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daniel campos
Photo Credits: Andy Wraithmell ©

El segundo susurro del Savegre 

El agua cristalina y fresca del río Savegre nace de la cordillera, el espinazo de América, y su bosque nuboso. Recogida gota a gota por hojas, líquenes, musgos y suelos, se filtra por éstos hasta el cauce de piedra. Éste se ensancha poquito a poco en cuanto el caudal de las aguas aumenta.

De pie en una piedra a medio cauce, a la altura de San Gerardo de Dota, contemplé las aguas que cantaban y corrían montaña abajo. La tarde anterior, el Savegre ya me había enseñado, en su primer susurro, que sus aguas llevan Vida por donde pasan. Le pedí que me susurrara más. Observé, escuché, sentí.

Sus aguas no se esfuerzan, fluyen. Cuando encuentran troncos o rocas a su paso, no intentan vencer los obstáculos destruyéndolos en una lucha feroz, sino que permiten que éstos les muestren nuevos caminos para continuar su inexorable búsqueda del mar. A veces forman remolinos, a veces pequeñas secuencias de cascadas y pozas, a veces remansos seguidos de rápidos. Pero no se detienen. Continúan por la vía natural, la vía suave y gentil, el cauce del Amor.

“Savegre, río ancestral: enseñame a ser natural como el fluir de tus aguas, gentil, suave y amoroso como tu correr en busca de tu mar”.


Photo Credits: Andy Wraithmell ©

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