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Photo by: mrhayata ©

El Qué y el Quién

Hace unos días tuve algunas crisis existenciales y muchas preguntas que tenían que ver esencialmente sobre el amor. ¿Cuál es la “función” o el papel que juegan las relaciones en esta época? Si bien los sentimientos humanos no han cambiado a lo largo de la historia, quizá la forma de amar o de querer se vea permeada por las corrientes de pensamiento actuales que llevan cocinándose desde hace ya varias décadas, o simplemente sea algo natural, inherente la condición humana, pero mezclada con el momento histórico, social y hasta tecnológico.

El amor siempre ha sido uno de los temas por los cuales he tenido mayor preocupación, ya que es un concepto al que no logramos aprehender por completo, o que quizás teníamos pero lo hemos abandonado en algún lugar, o se perdió con el resto de las palabras. Como sea, es un algo que estamos buscando constantemente y ni siquiera logramos comprender en su totalidad qué es ese algo.

Después de divagar un poco, quiero entrar directo al tema de mi opinión sobre las relaciones; y al porqué del título de la misma.

Últimamente he notado que en las relaciones, al menos en las que yo he comprobado por experiencia propia o de otros, se suele buscar el “qué” de una persona y no su “quién” ¿Qué quiero decir con esto? Buscar el “qué” es interesarse por los atributos y/o posesiones de alguien; sean estos materiales o inmateriales como profesión, logros, dinero… En general, esto es todo aquello que se puede ver o mencionar y no tiene ninguna relación con la personalidad, cualidades o con la esencia misma del ser humano, es decir, con lo que permanece y que en este texto llamaré el “quien”.

Sin embargo, existe un problema más, y es el “quien irreal” es decir, la persona que nos forjamos en la mente con ideales y cualidades que puede o no poseer. No es más que una ruta de escape a la realidad, a la ansiedad y la angustia que nos provocan la rutina, la existencia y la vida misma. En este caso el “quien irreal” se vuelve también un “qué”, una cosa, un mero objeto de bienestar y placer.

El filósofo danés Søren Kierkegaard, habla de los tres estadios de la existencia: el estético, ético y religioso; por esta ocasión sólo hablaré del estético. Éste se refiere a la búsqueda de un estado de bienestar. Para llegar a ello nos valemos de los objetos que nos rodean; eso incluye a las personas, que son cosificadas para ser usadas como medios para alcanzar placer y satisfacción, o, como mencioné antes, se transforman en un escape de la realidad, que en todo caso sería igualmente una vía para lograr el bienestar. Es decir, la vida estética se reduce a lo inmediato, lo sensible y a la falta de espiritualidad.

Retomando lo que mencionaba antes sobre el “quién irreal”, es inevitable que, en algún momento, éste llegará a su fin y dejará emerger el “quién” totalmente desnudo, el real, el que gracias a la temporalidad fue descubierto y terminó definitivamente con la existencia de aquel ente fantasioso, habitante de los pensamientos. Deja entonces de ser el objeto determinado para el fin de la satisfacción, del bienestar, del escape, y volvemos de golpe a la angustia existencial sin que haya salida alguna para evitarla. Aparece entonces el ente real, el que no fue amado.

El “quién” inexistente tiene esbozos del “quién” real, sin embargo, está adornado por la ceguera de la angustia del amor, de la añoranza y deseo del otro. Inevitablemente este telón debe caerse y el verdadero reto del amor se convierte en amar al sujeto real y en la búsqueda de una cura contra el mago de la ficción que inventó al quién irreal.

Regresando a Kierkegaard, cuando el objeto del deseo, (en este caso se refiere al deseo de una satisfacción amorosa superficial) deja de ser útil para su finalidad de bienestar y placer, inmediatamente el ser que lo poseía busca otro nuevo que pueda llenar sus expectativas; puede ser una persona o no. Y así será hasta que finalmente se canse de esta manera de ser. Cuando se llega al hastío del modo de vida del estadio estético, el ser humano se da cuenta de que es también un objeto, que se define en función de un objeto exterior.

Quizá la época histórica que estamos viviendo impide a las personas verse como sujetos a sí mismas, las vuelve incapaces de amar y de dejar de definirse a partir de alguien o algo fuera de ellos mismos; tal vez la tecnología y los pensamientos actuales nos han quitado esa capacidad de tomar un compromiso y una responsabilidad, de amar y ser amados sin fines egoístas. No sé si sea así o si simplemente estoy hablando desde las experiencias.


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