, la historia del Universo”. Es decir: “un paseo completo por el cosmos del hombre del siglo XIX”.

Una literatura popular como espejo de la modernidad científica y de una visión enciclopédica del saber. La cultura se distancia ya definitivamente de las garras dogmáticas de la religión. El proyecto científico de conocimiento de las leyes naturales es refrendado por la doctrina del positivismo filosófico de un Augusto Comte; e incluye la técnica como creación de nuevas invenciones que mejoran el transporte, trasforman el entorno, y aumentan la apropiación de recursos naturales. Verne pertenece al tiempo de la imaginación alimentada por las investigaciones científicas que aspiran a un conocimiento universal y la exploración del espacio (lo que será continuado luego por la ciencia ficción). De ahí un Verne que manifestaba que debía “alojar el inmenso universo en el microcosmos de mi cerebro”.

Los Viajes extraordinarios, y como ya lo sugiere Serres, son una narración global que abrazaba las investigaciones científicas, como ocurre en De la tierra a la Luna; o la exploración y ampliación de la geografía como en La esfinge de los Polos (1897) que, como continuación de La narración de Arthur Gordon Pym (1838), de Edgar Allan Poe, se adentra en la Antártida y el Polo Sur; o las profundidades marinas en Veinte mil leguas de viaje submarino; o la proyección al espacio exterior en Héctor Servadac (1877), a través de un viaje en un cometa de personajes de varias nacionalidades luego de una catástrofe terrestre.

La vuelta al mundo en 80 días, o el Albatros, la nave de Robur el conquistador, que se desplaza desde París a los polossugieren esa voluntad viajera de atravesar la globalidad planetaria, mientras que su obra hierve también con el poder anticipador de la imaginación, desde naves espaciales, helicópteros y submarinos, hasta la ciencia abocada a la construcción de armas de destrucción masiva (3).

Desilusión y deseos revolucionarios.  

Al principio Verne gustaba de los exploradores románticos y heroicos. Algo consecuente con el modelo editorial de Hetzel y el propio origen burgués y católico del escritor. Pero, con el devenir de los años, Verne atravesó eventos personales y colectivos amargos: el vínculo problemático con su hijo; recibe un tiro por un pariente enloquecido que le deja una cojera que lo obliga a dejar sus navegaciones en un velero que lo llevó hasta la ría de Vigo, en cuyo fondo la tripulación del capitán Nemo busca oro (4); y la Guerra franco-prusiana, con la derrota francesa ante Bismark, en 1870, o los sangrientos hechos de la Comuna de París.

Reconoció la sombra que los imperialismos proyectaban sobre la libertad; se impregnó de cierto socialismo y anarquismo, y devino simpatizante revolucionario en Matías Sandorf  (1885), un noble húngaro soliviantado contra la opresión austriaca; o en Los náufragos del Jonathan (1909), imagina al personaje Kaw-Dyer en la región del Estrecho de Magallanes, de principios anarquistas, y cuyo lema es “Ni dios ni amo”.

En el espíritu anarquista e independiente del capitán Nemo, Verne quizá se sintió identificado, y depositó en él su propia admiración por quienes batallaban por la emancipación de los pueblos y el individuo libre. También, el pesimismo sobre la sociedad de su época y el futuro calaron hondo en su ánimo.

Al final, Verne desnudará su desencanto con el progreso científico, otro matiz de su escepticismo. Al principio el escritor confió en que el desarrollo de la ciencia significaría no solo avance técnico sino ético. En su etapa final no percibió esa supuesta evolución. En Dueño del mundo (1904), una nave aérea y marina es dirigida por el ingeniero estadounidense Robur, el personaje de dos décadas antes de Robur el conquistador que, ahora, es un inventor desilusionado con la humanidad, que concentra en su artefacto el poder necesario para el castigo y dominio de la especie, por aire o por mar (5). Es decir, una invención, bajo el alero del poder científico, enfilada a la dominación y no la liberación del sapiens tecnificado.  

El temor de Julio Verne 

Pero el supuesto escepticismo postrero del escritor, oculta otra revelación. La letra escéptica de Verne se escribe ya en sus comienzos. Luego de su rechazo por Hetzel, la novela París en el siglo XX, escrita en 1863, en los comienzos de su carrera, fue destinada al olvido en una caja fuerte hasta que su bisnieto, Jean Verne, la rescató en 1989. Luego del éxito de Cinco semanas en globo, Hetzel no quiso autorizar la publicación de la llamada novela perdida de Verne, por su escepticismo respecto al futuro, que acaso dañaría su atractivo para los lectores solo ansiosos de entretenimiento, y desinteresados por toda visión crítica.

