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daniel campos
Photo by: Paul Ford ©

El Refugio Irlandés en Sunset Park

La prudencia recomendaba que me quedara tranquilo en casa y me fuera a dormir temprano aquella noche de domingo invernal. Desobedeciéndola, me abrigué bien y salí, a pesar de la tormentaQuería escuchar en vivo al cantautor Niall Connolly en la legendaria taberna Irish Haven (El Refugio Irlandés).

Ésta es una típica cantina esquinera de distrito obrero, fundada cuando Sunset Park era un barrio irlandés, no chino y latinoamericano como lo es hoy. Muchos de los parroquianos son señores irlandeses que han bebido allí quizá desde 1964, cuando se fundó la taberna. También llegan señoras del vecindario, gente brooklynense más joven y alguno que otro mexicano o ecuatoriano. 

Al entrar me ubiqué en la barra, pedí una Guinness a Emmett, el cantinero norirlandés, y me puse a escuchar y observar. Mientras Niall tocaba “Brooklyn Sky”, saludé brevemente a Matt, el dueño irlandés del bar. 

Pronto se nos acercó Billy, un brooklynense de cepa. Ya estaba bastante borracho, pero al menos era un borracho alegre. Blanco, grueso sin ser obeso, de cabeza rapada, frente arrugada y barba en candado canoso, vestía un saco negro de pana sobre un suéter blanco, jeans holgados y mocasines de cuero negro. Ya no enfocaba bien su mirada y hablaba con dificultad, pero cuando Niall hizo una pausa entre piezas le dijo “That was great! Papa knows!”, y se señaló a sí mismo llamándose «Papa». Le pidió una canción tradicional irlandesa pero Niall le dijo que tocaría piezas propias.

Billy entonces le aplaudió y buscó un banco para sentarse en una mesa alta mientras colocaba su whisky en las rocas sobre ésta y se disponía a escuchar. Estaba contento. A su lado se sentó un señor de casi ochenta años, alto y delgado, que vestía un sombrero fedora, saco crema con las solapas levantadas en el cuello, pantalón café y zapatos de cuero. Evocaba la figura del poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen.

A mi lado en la barra, un señor irlandés de más de sesenta años me habló, pero no le entendí. Le pedí disculpas. No sé si no articulaba bien o su acento era de un condado de Irlanda imposible de descifrar para mí. Se dio vuelta hacia la barra y con el movimiento botó el bastón que tenía apoyado contra ésta. Lo vio pero no se pudo agachar. Se lo recogí y noté que se movía con mucha dificultad. Pero allí estaba, en pie bebiendo su whisky.

Más allá estaba tomando Guinness un tipo también blanco, de cabello lacio y entrecano peinado al medio. Vestía sudadera azul y gruesa con capucha, ya algo rota, jeans muy desteñidos y deshilachados en las rasgaduras de las rodillas y botas toscas de tractorista. Me acerqué a su sector de la barra pues desde allí podía observar, a mi izquierda, la sala de billar al fondo de la taberna. Sobre esa mesa le quebraron la mano a Billy (Leonardo DiCaprio) en una famosa escena de la película The Departed (Martin Scorsese, 2006).

Niall hizo su pausa, se nos acercó y nos presentó. El tipo de azul se llamaba Paul. En pocos minutos, me contó su historia: es de Florida, vino a Brooklyn hace diez años a construir computadoras para un bufete de abogados, supuestamente por dos meses, y ¡todavía no se ha ido! Le gusta la cultura de Nueva York: el teatro, el arte, la música, pero también la cultura popular, inmigrante, ecléctica y cosmopolita de Brooklyn. 

 —Acá, en un solo viaje en el tren, veo cosas mucho más interesantes que en tres meses en Florida—, me dijo.

Me agradó la sensibilidad social y cultural de Paul. 

—Me gusta este bar, la gente es tranquila, gente del barrio. Además vienen tipos como Niall, que según vi en internet es un músico muy conocido en otras partes, pero acá toca tranquilo y conversa con la gente y es humilde. Nadie aquí imaginaría que en otros lados es reconocido.

En eso Niall regresó al escenario y Billy le pidió una pieza de Bob Dylan. Pero Niall tocó “May 12th, 1916”, en honor al rebelde irlandés James Connolly y Billy se puso contento. 

Y así siguió la noche: Niall cantando y los parroquianos bebiendo y disfrutando.

Cuando mi amigo terminó su chivo o gig, nos tomamos el zarpe: una negra irlandesa cada uno. No nos veríamos más en diciembre así que brindamos: “¡Hasta el Año Nuevo! Cheers! ¡Salú!”


Photo by: Paul Ford ©

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