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El sol de los ciegos

“El sol de los ciegos”, de A. P. Alencart, una poética de amor y mística esperanza

“El sol de los ciegos” (Vaso Roto, Madrid, 2022), hermoso libro del amor que rompe las tinieblas, del amor que quebranta prejuicios con el alma desnuda cuando el cuerpo es atavío. Es claro que este amor se desparrama tras otros encantos que se pronuncian en el amor a la tierra, al aire, al fuego interior por los afectos literarios, a todo sentir humano en la piel de los humillados, la epidermis y el corazón de la tierra. La amada es el pretexto para todo ese canto que aletea en cada verso tras las comisuras del viento. Pues bien, cada poema de este libro merece un halago que nos llena de mística esperanza en medio de la tragedia diaria. Sigamos este roncel del tiempo en nuestros días.

Los libros llegan en el momento en que se nos cruza el relámpago misterioso de un algo que nos azuza a explorar las concavidades del pecho, los laberintos neuronales y los misterios del alma. Ya sabemos de libros para explorar la historia, otros las diversas ciencias que exploran la naturaleza para aprender a comprenderla antes que para domeñarla; también los hay para el fortalecimiento de los músculos, para regular las ansiedades, y, por supuesto, esa tradición de los lampos espirituales. Esa tradición de paisajes interiores como los de Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Francisco el de Asís y otros grandes hombres y mujeres que han permeado la piel con los neutrinos del alma.

Sabemos que las dedicatorias en literatura tienen un poder de profundización, de señalamiento de influencias, de agradecimiento por cualquier motivo que para el autor es importante y lo manifiesta públicamente como acto impulsor o inspirador, también se da como homenaje a un personaje por su carácter épico, lírico, trágico-dramático o por apreciación estética donde disimuladamente se comparte alguna plástica del lenguaje, donde prevalezca alguna de las tantas formas de la metáfora o metábolas.

En ese detalle es significativo y apenas obvio la dedicación a su musa inspiradora, Jacqueline, ese querubín ganado a punta de besos, abrazos, versos y pastoreo espiritual: “Ése sol es el misterio…” En este orden, cómo no exaltar un grande agradecimiento al Hidalgo Poeta Miguel de Cervantes Saavedra, desde su permanencia influenciadora en la literatura española de todas sus vertientes en el planeta, como la gran estrella del Siglo de oro, por sobre otras lumbreras de candil distante. Veo una asociación entre la dulcinea imaginativa del Quijote y la real de su propio oíslo: Jacqueline.

En el sentido de la amistad, destaca en su justo valor a su escudero Miguel Elías, un artista plástico que encarna las otras narrativas por medio de las imágenes y el color en sus diversas perspectivas donde los pinceles son la varita mágica del ingenio creador. Así le siguen en ese rio de amistades y mutuas influencias, Aldo Gutiérrez, Vikash Kumar Singh, Juan Antonio Monroy, los pintores José Carralero y Luis Cabrera. Hugo Muleiro; el novísimo Antonio Colinas, a quien destaca como un faro iluminador de la aventura en las letras hispánicas. Y así va consignando tantas aventuras leídas tras páginas contemporáneas con otras llenas de historias crepusculares, convalidando el hoy en las escrituras de los paisajes y tragedias de nuestro tiempo.

Y claro, cómo no dejar un compromiso-Ley para su unigénito, el posible continuador de una heredad cuando le imprime con el rigor del desdoblamiento amoroso y sabio: “Escribe sobre la piel de todos los misterios.” Ese asunto de lo filial como presencia y sello para que tome testimonio y siga por los vericuetos que el destino designe según la providencia.

Un tercer orden, y por ello no precisamente en orden de jerarquía, sino de los motivos que singularizan las admiraciones que se prodigan a quienes por una u otra razón emancipan y dignifican el acto creativo como el encuentro espiritual con Eunice Odio, a quien dedica seis cantos así:

EUNICE, CIEN VECES CIEN

Tu cabellera quema
el borde de la carne y el cielo,
llameando historias
de milenarias intimidades,
mundos derramados
para tus huesos victoriosos,
Eunice,

mientras de nuevo
desembarcas con tu voz
que levanta llamados:
a ti responden hasta los desiertos,
las florestas lejanas, las
mariposas…

Con tu Amado ya no padeces
la deriva del pan
crucificado ni palpita
la pesantez de los advenedizos.

Callaré tu secreto, tu hondo
misterio en continuo
nacimiento, Eunice,

extraña viajera que giras
el recodo de esta avergonzada
centuria.

De pronto, tiemblas conmigo.

Así, otra vez, tiemblas

Conmigo.

Este desdoblamiento espiritual por la poeta cantada es la demostración de una lectura sentida y padecida con ese temblor de pájaro atrapado entre unas manos, donde por sobre las plumas se siente el corazón.

Luego viene un homenaje (quizá premonitorio) al venezolano Guillermo Morón (ido a los confines del misterio – 2021), por su postura heroica ante la dictadura, y le canta:

EL QUE NO CALLA

Allí
el que no calla.

Allí, por Caracas, bajo
un largo eclipse
que no le asusta.

Ningún enceguecido
podrá tapar su boca.

Nadie someterá a fuego
el porvenir de sus reclamos.
Ni armas ni ponzoñas
amortajarán su
historia.

Admiro a ese viejoven
porque amplifica su voz

entre las zarzas.

Así llegamos a ese fervor salmantino hacia la universidad que le ha amamantado su aventura intelectual y espiritual para llegar hasta Unamuno como postín de épocas cruciales en la España trágica. Que el poeta representa con Machado meciendo su dolor:

“En este páramo
rindo vasallaje
a los versos fecundados
por el hombre que,
huyendo de las bestias,
aún hoy descansa en la intemperie
hasta quedarse helado.”

