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paola maita
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El río entre mis piernas (Parte II)

La primera vez que mencioné ante alguien de mi familia que uso la copa, me dijo que le parecía asqueroso que tocase «allí abajo, todo lleno de sangre».

Irónicamente, para el momento en el que esta mujer me comentó esto, ya había tenido su primer hijo. Mi primera reacción inmediata fue sentirme tremendamente apenada, callarme y recriminarme por idiota, por compartir «cosas privadas». Para redondear la experiencia, al final ella me contaba de su parto y lo hermoso que había sido, experiencia que objetivamente podría resultar más grotesca.

Si bien esta conversación estaba archivada muy en el fondo de mi trastienda mental, cuando la semana pasada escribí la primera parte de esta serie, el recuerdo vino a mí inmediatamente. ¿Qué hay de vergonzoso en ello?

Por más que intento encontrar una respuesta, me cuesta entenderlo y no porque no la haya sentido otras veces (sobra decir que esa conversación con mi familiar no ha sido la única vez en la que la he sentido).

El que sea tan consciente de mi propia vergüenza no implica que no me pueda bloquear pensando en ello. Podría intuir significados católicos como el castigo por ser mujer, o que esa es la evidencia que un mes más no cumplo con mi supuesta función biológica de ser madre… Y sí, podrían resultar conclusiones muy básicas para algunos, pero pienso que los tabúes se desarman cuando comenzamos a balbucear sobre ellos.


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