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daniel campos
Photo Credits: Daniel Lobo ©

El taxista pandillero

Regresar a su país a veces significa, para el emigrante, aprender a lidiar de nuevo con las burocracias locales. Un buen método para sobrevivir el proceso es prestarles atención a los personajes que aparecen en las filas de espera y en los medios de transporte, en vez de enfocarse en los contratiempos. Así pueden leerse nuevas realidades sociales.

En el trayecto de mi casa al Teatro de la Aduana en San José, un jueves por la noche, perdí mi billetera por primera vez en la vida. Al día siguiente me dispuse a reponer mi cédula de identidad y licencia de conducir. A las 10:00 a.m. me fui en bus al Registro Civil, al costado oeste del Parque Nacional en el centro de la ciudad. La fila se movió rápido, el proceso fue eficiente y la atención efectiva y cordial. La cédula estaría lista a las 3:00 p.m. El Estado funcionaba. Todo iba bien.

Salí del Registro y decidí de inmediato ir al Consejo de Seguridad Vial a duplicar la licencia de conducir. Para ahorrar tiempo cogí un taxi. El carro rojo estaba destartalado. Los asientos hundidos. La radio transmitía un programa deportivo. Pero el chofer me comenzó a hablar de su vida en detalle. Tras pocas cuadras recorridas ya me contaba:

—Mae, vieras que me rechazaron la solicitud para ser chofer de Uber. Dijeron que no me podían contratar por mis antecedentes judiciales. Pero yo me fui al OIJ a pedir mi hoja de delincuencia y está limpia. Yo no sé de dónde sacaron eso. La única vez que me arrestaron fue en Quepos. Fue por un pleito a pichazos en una cantina. Le rompí la jeta a un mae y luego la policía me arrestó y tomó fotos. Pero el mae no presentó cargos y ahí quedó la vara. Luego una vez, en una redada aquí en Chepe, cerca de los Caribeños, la policía me paró y me requisó todo el taxi. Pero yo les decía que buscaran porque no iban a encontrar nada de mota, ni piedra, ni coca. Me pararon solo porque ando la cabeza rapada, piercings y tatuajes. La verdad es que mi único vicio es el estadio de futbol. Yo por el Saprissa voy donde sea. Es más, por seguir al Sapri en partidos internacionales he ido a Chile, Uruguay, Perú, he andado por toda Centroamérica, México, Jamaica, el Caribe. Es que yo soy líder de la Ultra Morada. A mí me respetan mucho los muchachos de la barra y la gente del equipo. Cuando voy al estadio me regalan la entrada, pero yo siempre se la doy a algún compa y compro la mía. Soy solidario y cuido a los compitas y por eso me siguen. Y sí, los de la Ultra a veces nos peleamos con otras barras, con la Doce y la Garra, y varas, y nos damos duro pero eso no es ningún crimen y yo no he sido arrestado.

Mientras me narraba todo esto sin pausa, con el programa radial todavía puesto, transitábamos por las caóticas vías de San José. Había protesta de transportistas de carga y éstos conducían a paso de tortuga hacia la Casa Presidencial. La ciudad colapsaba. Demoramos cuarenta y cinco minutos en recorrer tres kilómetros para llegar a la Uruca. La corrida me costó 7.000 colones. Cuando me bajé, ya casi al mediodía, estaba azurumbado y acalorado. Entré al COSEVI y cuando llegué al departamento de licencias, me pidieron la cédula de identidad.

—No la tengo, la perdí, pero traje mi pasaporte que tiene el número de cédula.

—Ah, disculpe, pero es que sólo con cédula se puede duplicar la licencia.

—Ay, pero vea, traigo el pasaporte y la licencia anterior y ya pagué la multa de 5.000 colones y además acabo de gastar 7.000 en el taxi. ¿No me pueden dar la licencia con todo eso?

—Diay no, sólo con cédula.

Salí del COSEVI cabizbajo. Las calles de la Uruca eran un caos aún peor a la hora del almuerzo. Decidí caminar rumbo a Calle Blancos a lo largo de la ruta de circunvalación.

Mientras avanzaba bajo el sol ardiente, esperaba que pasara un taxi. Pero los pocos que pasaron iban ocupados. Extrañé al taxista, aunque fuera un pandillero ultra morado, los cuatro kilómetros que caminé, sudoroso y apabullado, hasta mi casa.


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