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¿El poeta sufre porque es poeta o es poeta porque sufre?

La belleza del hombre está en la sonoridad o en el significado

Aristóteles

Después de conocer el origen y la amplia taxonomía de la Psicología y, particularmente, el psicoanálisis, es notable la practicidad de la literatura como materia inteligible donde la complejidad del comportamiento humano se vislumbra desde las herramientas ofrendadas por la Psicología analítica. El profesor Viñas Piquer (537) aduce claramente a esta consigna cuando refiere que: “desde estas distintas corrientes surgen una serie de herramientas que permiten enriquecer el comentario de las obras literarias”. Estima, además, que esta materia es la corriente más rica en conexiones con la literatura. Esto se debe, entre otros factores, a la familiaridad y laxitud que tiene la Psicología analítica con el universo interior y, con mayor ímpetu, desde la gama casi infinita de las emociones humanas, ya que: “el psicoanálisis enfatiza la irracionalidad del comportamiento humano y postula la existencia del inconsciente como motor impulso de esta conducta” (Viñas, 537).

Bajo este postulado, es necesario preguntarse si, entonces, la idealización de mundos posibles, la ficcionalización de la que habla Llovet al referirse a otros pensadores, la intención estética y el mero oficio de la voluntad del escritor, operaría bajo la estricta influencia del inconsciente. Cuando se afirma que “Freud habla además de <defensas inconscientes>, una serie de operaciones que el aparato psíquico pone en funcionamiento en beneficio del individuo del yo” (Viñas, 538), se puede hacer remisión directa con la poesía, en tanto esta oficia como expresión excelsa del “yo” y puede revalidarse en el concepto o mecanismo de defensa que Freud designa como “proyección” y, bajo otra digresión más emotiva, el de “sublimación”.

Una de las intenciones de las que habla Llovet cuando refiere el tema de la poesía es este concepto aristotélico de la «catarsis» que bien mencionas y que consiste en ese ejercicio expiatorio o purgatorio del poeta. Viñas (537), por su parte, relaciona las distintas pulsiones referenciadas en el psicoanálisis y asume que algunas, específicamente las que vinculan estrechamente el tema de la muerte, conllevan paradójicamente al reposo y a la supresión de tensiones. De este modo, se reconoce cómo la noción de «catarsis» puede ser complementaria y confluyente con la de pulsión. El poetaentonces se enfrenta a una enmarañada contienda entre su realidad y su compromiso con la escritura y pocas veces asume si la poesía es elegida por él o, al contrario, la poesía lo elige a él.En esta condición, refiero entonces la dicotomía referida por el poeta nadaista Jaime Jaramillo Escobar: «La poesía no está al servicio del poeta, sino el poeta al servicio de la poesía».

Es ahora cuando surge la compleja paradoja de la poesía regida por los mecanismos deferentes de la voluntad y del deseo. Es, precisamente, cuando nace la pregunta ¿si la poesía se explaya bajo el influjo del deseo o es el poeta el medio por el cual la revelación se hace inteligible?El psicoanálisis entra en un terreno oscuro para declarar la poesía como una patología mental, claro que no se alejaría demasiado de los desórdenes de los ciclos propuestos por la contemporaneidad y la neurosis colectiva de la posmodernidad donde “la literatura y el imaginario se ven afectados por los poderosísimos procesos de transformación estructural de la producción, del trabajo, del mercado y de la vida social y colectiva” (Ceserani, 223). No es gratuito que los procesos productivos de la literatura se hayan dejado permear del materialismo que heredamos de la globalización y donde la náusea colectiva nos divide y levanta más muros en vez de construir puentes, como diría Newton[1]. El deseo puede resultar peligroso porque, a veces, el sublime acto de desear suele ser más complejo que el de realizary el poeta se enfrenta inexorablemente a la fugacidad constante del deseo, ya que este engendra una búsqueda, una búsqueda indescifrable de la bellezay el psicoanálisis es consecuente con esta premisa: “Cuando los deseos quieren salir del incosciente y el “yo” los bloquea definitivamente, se produce un conflicto interno cuyo resultado puede ser la neurosis” (Viñas, 538). De acuerdo con esto, bien valdría la pena preguntarse cuán colmados de poetas están los hospitales psiquiátricos.

Es ahora cuando el poeta se puede enfrentar a esa abismo irresoluto, ya que el psicoanálisis busca “descubrir las causas ocultas de la neurosis para librar a los pacientes de sus conflictos y hacer que desaparezcan los síntomas inquietantes”, tal como cita Viñas de Eagleton. No sabemos entonces hasta qué punto el poeta querrá sanarse.No sabemos si habría poesía sin neurosis. Para no pecar de fatalismo, podrá decirse también que el acto lírico y la narrativa en general puede constituirse como un acto placentero, atendiendo a lo que Freud asimila como el “principio de placer”, que bien podría remitirse a lo que muchos estudiosos vinculan con la recreación del mito de Narciso que es frecuente en la literatura. Véase desde la obra homérica como un levantamiento de paradigmas y arquetipos desde la figura del héroe en el factor “siniestro” que, acertadamente, menciona Viñas y podría resumirse en lo demoníaco que plantea Ernesto Sábato[2]para referirse a este oscuro y complejo “descenso al yo”. En esta medida, se presume que lo que no es consciente es siniestro y es en ese tópico donde la literatura encuentra el surco que lo lleva a su propia definición.