En París en el siglo XX, los hechos transcurren en la capital francesa, en 1960. Los premios de las instituciones culturales solo son para estudiantes de disciplinas como Matemáticas, Ciencias Naturales, Ingeniería o Economía. Pero se produce una inesperada excepción: Michel Jérôme Dufrénoy, un joven estudiante de Literatura. Es abucheado cuando busca su premio. El rechazo expresa el futuro de una sociedad hipertecnificada, de motores de explosión y una red mundial de comunicaciones; solo el número y la eficacia es lo relevante. Se rechaza el latín y el griego, el estudio de las humanidades, y los árboles solo son valiosos como fuente de celulosa para el papel. Tecnócratas y banqueros son las personalidades dominantes.  Nadie sabe, ni le interesa, de Víctor Hugo, Balzac, Musset o Lamartine; de sus libros todos quieren desprenderse. Desprecio por la cultura literaria, lo mismo que por la música clásica: la Ópera no es templo musical, sino lugar para el parloteo y el arreglo de negocios.

El lenguaje de sensibilidad y creatividad es reemplazado por signos matemáticos y palabras técnicas. Es el Verne que, a través de Michel, quizá disimulaba su pesimismo anti-modernista, su desdén por las utopías del progreso, no matizadas por la duda o la crítica. Es el humanista que en el deterioro del lenguaje encuentra la medida de la decadencia y el empobrecimiento humano.

Por lo que el escepticismo de Verne solo reaparece en su madurez, luego de permanecer agazapado y larvado en sus inicios, lo que deshace su estereotipo como “apóstol del progreso científico”.

Todo estereotipo seduce por su simplificación, por la ilusión de fácil compresión que otorga. Pero lo estereotipado suele alejarse de la realidad que no puede ser comprendida de un primer vistazo, sino solo a través de entrever en recovecos y trasfondos. Cuando Verne es comprendido fuera de estos estereotipos, quizá asoma el otro, el que, al escribir bajo presiones editoriales, disimuló su temor. El temor de Verne de que, en el futuro, un mundo gobernado por un cerrado orden tecno-burocrático termine por aplastar la dimensión poética de la existencia.


Citas

(1) En 1871, Henry Morton Stanley era un periodista de 29 años enviado a África por el The New York Herald para buscar al misionero escocés David Livingstone, que había desaparecido tres años antes en el continente negro, obsesionado por encontrar el nacimiento de las fuentes del Nilo. Luego de una intensa búsqueda, Stanley encontró a Livingstone en un momento histórico de las exploraciones en África.

(2) En esa línea se encuentra, por ejemplo, el libro de Miguel Salabert El desconocido Jules Verne (1985), quien propone: “Verne, uno de los autores más leídos, es el peor leído”.

(3) Ese poder de la anticipación se expresó en distintos planos, a nivel científico: naves espaciales y el viaje a la Luna (De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna), helicópteros (Robur el conquistador), grandes trasatlánticos (Una ciudad flotante); armas de destrucción masiva (Los quinientos de la Begún); internet, motores de explosión (París en el siglo XX); submarinos, motores eléctricos (20000 leguas de viaje submarino); y un ascensor en La isla misteriosa. O anticipación de hallazgos geográficos como las fuentes del Nilo y los polos; o previsión de los gobiernos totalitarios y la inteligencia científica al servicio de armas destrucción (Los quinientos millones de la Begun y La asombrosa aventura de la misión Barsac).

(4) Verne se inspiró en un hecho histórico para imaginar que el Nautilus se aprovisiona de oro en la ría de Vigo, Galicia, España. Allí, en 1702, se libró la batalla naval de Rande, o batalla de Vigo, entre fuerzas anglo-holandesas e hispano-francesas durante la guerra de sucesión española. Por dicho enfrentamiento se hundieron varios galeones que supuestamente contenían oro y que, por tanto, ahora estarían en el fondo, aunque esto ha sido desmentido por documentos que demuestran que el oro fue desembarcado y enviado por tierra a Madrid, lo que Verne no podía saber. Por esta relación entre la novela de Verne y Vigo, en esta ciudad se encuentra un famoso monumento emplazado allí en 2005, una escultura de bronce del artista vigués José Molares, en el centenario de su muerte.

(5) Es interesante comentar que la idea para Dueño del mundo como segunda parte de Robur el conquistador, le surgió a Verne de una oleada de avistamiento de supuestas naves aéreas con hélice, entre 1896 y 1897, en el oeste de Estados unidos. Este hecho, que alimentó la imaginación del escritor, tuvo fuerte repercusiones en la prensa internacional.


Photo by: Hunter Desportes ©

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