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paola maita
Photo by: Guillaume Dugué ©

El peso relativo de la identidad

Todo es liviano mientras no lo necesitemos. Un kilo de azúcar pesa un kilo mientras esté en nuestra despensa y podamos disponer de él a nuestro antojo y conveniencia. La mañana en la que despertamos sin azúcar para el café, ese kilo pasa a pesar mucho más. Toma el peso de la frustración del café amargo para quien no suele tomarlo así, el de una discusión sobre a quién se le olvidó meterla en el carrito de las compras la última vez que fuimos al supermercado o del autorreproche por nuestro despiste. Un kilo de azúcar no siempre pesa un kilo.

Así como el peso del azúcar puede variar según el momento en el que lo necesitemos, nuestra identidad puede pesar más o menos según el momento en el que la estemos calibrando.

Normalmente, suelo salir de casa sin el tarjetero donde tengo todas las tarjetas, incluido mi carnet de identificación como extranjera. Ese carnet no me pesa mientras no me lo pidan y lo tenga en regla. Si llegase a perderlo o a tener problemas por no tenerlo conmigo en un momento dado, dejaría de pesar unos pocos gramos y pasaría a tener el peso de un kilo de azúcar ausente en un café muy amargo.

Así mismo, pensaba poco en mi pasaporte mientras estuvo vigente. Ahora que está vencido pienso en él constantemente, aunque haya una pandemia en curso que me impide viajar a Argentina o Tailandia. Me pregunto incesantemente cuándo podré tener en mis manos la prórroga que pedí hace un par de meses. No lo necesito ahora mismo. Sin embargo, me pesa por no tenerlo.

A A. le pesaba su pasaporte venezolano. Mucho. Él, una persona que ama viajar, tuvo que justificarle a un funcionario japonés que su pasaporte tenía dos fechas de vencimiento. Quizás ese sea uno de esos momentos que preferiría no haber vivido.

Ahora que tiene que renunciar a la nacionalidad venezolana para adquirir la alemana, le pesa mucho más. No es sólo ver las palabras Solicitud de renuncia a la nacionalidad venezolana titulando una planilla, el dinero que ha invertido en las horas de terapia en las que ha discutido el tema, el tiempo que le ha tomado el poder llegar hasta ello, el que ha cambiado la nacionalidad que le heredará a los hijos que pudiese llegar a tener, o el que ya no podría volver a vivir allí tan fácilmente… Es la pregunta existencial que se le plantea. Si no soy esto…

Mientras tenemos un papel o pedazo de plástico como garante de la veracidad de las palabras que nos designan y definen, parece que no lo necesitamos para grandes cosas. Mientras los dos hemos tenido nuestros pasaportes vigentes, hemos sentido solamente el peso de la burocracia que lo respalda. Cuando no los hemos tenido, se convierten en una pregunta-torpedo que se dirige al mismísimo núcleo de nosotros mismos. ¿Entonces qué soy?

Es muy bonito pensar que somos suficientes para definirnos a nosotros mismos, que no necesitamos de nada más que nuestras palabras para moldear nuestra identidad. La verdad del asunto es que la identidad parece ser más frágil que los papeles que se lleva el viento, pero más pesada que una tonelada de azúcar.


Photo by: Guillaume Dugué ©

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