Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Photo Credits: Corrina Tough

El punto de partida: Inspirado por una cama que no es mía

El número exacto me llega a la cabeza cuando estoy acostada en una cama que no es mía. Es el momento en que me doy cuenta que la última vez que dormí en mi cama -­ «mi cama» definida como fui yo quien escogió el colchón -­ fue en el 2012. Esa última cama se caía a pedazos, pero la idea de tener que volver a Ikea me retorcía, así que preferí dormir con dos tablas de menos hasta el día que me despedí de ese apartamento.

Esa cama estaba en un cuarto en la esquina de la 10 con 2nda en Manhattan al que le entraba tanta luz y tanto ruido que daba casi lo mismo estar durmiendo en la calle. Pero tenía tres ventanas y por estándares de Nueva York y bolsillo de estudiante, eso era un palacio. Dos años y medio después, ese apartamento con el baño en la cocina y con una calefacción que nunca funcionó, todavía me hace falta.

Pero entonces estoy en una cama que no es mía y en un cuarto que no es mío pero que me lo he apropiado como si lo fuera: con mis libros sobre las repisas.

Están las obras de Tennessee Williams que, supongo, todo estudiante de teatro que se respete debe tener en su biblioteca. Está “Just Kids” de Patti Smith que es mi idea de una Biblia. También está “Tokyo Blues (Norwegian Blues)” que me regaló una amiga y los libros de regalo los trato como tesoros. Hay uno de cocina por si algún día me inspiro y dos cuadernos en blanco para escribir esa obra de teatro que nada que se me ocurre.

Pero entonces son ocho.

Ocho es el número de camas en las que he dormido este año que no son mías. (Y para efectos de esta lista, descarto aquellas en las que habré́ pasado solo una noche). No es necesariamente porque me guste probar camas diferentes, pero más bien porque mudarse frecuentemente de ciudad implica tener cierto desapego al sitio donde uno duerme.

Y es que así lleva siendo la vida por un tiempo ­- movida. Movida entre ciudad y ciudad. Mi abuela se preocupa y me pregunta que cuándo voy a «echar raíces en algún sitio».  Yo le respondo que el problema es que ya tengo raíces en demasiados lugares.

Porque la verdad es que hace mucho me enamoré de las ciudades. Por caóticas, por ordenadas; porque Sinatra cantó que se quería levantar en la ciudad que nunca duerme, mientras que Gil Scott Heron, 30 años después, escribió que esa misma ciudad lo estaba matando; por todas las odas escritas a las ciudades, por las guías de viaje que tratan de ponerles lógica; porque son una mezcla de nostalgia de lo que alguna vez fue y una necesidad por crear algo nuevo; porque son frágiles, pero son duras; por sus fantasmas.

Y entonces quiero hablar con las ciudades y de pronto tratar de entenderlas. Y por eso me muevo. Algo así como cuando Iggy Pop canta “I am the passenger and I ride and I ride. I ride through the city’s backsides.” O de pronto simplemente será la nómada que vive en mí que le gusta estar variando el punto de partida.

Hey you,
¿nos brindas un café?