20 años después: Hace poco me encontré con esta foto en algún álbum de antaño en la casa de mi abuela. La foto es de mis papás y mi tía. Aunque el bigote y los cortes de pelo gritan 1980s, el año exacto es dudoso. Pero el lugar es indiscutible: el metro de Nueva York.
El metro al que, 20 años después, yo evitaría casi a diario con la excusa de que “me gustaba más la bicicleta” (la verdad es que a veces sufro de claustrofobia y pues sí, prefería ver Manhattan desde afuera). Pero en la época que se tomó esta foto, yo no estaba por ninguna parte.
Mis papás se habían mudado a la ciudad a estudiar en mayo de 1986. Las versiones alrededor de la foto varían, pero mi papá habla de la posibilidad de que hubiera sido tomada durante la celebración del centenario de la Estatua de la Libertad.
“Averíguate cuándo fue ese evento – si fue en primavera u otoño, entonces yo apostaría que la foto es de esa fecha,” me escribe en un email. Pero la celebración de los 100 años fue en el verano del 86 – del 3 al 6 de Julio. Por supuesto, durante el infalible independence day weekend cuando Nueva York procura volverse un poquito más patriota pero sobretodo porque es verano y sobretodo porque es festivo.
Mi mamá por otro lado, no está segura de la fecha pero jura que ese día fueron a almorzar al Oyster Bar de Grand Central. El Oyster Bar que sigue ahí, el del famoso Manhattan clam chowder.
En esa época todavía se montaban en la línea roja del metro porque vivían en el Upper West Side cortesía de un amigo de la familia que tenía un apartamento vacío y se lo dejó a buen precio. Una vez acabado el favor, la renta de otro sitios sería tan excesiva que terminaron mudándose a New Jersey y comprando un carro para entrar todos los días por el George Washington Bridge otra vez a Manhattan.
Me escribe mi mamá que el Upper West Side “estaba sufriendo un proceso de transformación acelerado, especialmente nuevos restaurantes, librerías y nuevas construcciones de edificios súper altos, muy lujosos. Hasta ese momento el West era más privado, más barrio, brownstones, muy familiares y unos supermercados pequeños llenos de cosas deliciosas.” Supongo que es el proceso interminable de gentrification en una ciudad que se reinventa todo el tiempo.
Asumiendo que la historia de mi madre es correcta, le pregunto más sobre ese día. Me escribe con algo de nostalgia cuando habla sobre las caminadas por la calle 42 “que no era lo que es hoy, era un poco peligrosa, pero muy emocionante… era una época en que los bancos y todo ese mundo corporativo era muy glamuroso”. Yo le creo y me imagino algo como una escena de Mad Men aunque esto fuera 20 años después de que Don Draper llega a Sterling Cooper a cambiar el mundo de la publicidad y de paso a acostarse con todas las involucradas. Pero estos son los 80s y Nueva York tiene algo menos de glamour y algo más de carácter.
Basta con poner en Google “New York subway 1980” o ver las fotos de Christopher Morris del metro como para ver los vestigios de esa subcultura que hacía a la ciudad vibrar en esa época. El último vagón con arte sale oficialmente de circulación en 1989, el último año de Ed Koch como alcalde, pero en la foto- la de mi papá con su bigote y tanto pelo como todavía tiene hoy en día y mi mamá con su corte ochentero – los graffiti seguían ahí como símbolos del Nueva York de antes, la ciudad del “anti” y de la contracultura.
“En esa época el metro todavía se pagaba con tokens y costaba 25 centavos. Era un sistema muy ineficiente, pero era muy rico tocar las monedas,” me escribe mi madre. Me gusta la precisión de su detalle, habla de ese sentimentalismo hacia lo que fue, hacia las cosas que alguna vez existieron en Nueva York y que vivimos o que nos contaron, pero que de igual manera nos hacen falta.
Porque en Nueva York siempre hay una afinidad con el pasado. Y aunque todo apunte a que todo pasado no necesariamente fue mejor, en Nueva York es precisamente esa melancolía lo que mueve a la ciudad. Y en los 80s ese sentimiento sería el punk de los 70s; los beat poets; el Chlesea Hotel como el sitio de encuentro de Patti Smith y Robert Mapplethorpe y Jimi Hendrix y Dalí; el Bowery como el sitio donde pasaba todo – lo legal, lo ilegal, pero lo interesante, donde quedaba CBGB; más arriba Max’s Kansas City que alguna época dominó Andy Warhol pero donde también estaban Iggy Pop y Bowie; y así, siempre existió algo antes y eso siempre fue más interesante que el presente.
Para mí ese pasado y esa nostalgia es lo que queda en esa foto: una imagen de mis papás descubriendo un sitio al que yo llegaría 20 años después a tratar de evitar un metro que, a pesar de ser más limpio, seguía contando tantas historias.