Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Mikey Tapscott
Mikey Tapscott

El placer culposo de vivir

El placer y la culpa, dos enemigos siempre de la mano.

Aceptémoslo: nunca nos dejarán en paz. Donde esté uno, siempre el otro; ya sea para mortificarnos o para pervertirnos.

Mortificarnos, digo, con ese calor en el cuello y en la entrepierna que produce pecar o pervertirnos, dejándonos encontrarle placer a esa situación.

Creo que es muy fácil corromperse en este mundo lleno de prohibiciones y tabúes. Estamos en un universo totalmente nocivo, donde literalmente todo engorda, mata o es pecado y si no, entonces la sociedad lo juzga como tal.

¿Mi pecado por excelencia? El cigarrillo y vaya que es cierto que detrás de cada fumador hay un niño asustado y autodestructivo, temeroso de morir en cualquier momento porque sabe que todos tienen la razón, menos él.

No hay nada que genere más impotencia que una adicción. Estás solo ahí tú contra ella, sintiendo que simplemente te puede (o queriéndolo sentir, claro).

No hay nada más triste que amarte mucho y no poder dejar de hacerte daño, según tú involuntariamente.

En mi caso, me parece, es en parte injusto. Soy abstemia. Nunca pude consumir drogas, ni licor. Bueno, ahora sí podría, pero el caso es que me acostumbré a vivir mis horas más felices y mis mejores farras besando a ese cabeza de fósforo y maloliente demonio que, sin piedad, me atrapó ya once años atrás.

Todas las adicciones son dañinas. La diferencia es que nuestra majestuosa constitución quiere confundirnos entre lo legal y lo que de verdad está bien. Lastimosamente, el cigarrillo se supone que cabe entre esos dos conceptos, cuando es por mucho uno de los peores vicios y asesinos del mundo, solo que es un hipócrita y mata en silencio.

Esto mismo sucede con las demás adicciones, como si a la larga las endorfinas no tuvieran otro objetivo que torturar a nuestro cuerpo, dejándole encontrar placer en todo lo que nos perjudica.

Frente a esto, tengo una medida mental que creo bastante acertada: entre más rico sea algo, más daño hace. De hecho, opino que aplica hasta con las personas e incluso, pienso que es probable que la vida misma sea solo eso, un placer culposo.

Esta escala mide, por ejemplo, los estragos que hace en nuestro cuerpo una deliciosa gaseosa helada, una divertida noche de borrachera o un mordisco a alguna tostada y caliente hamburguesa proveniente de cualquier esquina con alguna venta de comidas rápidas.

Por eso, vale la pena ganarle la carrera a la perversión y darle una tregua a la conciencia.

Es imposible que, por más artificialidad que haya en el mundo, de verdad no podamos encontrar un solo placer natural que la contrarreste y le dé algo de paz a nuestra culpada alma.

Hacer ejercicio, pasear al perro, leer, bailar, cantar, tomar jugo recién hecho…

Encuentro muchas opciones de solo pensarlo y creo que, tal vez, lo más artificial resulta siendo nuestra concepción de ‘placer’, la cual se ha vuelto tan elaborada.

Recordemos: el consumismo nos convirtió en entes llenos de necesidades creadas que, sin piedad, explotan cada vez que entramos a un supermercado o a un centro comercial.

Así que intentémoslo. Descubramos cuál es nuestro placer original, el que nuestra alma disfruta en su estado más puro y natural. Vivámoslo ahora porque es único y ¿sabes qué? Afuera abundan los ordinarios.


Phot Credits: Mikey Tapscott

Hey you,
¿nos brindas un café?