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Photo Credits: andrew prickett ©

El síndrome de la nube negra

Es común encontrar gente que jura que es mejor que tú. Que no necesita de nadie y por el contrario toda la humanidad gira a su alrededor.Miran a los demás por debajo de sus pantorrillas. Y sus víctimas suelen pensarse nubes negras que flotan sin el peso suficiente para mantenerse en el mismo punto. No pongo en duda que todos tenemos algo qué admirar: inteligencia, belleza, carisma, destrezas, entre tantos talentos que el rey de los cielos repartió. Pero creo que es precisamente esa nuestra perdición. La certeza de que somos esto, tenemos aquello o podemos hacer tal cosa, lo que nos hace es perdernos a nosotros mismos. ¿Ejemplos?

Una chica que está a acostumbrada a que la elogien por su belleza comete el error de creer que todo el que la aborda, quiere invitarla a salir, y es por esa razón que ignora el silbido de precaución de los que le advierten que una gandola, se le viene encima en dirección contraria.

Un tipo con riquezas puede cometer el error de pensar que todo el que se le acerca, quiere hacerle una mordida. Incluso cuando se trata de un hijo olvidado, que se aproxima para pedirle un poco de afecto.

Alguien con altos estudios puede desconocer el conocimiento de los otros. Se cree el único receptáculo de la información planetaria. Y no piensa ni siquiera en sus limitaciones. La capacidad de retención del cerebro, es proporcional a la cantidad de información desaprendida. Si porfiamos en dominar buena parte del conocimiento humano, deberíamos practicar la sinceridad de reconocer hasta donde llegamos.

Algo derivado del saber, es la discriminación hacia quienes no piensan de la misma forma.Por cierto, es una moda en Venezuela que no viene al caso decirla, pero que también afecta la felicidad de los que todavía luchamos en ese hermoso país.

Otro caso son los MacGyver’s. Los que dicen ser todo: albañil, electricista, electrónico, informático… Saben lo que causa la filtración de una casa con sólo poner su nariz contra la pared. Y bueno, cuando uno como hombre no sabe ni poner un bombillo, comprenderán el problema. La esposa te pone el dedo en la llaga cuando te rehúsas a pagar. “Tienes que pagarle lo que te pida, porque si supieras acomodar esas cosas…” Y viene esa mirada de bicho feo para ti. Percibes como si el MacGyver tomara lentamente posesión de tus cosas. Lo ves asumir ese balanceo mientras camina por tu casa. Opinar sobre tus cosas. Te da la impresión que todos se ponen a su favor cuando no estás de acuerdo con sus procedimientos. Rápidamente el tipo acomoda todo, le pagas, y se va. Sin embargo, tu esposa sigue con esa mirada de menosprecio por días. Te vuelves a convertir en la nube negra. La poca cosa que los demás creen que eres. Pero eso es precisamente lo que no eres.  Al pasar la semana, las cosas que el tipo acomodó se vuelven a dañar y el mito MacGyver se esfuma.

Esa tendencia de medirnos con los otros y creernos más, es lo que hace que nuestro mundo se vaya al despeñadero.No es necesario morir para llegar al infierno si lo tenemos aquí. El prepotente funge de un diablillo que intenta lastimarte con su tridente. No habla para compartir su conocimiento. Lo hace con la específica intención de restregar a los demás cuanto sabe. Disfruta el bla bla bla de las cosas. Y luego no se explica por qué no tiene amigos. Por qué la gente evita encontrarse con él (o ella) en los pasillos. Lo triste, no es que lo sepa todo, sino que nunca reconoce el argumento de los demás. Eso es justo lo que choca. Sentirte descalificado en todo lo que dices, como si cada frase que sale de tu boca, no valiera ni una libra de aire. Y vuelves a convertirte en la nube negra que pensaste que eras, aunque ahora, sales de la oficina y respiras profundamente. Caminas despacio por la calle y meditas en las pequeñas cosas que has logrado, que no son tan pequeñas, por cierto. De hecho, son más grandes de la que imaginas.También piensas en las hermosas personas que te esperan en casa. En ella, tu esposa, en tus hijos, en la gente que te valora sin importar lo que seas o lo que no seas. De pronto ya no eres un cielo encapotado a punto de precipitarse. Eres ese alguien que siempre fuiste. Eres tú.


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