Sabemos, quienes lo hemos leído, que Alfredo Pérez Alencart, es un gran animador de todas las literaturas y un consumado continuador de la tradición mística, sin ser un anacoreta y sin desmedro de quienes así asumen la vida. Él asume un oficio deliberado y con toda la libertad del libre albedrío para cantar bajo los sonoros efluvios de una quena, una zampoña, una guitarra, una ocarina, una lira o un laúd; no por su presencia sino por la intuición de un sonido cósmico que penetra por los poros como los neutrinos que van más allá de los fotones de luz. Es el alma y sus misterios. A este hombre le duele el mundo: es un místico y es un poeta. Es el caminante que atraviesa la senda de la vida con el rigor del alma.

Alfredo Pérez Alencart es un poeta con voz social, mística e intrínsecamente humana, cuando de lo erótico y lo sensual trata en sus poemas. Frente a lo social gravita su corazón humano al dolerse de las tragedias de los expulsados del paraíso, los desventurados que deambulan sin el fuego del hogar y sin patria para pertenecer a una lengua y a unas tradiciones que se rompen contra los acantilados del tiempo sin memoria.

Tiene poemas de corte Jobiano, como en:

LLORAR LA VIDA

Desamo el dolor supremo
de los fondos,
pero así es el andamio
que sustenta la vida
y así la carcoma
de lo insatisfecho.

Así también lo humano
que reacciona contra el cielo
solo cuando su castillo
se derrumba.

Lloran la vida
los ojos de los ciegos
que confundieron
la mismísima
luz
y vieron de repente.”

Es la agonía sincera de un grito ciego, sin eco. Esa devastación que angustia el alma ante todos los oprobios del mundo.

Alfredo se prenda de Píndaro y Virgilio, donde hace reverencia a poetas, griego el primero y latino el segundo, que antecedieron en sus visiones del mundo de los humanos. Las visiones de sus desesperos y las glorias olímpicas de la Grecia antigua. Los desvelos frente a los poderes que no admiten contradictores, y, el exilio como premio.

Ahora bien, no se trata del sol de los ciegos a la manera de la ceguera física del que deambula de esquina en esquina, inspirando la misericordia del transeúnte para ser beneficiado con una moneda, ya porque no vieron las oportunidades, las desdeñaron, o por el desamparo ante el mundo o por locuras catárticas ante los vacíos del alma y terminan como habitantes de las calles del mundo. Se trata de la ceguera espiritual, de la que hoy día padecen legiones. Se trata igualmente de no negar los ojos de la piel donde saltan los corceles de la sensualidad, del ritual erótico, tan humano como las famosas “mariposas en el estómago” de la princesa del palacio de las imaginaciones fantásticas donde cabe el paraíso, para no ser expulsados por segunda vez. Se trata del equilibrio en la cuerda del tiempo, de la armonía de que hablaba Aristóteles. Ceguera ante la fe a pesar de las derrotas o de la piadosa para agradecer a esa energía universal representada en el gran sacrificado emergido en Nazaret.

Su poética es advocación, evocación, oración y legión de sentimientos de gozo ante la ausencia de la amada como en el poema dedicado a Jacqueline:

COMPAÑERA EN TODO

No ardencia pasajera
lo nuestro, mi compañera,
mi constelación
secreta…

Eres cuerpo a mí
engemelado, ala pacífica
para vadear los días.

Lo nuestro es eternidad
e instante, fogosa
soberanía,
compañera que me besas
y acoges.

Recuento tu sacrificio
hecho sólo por amor,
compañera en todo,
amantísima
gacela…

“El sol de los ciegos” es una metáfora para hablar de la ausencia mística, de la mirada que no ve más allá del árbol, la sombra y los pájaros esa respiración oculta donde se purifica el aire, ese que se destruye a la falta foliar de las reservas del mundo:

ÁRBOL O SOMBRA

Un árbol
o una sombra: todo
lo necesario
en las ramas que
vienen cargadas,

los hombres de regreso
al campo,
atándose a la
vida,
a los frutos del árbol
que varean.

Ungidos sean
con el zumo
de su esfuerzo,

hambres como soles
mientras esperan
y esperan
otra campaña,

hombres a la sombra
del árbol que está
enraizado
hasta en sus sueños.

Alencart le canta desde la mujer primigenia, de la Eva bíblica, a la de hoy, a su lazo de unión consagrada en virtud de lo construido con piadosa lealtad a la amada, a quien le dedica el texto como el dedicado a la Amada, su ángel, o éste bien ilustrativo poema, Perfume:

PERFUME

Reconozco ese aroma
próximo a mi almohada,
en tu cuello,
mientras la noche…

Te alcanzo
a cada respiración y me
sumo a ti hasta en
tus sueños,

allí donde estamos
a pie de vida,
juntos, como dos mariposas
que volaron desde selvas
lejanas.

El olfato también roza,
mientras la noche…

Es el poema de un Perú distante cercano al alma. Un Perú cercano con flores bolivianas. La vivencia llana cerca de la amada. Se filtran los cantares del Salomón amante. Himeneos de cantos antiguos amando la belleza que brota del alma y no se atrapa en el cuerpo. Dos estados diferentes para la amada eterna, “De cuerpo y alma”, vegetación de efluvios. El cuerpo acariciado en noches de ternura; y un címbalo que anuncia sonidos infinitos.

“El sol de los ciegos” es un libro de poemas compartidos, que de seguro fueron cernidos con almas gemelas en el diario a diario de un poeta con mística, aguerrida esperanza no para saldar sino para agradecer lecturas compartidas, vivencias verseadas para la historia en las crónicas del alma.

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