La relación entre Psicoanálisis y literatura se particulariza en el hecho de que “las técnicas de interpretación psicoanalítica ayudan a la mejor comprensión del texto literario que suponen también una gran ayuda para la teoría y la crítica literarias” (Viñas, 546). En este sentido puede hacerse una analogía, aunque puede pecar de incauta y apresurada, entre el lector crítico y el psicoanalista. Esta confluencia entre ambas materias se da desde la pérdida de la racionalidad del Romanticismo. Posteriormente Viñas (546) observa que: “para comprender muchos fenómenos literarios del siglo XX el psicoanálisis resulta determinante. Basta pensar en la “escritura automática” del Surrealismo y en ciertas técnicas narrativas como el fluido de consciencia, recursos ambos basados en la técnica terapéutica de la asociación libre de ideas”. Bajo esta noción, se reconoce cómo el Psicoanálisis se vincula estrechamente con la “realización de deseos inconscientes y con la compensación de frustraciones internas” (Viñas, 547).

Bajo este análisis, podría haber complemento de varios aportes definitorios sobre la noción de literatura. Cuando Llovet, Caparrós y Ceserani hablan de «fantasía», se remiten indirectamente a la «ficcionalización» de la literatura. El psicoanálisis entraría a jugar un rol fundamental en esta noción que se provoca holgada sino se tienen en cuenta otras ópticas, tal como refiere Viñas (547): «Dentro de la teoría literaria psicoanalítica, el concepto de «fantasía» entendido como «realización imaginaria y deformada de un deseo del sujeto» desempeña un importante papel». Ahora observamos cómo el ser humano requiere casi fisiológicamente de la imaginación y es la fantasía la que nos lleva a ese ideario de la infancia y que el arte nos reta constantemente a percibir.

Freud retoma sobre el concepto de «catarsis», específicamente cuando habla del lector, afirmando que «el placer estético está relacionado con una liberación de tensiones y con su consiguiente alivio. Pero la catarsis solo se produce si antes se ha producido la identificación del lector o espectador con algún personaje de la obra» (Viñas, 549-550). En esta cita se evidencia cómo el ejercicio de la lectura es análogo al de mirarse en el espejo y, más aún, cuando vemos el mosaico de todas las versiones que hemos adquirido de nosotros mismos.

De alguna manera, la lectura es un oficio de confrontación, reflejo, autocrítica o reconciliación consigo mismo. El problema surge cuando, bajo este reflejo, el lector termina forzando la lectura y espera que esta le dé más de lo que, en realidad, está ofertando, es decir, busca leer en la obra el mensaje específico que quiere leer. Algunos autores clasificados en esta condición de decir lo que un lector masivo quisiera leer, han encontrado en esta dinámica la mejor manera de vender libros.

Cuando Perpinyá (23) señala que, a propósito de las tesis de Freud, “el escritor no es un dios perfecto a salvo de bajezas y preocupaciones, sino un ser tan débil como cualquier”, hay una aseveración un tanto vaga en vista de que a los escritores y a todas las personas no es apropiado ubicarlas de manera estricta bajo esa observación y es necesario entender a qué se refiere el autor con el apelativo “débil”, aunque bien, se acata la intención de no vincular el análisis dentro de la cerrazón propuesta por un antropocentrismo que no es aplicable siempre en la crítica literaria.

La constante complejidad emocional y vivencial de innumerable cantidad de escritores, las analiza directamente Perpinyá (24) con gran ocupación en el tema psicológico y, particularmente, en lo traumático: “lo cierto es que las aflicciones de los escritores (y, por extensión, de todas las personas) se parecen: los problemas de infancia, de familia, de sexo, de muertes cercanas”. Ahora aclara la crítica del anterior párrafo y asume con responsabilidad la excepcionalidad del artista. Es como si la poesía fuera en sí una condición fenomenológica y es cuando valdría preguntarse si el poeta sufre porque es poeta o es poeta porque sufre.


Referencias

Ceserani, R. (2004). Introducción a los estudios literarios. Barcelona, Crítica, pp. 19- 22 y 219-224

Perpinyà, N. (2008). Las criptas de la crítica. Veinte interpretaciones de la Odisea. Madrid: Gredos, pp. 23-27 y 181-191.

Viñas Piquer, D. (2007).Historia de la crítica literaria. Barcelona: Ariel, pp. 537-550 y 567- 573.

[1]“Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes” diría Isaac Newton y se reivindicaría la idea necesaria para los momentos históricos del siglo XX. Puede vincularse también con la crítica que hace Pink Floyd en su albúm “The Wall” de 1981.

[2]Véase el trabajo “Presencia de lo demoníaco en Abaddón, el exterminador” de Ernesto Sábato. Disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=160060

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